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La senda balcánica

Víctor Bethencourt Rodríguez

Las bajadas de impuestos están de moda. La bajada del IRPF negociada por Ciudadanos a nivel nacional; y, la bajada del IGIC que ha puesto sobre la mesa el Partido Popular para un eventual pacto con Coalición Canaria para entrar en el Gobierno de Canarias.

España es uno de los países con una menor presión fiscal (37,9% sobre el PIB según datos de Eurostat) muy por debajo de la media de la Unión Europea (44,9%) e infinitamente distante de esos países modelo a los que muchos políticos citan como mantra: Finlandia, (54,2%) y Dinamarca (52,7%). Sólo superamos a países como Bulgaria (35,5%) o Rumanía (31,7%), entre otros.

Coincide irónicamente que dos partidos que, por un lado, centran gran parte de su dialéctica en nuestra convergencia con Europa; y en el uso de términos de «estabilidad», «seriedad», pero sin dejar en manos de los ciudadanos la toma de decisiones complejas, por el otro lado. Precisamente, este último motivo es una de las razones en las cuáles se apoya el sistema representativo, la existencia de unos ciudadanos con una mayor información para adoptar una u otra disposición, además de adoptar medidas negativas que los ciudadanos en su conjunto posiblemente no aceptarían.

Es, sin duda, una medida popular adornada con bonitas palabras de «alivio fiscal», «crecimiento económico», etc. Pero que entraña en su interior efectos perversos y que el CIS ya deja patente en una pregunta en una escala de 0 a 10 donde cero es «mejorar servicios públicos aunque haya que pagar más impuestos» y 10 «pagar menos impuestos aunque haya que reducir servicios públicos», oscilando la media desde 2008 entre el 4 y el 5.

Ciertamente, es mucho más fácil bajar los impuestos que subirlos y salir a explicarlo. Hacer pedagogía de una determinada política impopular siempre es costoso en términos de tiempo y esfuerzo y no garantizan para nada un beneficio político o electoral. Pero en un momento en el que los partidos están exigiendo una mejora del sistema educativo, mejora de las becas no universitarias y universitarias, una sanidad más eficiente reduciendo listas de espera, sacar a flote el hundido sistema de las pensiones, las prestaciones por desempleo, la mejora de carreteras y aeropuertos, las ayudas a sectores económicos sensibles, como la agricultura o el turismo, entre otras muchas cosas, no se entiende una bajada de impuestos.

La bajada de impuestos y la mejora de estos servicios públicos sólo se entiende, o bien con un reparto más justo de la carga tributaria, -no estando esta opción encima de la mesa por el momento-, o bien con la reducción del gasto, reducción que suele enmascarar privatizaciones y externalizaciones, muchas veces de servicios esenciales para los ciudadanos.

En definitiva, cuando los de Rivera y los de Antona hablan de bajar impuestos, va en contra del Estado de bienestar y su sostenimiento, no para ser escandinavos, sino para ser balcánicos.

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