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La valentía de decidir

Andrés Expósito

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Desde siempre, desde entonces, ha habido opiniones de uno u otro modo, contradictorias, a favor, o las que solo proponen fastidiar. En ningún caso, nunca habrá un consenso sobre nada, y en ello se sostiene la riqueza de la pluralidad, múltiples ojos atendiendo símil paisaje y circunstancia, y diversas y heterogéneas las conclusiones, divagaciones y reflexiones que son capaces de extraer de ese mismo hecho o visión esa cantidad innumerable de miradas.

¿Cuáles son las correctas o las erróneas? ¿Dónde está la vara de medir? ¿Qué visión posee quién forjó la vara de medir? Lo admirable y valiente está en la decisión, y es que para los padres de Andrea la decisión es desconectar a su hija del sufrimiento, no de la vida, y eso parece no entenderlo la ley y los médicos del Hospital Clínico Universitario de Santiago. Para sus progenitores, para su familia, para ella, para Andrea, el sufrimiento, el dolor, ahora lo ocupa todo, ya no hay nada más. Todo lo demás se disolvió, desapareció, y hasta la esperanza se torció, trazó el final, se borró de la existencia, no regresará. El sufrimiento lo embarga todo, se enraizó y oscureció la nimia llama de la vida.

La ley y los médicos del Hospital Clínico Universitario de Santiago no parecen entender esa perspectiva, no trazan ni emborronan acercamiento alguno a dicha posibilidad, quedan sumergidos en su propia certeza y realidad, sin embargo, ¿de qué sirve cualquier ley si no ordena la vida del ciudadano, elimina toda clase de sufrimiento y proyecta posibilidades para residir y convivir de manera plausible la muerte y la vida? ¿De qué sirve toda asistencia médica si prolonga y aviva el dolor, a pesar de todo y previa a la muerte? ¿Hasta dónde planteamos el sufrimiento, y lo extendemos y alargamos? ¿Quién decide sobre nuestra propia dolencia?

La valentía de decidir está en quién entiende que ya todo acabó, que no es vida cuando todo lo ocupa el sufrimiento y el dolor, cuando la muerte dormita en el enfermo y le quiebra y retuerce en cada expiración e inspiración, en cada alimento proporcionado, en cada segundo que desgarra y atiza. La mayoría de los progenitores, padres o madres, no resuelven sin consternación ni agravio interior el sufrimiento al que puede descender alguno de sus hijos, mientras la esperanza de mejora prosigue clavada ante todo y a pesar de todo, contradiciendo cualquier diagnóstico contradictorio, agarrados a la nimia grieta donde germine la más ínfima primavera que sopese una posibilidad, por eso, ahora, cuando el sufrimiento no trae nada más, y ellos lo perciben y lo sienten, y lo saben, que no hay mañana, ni próxima semana, no hay otra posibilidad, solo mayor el grado y más intensa la muerte en vida, ¿por qué no se tiene en cuenta su opinión, la elocuencia y su valentía de decidir?

A veces parece que el progreso de la especie humana, en este caso, en la medicina, atenta contra el propio ser humano.

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