El viento como metáfora de la locura

Elsa López realizó su estudio etnográfico en la Norte de La Palma. Foto: LUZ RODRÍGUEZ

Elsa López

Santa Cruz de La Palma —

En el año 1986 la revista Jano (13-18 marzo vol. XXX nº. 717) en su serie monográfica de Humanidades Médicas n. 3, publicaba un artículo mío titulado El viento como metáfora de la locura en las Islas Canarias. Ese trabajo era un capítulo más de una larga investigación etnográfica realizada en una comunidad campesina del norte de la isla de La Palma. La búsqueda de creencias y supersticiones en las islas me había conducido a adentrarme en el mundo de la brujería con otros investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid como Julio Caro Baroja o José Pérez Vidal. El trabajo de campo me fue conduciendo a nuevas parcelas relacionadas con la medicina popular como era el mundo de los curanderos, yerbateros y sanadores de todo tipo. El material recogido me sirvió para diferentes estudios y uno de ellos fue el análisis del viento como referencia fundamental en muchas de las patologías a que se hacía alusión cuando el paciente hace uso de la medicina popular.

Y así fue cómo, a partir de expresiones del lenguaje que hacen referencia al viento, la investigación me llevó a encontrar algunos de esos mismos términos aplicados al comportamiento humano; cómo determinadas manifestaciones de la naturaleza que pertenecen al campo de la ciencia, la tradición popular los utiliza para designar alteraciones de la conducta; y, en resumen, cómo el pueblo se apropia de palabras relacionadas con fenómenos atmosféricos para aplicarlas a temas relacionados con la salud. El lenguaje utiliza términos que hacen referencia a fenómenos atmosféricos para designar conductas calificadas como patológicas. El comportamiento humano es así designado con un símil del comportamiento de la naturaleza. La comunidad “entiende” esa aplicación y la asume como una transferencia real. A través del lenguaje usado por la meteorología se explican algunas de esas patologías semejantes a los efectos que provocan los fenómenos meteorológicos sobre la naturaleza.

Es el caso del viento, por ejemplo. En medicina popular encontramos recetas, conju­ros, refranes, terapias, etc., relacionadas con el tema del aire, y en la mayoría dando una visión negativa de este elemento lo que resulta una rara manifestación de lo que tradicionalmente ha sido símbolo de vida, de li­bertad, elemento ilimitado del que derivan la noche y el día, el cielo y la tierra en un devenir cósmico que aparece en las cosmogonías elementales y que Anaxímenes recoge. En muchas tradiciones populares aparece co­mo elemento dispersador: lleva y trae las en­fermedades (el mal) de un lado a otro de la tierra como hace con el polen, las hojas y la arena. Los males vuelan (vuelan las brujas, los demonios, las enfermedades), se extienden rápi­damente por todas partes penetrando por los rincones más difíciles debido a su capacidad extraordinaria para su­frir transformaciones. Y de la misma forma que el agua era un componente de nuestro organismo como de una parte más del cosmos, el aire también posee esa «cua­lidad», por lo que tendrá dos vertientes, una po­sitiva en la que actuará como sujeto benefactor de la salud, y otra negativa en la que se presentará como agente del mal y la enfermedad. En los dos casos tomando como referencia inmediata el cuerpo humano de cuya situación «airosa» hace mención la medicina galénica y, siglos antes, los pitagóricos.

Esta contradicción entre lo que el aire simboliza y lo que representa hoy día en medicina popular, podría com­prenderse a través de la influencia cultural de la lite­ratura oriental donde el aire se presenta impregnado de demonios dañinos quizás por la necesidad humana de representar con vida propia a aquellos fenómenos naturales que afectan y trastornan su equilibrio físico y psíquico, identificando así al viento con un fenómeno físico desequilibrador de la naturaleza y del hombre. Según los antiguos libros chinos, el hombre adaptará su vida sexual a las fuerzas del Ying y el Yang del cosmos. No hará el amor con un tiempo demasiado frío o caluroso, cuando sople un viento fuerte o caiga una lluvia torrencial, cuando haya un eclipse, durante un terremoto o en medio de los truenos y relámpagos. No hará el amor cuando esté demasiado contento o demasiado enfadado; cuando se sienta deprimido o cuando tenga mucho miedo, porque todos ellos son tabúes del cielo. En el campo de la filosofía y de la literatura universal es fácil encontrar referencias al tema del viento y su influencia en el comportamiento humano. Aristóteles decía que los vientos cálidos ayudan a concebir varones y los vientos fríos a engendrar hembras. Baltasar Gracián cita la influencia negativa del viento en numerosos de sus escritos, y Shakespeare, en el acto II, escena II de Hamlet, le hace decir al príncipe: “Yo sólo estoy loco con el noroeste; cuando el viento es del mediodía, sé distinguir un halcón de una garza.”

