En una de estas charlas con filósofos civiles en las calles de mi ciudad, auténticas cátedras de la retranca palmera, salió el tema de la eternidad y yo definí la eternidad como el tiempo que falta para terminar la carretera Hoyo de Mazo-Las Manchas y que la eternidad aquí duraba más que en el cielo. Digo esto porque la regla de tres es sencilla: si las obras de la carretera de Las Manchas duran una eternidad ¿Cuántas eternidades durará la reconstrucción del Valle? Y ya ustedes saben, querido lectores, que he alabado al aparato político-social-vulcanológico mientras duró la erupción, incluso diría que me sorprendió su eficacia. Pero apagado el volcán se encienden las alarmas. ¿Esto va de parches, aunque los parches sean muy caros y urgentes, o todas esas cantidades confluyen en un plan general de inversiones para el Valle? Desde la gloriosa invención del papel higiénico para acá todo está inventado y todo es cuestión de pasta, por lo que ningún trasero desaseado tiene ya excusas, si se me permite el exabrupto, y lo digo porque en esta isla ahora mismo no estamos para milongas, sobre todo si las milongas son eternas.