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‘Pulsión del amigo’, de Nicolás Melini

Antonio Arroyo Silva

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Dice Emile Lacan que el inconsciente está estructurado como un lenguaje y que éste está situado en la imposibilidad de representar los objetos de manera absoluta en la lengua, de forma que el inconsciente se remite a lo no-dicho, a lo inexpresado pero vivido y experimentado acaso sin saberlo. En este estado de cosas, el yo se constituye en un reconocimiento en torno a la imagen del otro o en su imagen en el espejo. Si seguimos este razonamiento, muchas veces no decir tiene más fuerza expresiva que decir, pues existe un vínculo común en el llamado subconsciente colectivo. El caso es que esta idea es aplicable a la literatura y, por ende, a la narrativa concreta que nos ocupa de Nicolás Melini. Este autor nos proporciona unos materiales para que los lectores nos veamos en esa tesitura que ya viene indicada en el título general de la obra, Pulsión del amigo. Ya la palabra nos abre todo un campo sembrado de ideas que se cruzan y entrecruzan, como un jardín de senderos que se bifurcan, como diría Borges, en lo que a interpretación se refiere. La palabra pulsión significa un estímulo o una fuerza biológica que provoca ciertas conductas en el individuo humano. Conductas no sólo específicamente sexuales, sino también otro tipo de actitudes sociales, incluso psicológicas contra sí mismo y contra el entorno, sobre todo. Pulsión Pulsión en esa mente colectiva antes aludida despierta un huracán léxico como expulsión, repulsión, impulsión, propulsión… que a su vez trae consigo un amplio campo de asociaciones que retrotraen dicotomías como amor/odio, así hasta ese infinito que es la mente de ese ser llamado mono gramático por Octavio Paz. Y si a esto le unimos la palabra amigo el universo al que nos enfrentamos es no sólo más amplio sino múltiple.

Nicolás Melini, nacido en Santa Cruz de La Palma en 1969, autor de otras entregas narrativas como las novelas El futbolista asesino y La sangre, la luz, el violoncelo, los volúmenes de cuentos Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte y Cuaderno de mis mayores, además del presente. Autor de los poemarios Cuadros de Hopper y Adonde marchaba. También es cineasta y ha realizado varios cortometrajes. Melini es, pues, un autor que domina varias técnicas literarias y visuales que, por supuesto han interactuado en su forma de hacer literatura y cine, algo muy positivo para la creación artística.

Cuando se destruye el muro en medio del silencio, lo que queda es la reverberación de todo aquello que estaba detrás, sin límites y sin ecos. El epígrafe del gran maestro noruego del relato breve Kjell Askildsen, tomado de su obra Un vasto y desierto paisaje, me parece un prólogo perfecto para toda la vastedad que viene a continuación en este libro también de cuentos titulado Pulsión del amigo de Nicolás Melini:

No se podía hablar con ella de esas cosas. Enseguida empezaba a hurgar en el interior de uno.

Así pues, sin límites ni entrepatios, surge la palabra como gran confidente que esta vez decide narrar desde el territorio que le es tan fértil como el espacio vital de donde procede, un lugar insular donde la tierra se fertiliza casi por sí misma. El caso es fundar esta pulsión tectónica de la naturaleza en esa isla del texto que Melini afronta, pero ya no con los consabidos determinismos ni los lugares comunes. Nuestro autor ha decidido que sus cuentos no sean invocaciones vacías a lo insular, sino islas por sí mismos o, por lo menos, que éstas sean el epicentro que fecunda el mundo tal y como lo ven sus personajes. No se trata de la eficacia del decir sino del trajín de ser como se es en la vida y en la creación.

Los que lo conocemos, incluso algunos como el que esto escribe siendo sus paisanos y que hemos pasado de alguna manera en nuestras infancias y juventudes por algunos episodios similares a los acontecimientos narrados en este libro, sabemos muy bien que Nicolás Melini tiene la maestría suficiente para que la identificación personajes-autor no se produzca. Una historia común quizás, pero no, como antes dije, de lugares comunes. Sólo lugares que se hacen un hueco en el patio del texto, sin muro en medio, con reverberación y sin ensueño.