El hombre establece analogías con la naturaleza y asocia la función física del viento con la función metafísica. Expresiones como «un mal aire», «mal del aire», «mal do vento», «viento en la cabeza», «le dio la ventolera», etc., son formas del lenguaje popular en las que vemos identificados elementos meteoro­lógicos reales con enfermedades del cuerpo o males ilocalizables orgánicamente (al menos en apariencia) y que el pueblo califica como fenómenos del alma, como si el viento fuera una metáfora que comprendiera el valor real de un fenómeno físico que actúa sobre el hombre dañando su organismo. El viento actúa como si él mismo po­seyera cualidades negativas. El mal es el mismo viento o el viento es el que transporta los males como pequeños duendes malignos que siembran la discordia y la enfermedad.

En las islas orientales del archipiélago canario es fre­cuente el empleo de enunciados tales como: “Está asirocado.”, “El siroco lo tiene trastornado...” “Le dio el siro­co...”, alusión al viento del Sur que arrastra arena y que viene de África (en estos mismos términos se hace re­ferencia a los locos en el África Occidental, en el Sahara principalmente). En las islas occidentales la denuncia viene envuelta en términos parecidos, aunque sin denominaciones tan particulares: “Anda mal y es que soplan los vientos del Sur”, “Es el viento del Sur que lo trae loco...”; o bien son alusiones difusas: “Le dio una ventolera...”, “Le dio el mal del viento...”, “Le dio un mal aire...”, etc.; expresiones que no tienen nada que ver con el “mal del aire” o “mal ai­re”, que hacen referencia al “airón” (la hemiplejía). La expresión “mal del viento” o “tiene el viento en la cabeza”, la recogimos en la isla de La Palma, por prime­ra vez, en 1979. Esta rara terminología, entendiendo por “rara” lo desacostumbrado e inaudito que supone una simbología semejante para referirse en términos po­pulares a la locura, la recibimos a través de informantes que residían en el noroeste de la isla.

Las alteraciones, situaciones conflictivas, etc., que aparecen durante los días que dura el viento, las achacan al fenómeno meteorológico, por lo que determinadas reacciones somáticas como dolores de cabeza, garganta irritada, cam­bios de presión, nervios, palpitaciones y hemorragias profundas son, con frecuencia, diagnosticadas por la comunidad como efectos del tiempo reinante. Los factores meteorológicos crean situaciones propicias para la formación de estructuras sociales y culturales determinadas. El estudio del micro y del macroclima nos lleva a la comprensión de actitudes que nos facilitan el entendimiento de la geografía de una enfermedad o de una situación psíquica. El sometimiento del grupo a un factor meteorológico como el citado puede provocar, en aquellos individuos sensibles al clima, reacciones psíquicas muy diversas, como las señaladas al referirme al viento sur, es decir: nervios, depresión, alteraciones del humor, agudización de la neurosis, etc. Estos síntomas hay que añadirlos a fuertes neuralgias, apatía y acusada hostilidad al medio y al contexto social y familiar, lo que se traduce en pro­fundas crisis depresivas con sentimientos de culpa y manía persecutoria cuyas consecuencias son el aisla­miento y la soledad: “Cuando sopla este viento (se refie­ren al viento sur) lo único que trae es mal humor y tristeza.” / “Hay vientos, hay días de viento como el de hoy, que sólo dan tristezas y no dejan ganas de trabajar ni de ha­cer nada.” / “Cuando sopla tanto viento de lo único que tengo ganas es de gritarle a todo el mundo.” / “En los días así yo no salgo de casa. Me siento a bordar en la ventana y aún así, el viento se me mete en la cabeza, que me vuelve loca, se lo juro...”

