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Profesores malos y menos malos

Carlos Felipe Martell

Me preguntaba un compañero, profesor universitario como yo, cuál era el truco para tener contento al alumnado. Tras un instante de reflexión, concluí que no hay ningún truco en mi posible respuesta, pero sí en su pregunta. Mi compañero (él mismo lo reconoce) tiene constantes conflictos  con los estudiantes. No se puede pretender pasar del conflicto constante a caer bien. Si eres un “profesor malo”, primero tendrás que evolucionar a “menos malo”. Hay que respetar las fases de la evolución.

Antes de entrar de lleno en la respuesta que le di, es necesario hacer una aclaración importante. La docencia universitaria poco tiene que ver con la enseñanza primaria y secundaria. En la universidad te diriges a un público adulto, un público poco exigente que solo quiere aprender. Cuando digo “poco exigente” me refiero a lo que el alumno espera de su profesor. Sí que es exigente, y mucho, con el aprendizaje de cada materia. Pero, respecto al profesor, el alumno solo espera de él que sea una herramienta más, como lo puede ser un libro, una tablet o un corrector de cinta. El profesor universitario no está en el aula para educar, no está para dictar normas de comportamiento, no está para formar personas, sino profesionales. En definitiva, ser profesor universitario debería ser fácil. Al menos muchísimo más fácil que dar clase a adolescentes, por ejemplo. A pesar de ello, hay muchos docentes que tienen serios problemas de comunicación y de relación con su audiencia.

Vuelvo a mi compañero. A modo de ejemplo, voy a resumir un rasgo de su “personalidad docente” (solo uno, pero la lista es mucho más larga) en base a la información con la que él mismo se autodefine. Mi compañero entra al aula y le molesta que los alumnos entren después que él. Si alguien lo hace, le echa una bronca o no lo deja entrar. Primer error. El aula es del alumno, no del profesor. El profesor entra, da la clase y se va a tomar café. El alumno está pagando para ocupar un asiento, y pasa muchas horas dentro del aula. Mi compañero se escuda en que se desconcentra si alguien llega tarde. Pero ¿qué ocurre si es el propio profesor el que llega tarde? No ocurre nada, porque la norma no va con él. ¡Claro! Él pone la norma y las excepciones a la misma. ¡Él es la excepción! Así que, sin un alumno coge caravana en la carretera y el profesor llega antes que él, tendrá que aguantar una bronca, perderse la sesión, o a veces ambas cosas.

Llegados a este punto, hay personas que podrían pensar que esta es una norma más, y no es para tanto. Podrían pensar que el alumno conoce esta norma y tiene que adaptarse. De acuerdo, hay personas que podrían pensar así, personas que refuerzan a mi compañero. Mi compañero, por tanto, tiene esa norma muy enraizada y jamás renunciará a ella. ¿Cuál es el problema? Cuando tú actúas así, cuando tú te cabreas al ver entrar a un alumno en el aula, cuando tú le llamas la atención abiertamente delante de sus compañeros, no solo estás haciendo eso. Estás haciendo algo más. Estás fumigando el aula con inquietud. Eres un auténtico creador de tensión ambiental. ¡El reverendísimo campeón del mal rollo!

“¿Cuál es el truco para tener contento al alumnado?”, me preguntaba. Mi respuesta, por supuesto, no gustó a mi compañero. Mi respuesta consiste en que rompa con las premisas, con esos principios suyos que encorsetan la comunicación. Pero mi compañero insiste, porque su actitud es instintiva. “Jamás voy a renunciar a eso, me molesta que los alumnos lleguen tarde”. Siempre he creído que las personas de principios muy arraigados se vuelven peores con el paso del tiempo, porque los principios no son más que límites para el cerebro. Una “persona de principios”, una “persona de valores”, cada vez estará más encasillada por sus principios y sus valores. Es más, corre el riesgo de caer en el fanatismo (pero ese es otro tema). Mi compañero pretende que yo le enseñe a abrir una puerta a la que él le ha puesto barrotes, pero sin quitar los barrotes. Y así es imposible. Pero él no lo comprende. Quiere llevarse bien con un colectivo al que inconscientemente considera enemigo, un colectivo formado por personas que llegan tarde y lo hacen cabrear.

Está clarísimo. El ser humano está sometido a instintos naturales, bloqueos psicológicos y limitaciones intelectuales. De ti depende romper o no esas barreras que encasillan tu mente. Si pretendes resolver un conflicto, no puedes encañonar solo a tus rivales. Tienes que encañonarte a ti mismo.

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