Casi en el centro de la obra está el cuento que da título al libro, Pulsión del amigo, ese miedo agazapado donde los rencores hibernan. El cinismo de la maldad que marca la vida de las personas y éstas afrontan con pulso firme los fantasmas interiores que arrastran en situaciones normales. Los personajes de Melini, a diferencia de los de Kjell Askildsen, no parecen brotar de una sociedad del bienestar, ni siquiera de unos planteamientos éticos determinados por los que opten. Sólo la ética de un llamado desaliento emocional que les proporciona no sólo hondura y verosimilitud sino una historia callada en el reverso de la página. Curiosamente en tres cuentos aparte del mencionado aparece este territorio de la infancia en unos personajes no ya descreídos por los valores que aún no han asumido del todo pues ya vislumbran un mundo que nada tiene que ver con las enseñanzas catecumenales recibidas y han de arrostrarlo ellos solos: el miedo al odio hacia un ser querido como en Resplandor que llena la mente de acciones propias de infant terrible que nunca se llevarán a cabo en la realidad cotidiana. El tema de la relación de una mujer madura y un joven de trece años de Una mañana, que trae a la mente colectiva del lector la represión sexual de unos tiempos determinados y, sin embargo, este personaje ve el sexo con mirada propia e independiente del entorno. La pederastia en Malestar que muestra lo inconfesable por miedo y por vergüenza y el ansia de venganza que se irá diluyendo con el tiempo, pero siempre con un resabio que va a marcar la vida de esa persona y, no obstante, no va a manifestar su papel de víctima. Situaciones aparentemente extremas sin soluciones de epopeya, pero en un constante movimiento que nos trae, no ya lo insólito, pero sí lo inesperado. El niño que al crecer ve inútil su venganza de vaciar las ruedas del coche de su agresor adulto y se percata que el tiempo es el único juez cuando ve la perplejidad y el temor a la delación en el que en su imaginación había sido su verdugo.

Quizás se aprecien en estos cuentos de la infancia ciertos guiños a Los Cachorros de Vargas Llosa, sobre todo porque estos personajes no son los líderes del grupo y porque de alguna manera han de asumir y sufrir en silencio las vejaciones de aquéllos para entrar en la tribu. Quizá sea porque ésta sea la verdadera psicología de las tropas infantiles y juveniles que deambulan por el barrio del Universo. Quizás de esos primeros enfrentamientos con la realidad surgieron todos los monólogos interiores de la literatura contemporánea.

Sin embargo, en este volumen de cuentos la aventura no acaba aquí. Los protagonistas crecen y cumplen etapas, pero siempre llevando por dentro esa desazón por afrontar una realidad adversa, como el caso del cuento Marcial que muestra la resistencia de un individuo de al menos veinte años a hacer la mili. Resistencia, como dirían los psiquiatras, basada en una suerte de violencia pasiva, es decir, dejándose llevar al supuesto matadero, pero con una pasividad contraproducente con los programas al uso.

Como dice Juan Carlos Méndez Guédez en la contraportada de la edición de Pulsión del amigo, y como el que esto escribe apunta más arriba, toda la obra se caracteriza por la ausencia de mitificaciones respecto a la isla; no obstante, ahí aparece la isla en medio de la gran urbe madrileña. Una insularidad que los personajes asumen incluso en el fin de sus días, como en Paseo y final.

Personas como islas y brindis ante la nada asumida. Significativo también es ese Descenso a los infiernos de Dante, asumido al principio con un asombro rayano en lo fantástico pero después bajado aún más a otro infierno, está vez real, como es la pobreza.

Otros temas trata nuestro autor y casi nunca toma partido por una u otra solución. En ese Ganas de pelea, el maltratador que termina maltratado, pero el narrador, al no hacer la más mínima digresión moral al respecto, le proporciona mayor eficacia y vitalidad al texto.

Sinaangas me parece un relato cuyo tratamiento, a mi modo de entender, es muy especial. Realmente también se trata de la isla en medio de Madrid, en un piso familiar, para ser más exactos; pero en este caso ahí se convocan tres visiones culturales que, en principio, chocan: lo insular, lo metropolitano y el elemento africano, pero no aquél con cierto toque político de los lugares comunes apuntados en la insularidad canaria. Se trata de una africanidad real de personas que ven en Madrid la posibilidad de realización y sus dificultades para conseguirlo. Decía antes que esas tres manifestaciones culturales en principio chocaban; pero llegan a una síntesis de entendimiento sencillamente humano a través de la reunión en torno a la comida, la música y el amor. En esta mezcla y síntesis quizás el autor nos proponga una feliz solución a tanto desasosiego. Una ascensión a las verdaderas raíces del ser humano.

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