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Volver a Nicaragua

Elsa López

He vuelto a Nicaragua una vez más. Volver al XIV Festival Internacional de Poesía de Granada, es un regalo más que un viaje. El viaje es a Granada, la ciudad de los poetas. En Granada, una de las principales ciudades de Nicaragua también conocida como la Gran Sultana o el París de Centroamérica, podemos ver desde monumentos coloniales españoles que han sobrevivido a numerosas invasiones piratas, hasta rincones, calles y casas llenas de color y personalidad con patios cubiertos de vegetación y habitaciones al más puro estilo colonial. Es una ciudad hermosa y tranquila donde encuentras turistas de distintas nacionalidades sentados en las terrazas al aire libre, en los hoteles llenos de encanto e incluso en los recitales que ofrece el festival en diferentes puntos de la ciudad. Granada intenta llegar a ser reconocida por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Y creo que debería serlo y no solo por su belleza y conservación, sino por ser una ciudad acogedora por donde se pasean gentes y razas de todo el mundo y el lugar donde cada año se reúnen más poetas por metro cuadrado que yo haya visto jamás.

En esta XIV edición se pudieron contar hasta ciento treinta. Y no importa el número sino de dónde proceden, de qué lejanas tierras acuden para leer sus poemas y escuchar a los demás. China, Suecia, Túnez, Bélgica, Alemania, Letonia, México, Honduras, Inglaterra, Luxemburgo, España, Brasil… Innumerables países, muchos poetas de distintos lugares del planeta que recitan en su propia lengua y dejan oír sus diferentes voces desde las plazas, los atrios de las iglesias, los museos, los hoteles (¡Ay ese Hotel Darío tan lleno de ecos, poemas y conversaciones alrededor de su patio!) que celebran a los poetas como si fueran los mejores huéspedes; hoteles que se involucran con la poesía como si les fuera la vida en ello y dan recepciones a los invitados al festival y los acogen con honores a los que una, en su quehacer poético, no está del todo acostumbrada. Hoteles como el Granada, el Darío y La Casa de La Merced se esmeran ofreciendo una copa por las noches a los poetas del mundo. Maravillosa idea donde uno baila, conoce, habla y, en ocasiones, intercambia opiniones y libros.   

    

Todo lo que ocurre en esa semana desde el domingo 11 de febrero hasta la clausura el 17, es un maratón de poesías, mesas redondas, recitales, fiestas, bailes, excursiones por las isletas del Lago Cocibolca, viajes a los distintos municipios del país: León, Masatepe,  Diriamba, Masaya, etc. donde los poetas leen sus versos en escuelas, institutos, casas de cultura, museos y universidades. Y cada día se suceden mesas redondas y lecturas en las plazas de Granada, en las puertas de sus iglesias, en museos y hoteles. No acabaría nunca de narrar cómo son esas lecturas, cómo se cruzan poemas, libros, direcciones y viajes en el futuro hacia aquellos lugares que te impactan sus poetas. Yo, por ejemplo, quisiera ir alguna vez a Guerrero y acompañar a Hubert Matiúwàa a su región de la Montaña Roja y escucharlo de nuevo en su lengua Mè’phàà; ir a Honduras y volver a escuchar a sus poetas, uno a uno, como aquella mañana en una mesa redonda sobre la vida y obra del poeta hondureño Roberto Sosa que ninguno de los asistentes podrá olvidar jamás; una mesa donde cada uno de los poetas allí sentados emocionaron al público que parece acostumbrado a la belleza de las palabras y de pronto, una mañana de febrero, comprende que la poesía de un hombre puede hacer cambiar el mundo y tú aprender algo nuevo.

No quisiera olvidar a muchos de los poetas que he conocido y seguir recordándolos uno a uno: a aquellos que me hicieron aplaudir y levantarme del asiento de un parque repleto de niños, madres, estudiantes, vendedores de sandía colada y plátanos fritos; a aquellos que me transmitieron imágenes, sonidos y sentencias; a aquellos que me emocionaron o me hicieron reír con sus andanzas literarias; incluso a aquellos que me irritaron a veces con sus ripios y pretensiones poéticas. No importa. Me llevo lo mejor, lo más digno, lo más hermoso. La presencia de Francisco de Asís explicando lo que es la poesía para él y explicándonos su amor por ella y cómo por ella ha levantado este festival, año tras año, este monumento a la palabra poética que embellece aún más, si cabe, a la ciudad. Me llevo el beso de Gloria Gabuardi, su resistencia, su continua entrega a la organización. Me llevo el carnaval poético, las danzas detrás de la muerte y el entierro fúnebre de la discriminación y la violencia contra las mujeres bailándole a la paz con todas las comparsas folclóricas nicaragüenses del brazo de Gloria Gabuardi y Gioconda Belli. Y me llevo el abrazo de Rolando Kattán de Honduras y de Francisco Larios de Nicaragua la última noche en Granada cuando uno ya es consciente de la partida. 

Isla de La Palma 25 de febrero de 2018 

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