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Con las primeras luces del amanecer

Juan Capote

Doña Pilar Kábana tenía una graja que la acompañaba incluso al interior de la iglesia de El Salvador. Todo el mundo comentaba las habilidades de ese animal. Como el resto de los córvidos, aquella Chova piquirroja mostraba una inteligencia a destacar en el mundo de las aves... hasta que dos adolescentes, hijos de un conocido médico palmero y fieles herederos de su vocación, la capturaron para hacerle una necropsia. Como es obvio, no salió viva de la misma.

Esa ave de color negro azulado, con una envergadura que llega a los 40 centímetros y un pico rojo que alcanza los 5, es una de las más bellas de su familia y vive en colonias de buen tamaño. Resulta curioso que la subespecie que habita en Canarias solo esté representada en La Palma, existiendo hábitats similares en otras islas.

Hace más de cincuenta años fue muy comentada la aparición de una graja blanca, nacida en la colonia que criaba en Bajamar, sobre los riscos ubicados detrás de Hotel Florida. Siempre, al pasar por allí, intentábamos avistarla sin conseguirlo. Finalmente pude verla… en una visita al Museo de La Cosmológica. El espíritu conservacionista de aquella época no tenía muy en cuenta el interior de los afectados, así que fue abatida para su “preservación” entre otros cadáveres de animales.

Unos años antes habían llegado a mi casa dos pichones de graja. No hay risco que se le resista a un palmero avezado en las rutas cumbreñas, por lo que era habitual capturarlos poco después de nacer y venderlos o regalarlos. Debido a su dieta basada principalmente en lombrices, crustáceos e insectos y sus larvas, la viabilidad de los pollos en cautividad era escasa y nos sentimos contentos cuando uno de ellos sobrevivió, llegando al estado adulto.

Aquel precioso animal se paseaba por la amplia casa de mi abuela, donde prefería el interior al considerable patio. Había creado su propia sociedad entre nosotros, pero tenía predilección por mi madre, quien intentaba mimarlo todo lo posible. Cada día, con las primeras luces del amanecer, Catana tocaba en la puerta de su habitación, permanecía allí hasta que le abrieran, se subía a la mesa de noche y esperaba pacientemente a recibir las caricias que mi madre le hacía bajo su curvado pico.

Probablemente debido a nuestra ignorancia, la cual nos llevó a proporcionarle una dieta que no cubría sus requerimientos fisiológicos, pocos años después de su llegada, la graja manifestó un proceso diarreico que terminó acabando con ella.

No hace mucho tiempo, durante la visita a un cabrero, quien tenía su explotación sobre el risco, me vi inmerso en un bando de grajas que volaban sin suspicacias a mi altura. Viendo como aprovechaban el viento a aquellas magníficas aves veleras, imaginé que alguna de ellas podría tocar la puerta de mi cuarto cualquier madrugada.

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