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A la sombra del perfil

Miguel Jiménez Amaro

El personaje de la semana pasada, -al que voy a poner el nombre de Perfil, como el nombre del vino de más alta gama de la Bodega Hornillos Ballesteros (Mibal ), de la Ribera del Duero, Roa, Burgos -, cuando estuvo al borde de la silla, con la soga al cuello, a escasos milímetros del precipicio, de su muerte, detuvo sus pasos de suicida cuando empezó a escuchar la canción que tocaba su hija, la misma que le cantaba a él su madre, cuando  era un niño.

Vio en cuestión de segundos a su madre sonriéndole, tan guapa, o quizás más, que en sus recuerdos de los pocos años que pudo disfrutar de ella. Su madre, sin perder la sonrisa, le habló, le dijo que no era el momento para irse de este mundo, ni  de hacerlo de aquella manera; que recuperaría la alegría, y que le esperaba una vida larga y feliz. Le explicó lo que era el mundo del dinero, que tan preocupado le tenía. Le dijo que al dinero no hay que temerlo, que hay que mirarlo como una energía, que puede usarse para bien o para mal, pero que al final es solo eso, una energía. Después vio a su padre, con el que habló también, que le aconsejó darse un viaje a Cuba, a la que no iba desde que se casó, desde su luna de miel.

Al sacarse la soga del cuello, se sentó en la misma silla desde la que estuvo a punto de despedirse de la vida; y antes de subir al cuarto desde donde provenía  la canción tocada por su hija, ya sabía claramente todo lo que tenía que hacer.

Al día siguiente sacó dos billetes para Cuba, el de él y el de su mujer. Fue a la torre del reloj de la plaza a dar con su íntimo amigo, la persona con la que más confianza tenía, uno de los dos betuneros que trabajaban en aquel sitio, Grillito le llamaban. Le contó la historia de su viaje, que era una necesidad personal, aconsejado por sus padres desde el otro mundo, y le dijo que quería dejarlo  a él a cargo de sus responsabilidades.

Fueron los dos amigos a la notaría de don Pompeyo, aquella que estaba encima de la tabaquería de don Pancho, en donde más tarde estuvo La Alaska, y justo enfrente del lugar de trabajo de los dos limpiabotas, y le hizo un poder. Al salir de la notaría fue a su oficina con su íntimo amigo, un hombre presto, y lo puso al tanto de sus nuevas responsabilidades, que entendió al mismo momento, como entendía todo lo referente a la vida.

El matrimonio dejó a sus hijas en régimen de internado en el colegio de monjas en el que estudiaban y salieron para Cuba. Lo primero que hicieron al llegar a La Habana, después de tomar la habitación en el hotel, fue ir al cementerio. Pasaron todo el día paseando por él. Se sentaron en la tumba de los padres de Perfil, y él volvió a verlos y a hablar con ellos. Le volvieron a hablar sobre el dinero de la misma manera que lo hicieron el día en que Perfil había determinado matarse. “Es solo una energía, hijo”, le volvieron a decir.

De regreso al hotel, se estaban alojando en el mismo hotel en el que lo hicieron durante la luna de miel, pasaron por delante de la misma sala de fiesta en donde habían estado entonces. Colgaba un cartel en la pared, donde quince años después se leía que actuaba el mismo artista, El Negro José. Se sonrieron y entraron a ver la actuación, como si no hubiese pasado tiempo alguno.

El Negro José, considerablemente más mayor que entonces, sale al escenario. En una mesa hay tres cocos. El artista saca su pene, golpea los tres cocos, uno detrás de otro, y los parte a la mitad. El público aplaude. Perfil le pregunta a uno de los trabajadores de la sala de fiesta si él y su mujer podrían ir a hablar con el artista. Los llevan al camerino. Perfil le comenta al Negro José que habían celebrado su luna de miel en La Habana hacía quince años, y que lo que vieron en aquel entonces, en aquella misma sala de fiesta, había sido sorprendente, partir con su pene tres almendras; pero que lo  que acababan de ver hace unos minutos, después de quince años, hacerlo con tres cocos, era impresionante. El Maestro José le respondió que no era para tanto, que lo único que ocurría de distinto, era que en esos quince años que habían transcurrido, él había ido perdiendo la vista, y que no acertaba a ver las almendras.

Perfil y su mujer estallaron de risa con El Negro José, al que invitaron a cenar en el hotel. Mientras cenaban, El Negro José les preguntó por la  razón que los había hecho venir a Cuba. Perfil le comentó todo lo que sabéis vosotros y yo, hasta la conversación hacía unas cuantas horas, en el cementerio, con sus padres. El Negro José les dijo que estaba de acuerdo con esa visión del dinero, que era energía, pero que a él, por cuestiones kármicas, esa energía  le había ido a parar toda al pene. Y volvieron a estallar de risa los tres.

Todos los días que pasaron en La Habana Perfil fue con su mujer a hablar con sus padres al cementerio. Se hicieron en asiduos del lugar y del otro mundo,  en el que ya se sentían como en este, con toda naturalidad. Navegaban de igual manera en uno que en otro, como Isis,  y ese conocimiento de las cartas náuticas del mundo de los muertos lo pusieron al servicio de los demás, sin cobrar ni siquiera la voluntad ¡Por supuesto! Aquel viaje se había convertido en lo que los padres de Perfil habían deseado, en una catarsis o terapia en el cementerio de La Habana, que lo alejase de las ideas suicidas que le produjo a su hijo el contacto directo con el mundo del dinero.

Perfil, después de un mes regresó a La Palma, donde con quien primero cambió  impresiones fue con su amigo El Limpiabotas, Grillito,  que había realizado su trabajo con la misma alegría con la que betunaba los zapatos debajo del reloj de la plaza. Lo invitó a comer a su casa. Durante la cena, Perfil le comentó a su amigo la historia del Negro José, y el comentario que hizo sobre el dinero, la energía y su pene. El Limpiabotas se rio sin parar, y le comentó, que a él la energía se le había ido toda en betunar zapatos y en contar a sus clientes historias divertidas, mientras los atendía. Perfil le preguntó: “¿Quieres seguir haciendo mi trabajo?” El Betunero le respondió que al día siguiente le diría algo sobre ello.

Perfil se quedó callado, miró a su mujer, y pensó: “A mí, la energía del dinero casi acaba con mi alegría y mi vida, hasta que la supe encarar, gracias a mis padres. A este hombre, sin embargo, espontáneamente le da igual tratar con dinero, que con betún, o inventarse historias, lo hace todo con la misma alegría”. Su mujer, que sabía leer sus pensamientos, le cogió su mano por debajo de la mesa y se la apretó. Mientras, ambos miraron a Grillito, que seguía riéndose aún.  

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