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Regreso al futuro

Irina Betancor Almeida

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Las hipótesis sobre el futuro que nos depara como sociedad una vez hayamos conseguido frenar la epidemia proliferan desde todas las ópticas: se auguran cambios en los patrones que definen las relaciones sociales, en la forma de tratar y concebir el medio que nos rodea, en la percepción de las luchas por el clima, en la lógica económica predominante…y un sinfín de etcéteras. Sin embargo, lo que se pone cada día más de relieve es la ruptura definitiva del orden geopolítico que emergía tras la Segunda Guerra Mundial.

La inercia desarrollista del sistema capitalista ha dado a luz un mundo permanentemente interconectado, en el que la instantaneidad y la fluidez modelan todos los ámbitos de nuestras vidas. Internet ha llegado para tirar por la borda muchas de las certezas que sirvieron para criar a la generación de nuestros padres, abriendo las puertas a un mundo desconocido, del que surgen nuevas identidades y nuevos puestos de trabajo precarizados. La uberización de la economía, la deslocalización empresarial y la erosión de los Estados del Bienestar profundizan la incertidumbre del mercado laboral, ahondando en las dinámicas de competición. La tecnología ha modificado las reglas del juego antes de que los jugadores pudieran parar la partida, acelerando procesos de desarrollo legislativo que deben adaptarse a realidades volátiles. En la carrera tecnológica, las dos grandes potencias económicas se baten por situarse al frente de este nuevo mercado, mientras Europa trata de no quedar a la cola. En este contexto, la tecnología ha superado las fronteras, dibujando un mapa global en el que la soberanía nacional no tiene cabida. Los estados no son capaces, por sí mismos, de hacer frente a los grandes retos de la humanidad: el cambio climático, los flujos migratorios o las crisis financieras. Todos ellos requieren de una estrategia conjunta y sin respuestas globales, no hay soluciones nacionales.

En este contexto, se observa cómo las organizaciones internacionales nacidas para albergar el espíritu de la multilateralidad y la cooperación han visto diezmadas sus capacidades desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. La política exterior llevada a cabo por Estados Unidos con el Plan Marshall ha pasado a formar parte de una realidad que ya no existe. El renacer de un mundo plagado de fronteras visibles e invisibles ha traído de la mano gobiernos con tintes autoritarios y discursivas populistas que ocupan de forma masiva la agenda mediática de los países occidentales. Entre tanto, la Unión Europea, inmersa en una década marcada por la policrisis, trata de mantenerse a flote en un entorno internacional cada vez más hostil para el que no está preparada. La pesada maquinaria administrativa resulta demasiado lenta como para tomar decisiones en un mundo crecientemente hobbesiano, en el que la lucha entre EEUU y China hace temblar los mercados globales.

En el marco del desequilibrio que supone dejar atrás un orden internacional para avanzar hacia un futuro incierto en el que China se perfila como el nuevo hegemón, el COVID-19 se suma a la larga lista de factores que pueden propiciar la erosión de las competencias de la Unión Europea. En este caso, el cierre del espacio Schengen por primera vez desde su creación pone el punto final a la idea de Europa fortaleza, si bien el cierre de fronteras está legitimado por la crisis sanitaria. Este ímpetu de protección nacional ha llevado a países como Polonia, República Checa, Austria y Hungría a tomar medidas sin precedentes, restableciendo también controles dentro del espacio Schengen. La incertidumbre respecto a la temporalidad de estas medidas dibuja un escenario en el que la libre circulación de personas estará en pause hasta nuevo aviso. Además, con Italia y España como foco de la epidemia en Europa, los ciudadanos miran confusos hacia las instituciones europeas, esperando una respuesta más contundente que campañas de comunicación en redes sociales. Pedro Sánchez y Giuseppe Conte se desmarcan en las reuniones de jefes de Estado, demandando medidas para mutualizar la deuda entre países de la UE. Mientras, Alemania y Holanda reafirman su oposición a pesar de las críticas económicas que recibe la zona euro por no contar con un sistema eficiente para compartir los riesgos. La lentitud a la hora de dar una respuesta conjunta de todos los Estados miembros traerá consigo un coste político difícilmente salvable: la pérdida de confianza de la ciudadanía en la idea de la solidaridad entre europeos. La UE fragmentada y falta de unión deberá afrontar una crisis de legitimidad mayor que la vivida en 2008.

En esta situación es China quien lidera las acciones de solidaridad global con donaciones de material en unas condiciones en las que el mercado sanitario se ha convertido en un campo de minas. Las consecuencias de este posicionamiento del gigante asiático solo podrán leerse a largo plazo, aunque vienen a complementar una trayectoria de la diplomacia china en la que Xi Jinping ha priorizado el expansionismo a través de macro proyectos regionales e internacionales, empezando por la nueva ruta de la seda. Las inversiones en el continente africano y los acuerdos con múltiples países de Latinoamérica, destacando Ecuador y Venezuela son solo un ejemplo de la creciente influencia global de China. Por ello en esta situación de crisis global, las acciones y decisiones de los mandatarios podrán situar a Pekín como el Washington de la posguerra. Una estrategia geopolítica que lleva tiempo trazándose y que encuentra en la situación actual un momento culmen. La efectividad del gobierno chino para contener la expansión de la epidemia en un país con más de 1.300 millones de habitantes unida a la predisposición para prestar su ayuda a los países que se han visto ahogados y sin recursos suficientes para afrontar esta crisis serán dos determinantes capaces de explicar la futura configuración del orden internacional.

Por su parte, Estados Unidos, ha entrado de lleno en la crisis del coronavirus, como el país que más casos ha acumulado hasta la fecha. La reticencia del presidente norteamericano respecto a los foros multilaterales hace que cualquier perspectiva de cooperación a gran escala para la producción y distribución equitativa de material sanitario quede descartada. Es más, la verdadera guerra comercial ha dado el pistoletazo de salida, dejando tras de sí imágenes como las que se pueden observar en los aeropuertos chinos en los que la presión del gobierno estadounidense lleva a duplicar las ofertas hechas por sus homónimos europeos. Una burbuja de precios que no dejará de inflarse, poniendo de manifiesto que la ley de la oferta y la demanda se vuelve despiadada ante situaciones de extrema necesidad.

Ahora, más que nunca, el capitalismo mata, con la diferencia de que ha sido una pandemia global la que ha puesto sobre la mesa las verdades incómodas del sistema económico. Las limitaciones del frágil equilibrio de poderes globales han quedado expuestas, señalando al interrogante perpetuo: ¿en qué nos hará cambiar este virus?

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