Estas y otras frases se oyen en días en que el viento es más duro o más constante que otras veces. Durante los primeros días en que el viento aparece con mayor fuerza de la habitual, los vecinos hablan sobre él dentro de las casas o camino del trabajo o en las pe­queñas tertulias a la hora del café. Pero con­forme pasan los días y el viento sigue, el silencio se va extendiendo al mismo tiempo que la agresividad aumenta y los pocos comentarios que se pueden conse­guir al respecto son insultos, condenas o reniegos con­tra el elemento meteorológico. El viento, tanto el sur como los alisios o los marítimos, es la personificación del enemigo; algo real y tangible que forma parte de sus vidas y a lo que ellos pueden responsabilizar directamente de ciertos males que afectan sus ciclos de vida y de trabajo. Cuando el viento cesa o se calma, se produce en los individuos más afectados una reacción semejante que provoca en ellos un repliegue de dulzura, lo que da al organismo, que pocas horas antes estaba tenso e irasci­ble, un reflujo de suavidad, de regreso, de serenidad, aún más apreciado por su diferencia con el estado anterior provocado por el viento. La tercera reacción, tan agresiva como la primera, es el temor que permanece en el ánimo de los afectados a que el viento vuelva. Hay en los campesinos un sobre­salto especial cuando en días de lluvia olfatean la llega­da del viento. Van y vienen a las plataneras colocando bien los bardos, sujetando las cepas, etc. Pasan noches enteras al acecho dando cabezadas y corriendo a las ventanas para conocer su llegada, pues ellos saben que en esas circunstancias (hacen referencia principalmente a la humedad de la tierra) las plantaciones quedarán arruinadas.

Estos tres aspectos presentados en el terreno psicoló­gico llevan a actitudes individuales o de grupo como el aislamiento, la soledad, las tensiones, etc., que pueden conducir a trastornos individuales que la comuni­dad califica como “mal del viento”. Hay otra dimensión que entra ya de lleno en el terre­no puramente psiquiátrico, y es cuando el tema se con­vierte en delirio. Hay delirios de pacientes en los que el viento representa el papel principal: “Me lo dijo el vien­to”, dicen. Hay en estos delirios un condicionante de ilu­siones o simplemente una alucinación. En el primer caso el viento está ahí y el enfermo lo traduce por un lenguaje a través del cual se le comunican cosas. En el segundo caso el viento no existe, pero el enfermo lo oye y, es más, puede oírlo por razones físicas. Determinados delirios son fenómenos reales en los que el zumbido del viento está provocado por desajustes del oído interno. Hay otros motivados por razones culturales: la apari­ción de esta variable se debe a que el viento es una fuer­za que está en contacto con los individuos. Ellos le aña­den un contenido simbólico que incide en las pautas culturales del grupo.

Las alusiones que la cultura popular hace del viento como agente directo del mal, como propagador y difu­sor de daños y enfermedades, como elemento conta­minante y epidemiológico, han adquirido, dentro de nuestra cultura occidental y a través del lenguaje, valo­res paradigmáticos que a nivel simbólico lo clasifican para cumplir diversas funciones. Estas situaciones van desde las puramente religiosas, como darle al viento ca­rácter divino, hasta las amenazantes denunciadoras. Cuando el símbolo se utiliza como carácter amenazante no es un valor real el que está en juego, es algo más. Es un valor moral. “Mal viento te arrastre”, dicen, lo que podemos traducir por “que el mal te arrastre, que te lleve lejos donde no puedas hacer daño y que el mismo daño te lleve”. El viento actuará entonces como realidad (arrastra) y como símbolo (limpia algo que nos produce malestar y que no es considerado como un ente real). Cuando el viento tiene una función denunciadora aparece como elemento desencadenante de un mal físi­co. El viento, como elemento cultural, es utilizado como símbolo para calificar desarreglos o comportamientos no normales dentro de una determinada cultura. En al­gunas comunidades primitivas es frecuente la asociación del viento con determinadas enfermedades y más concretamente la locura. “Esta enfermedad de la locura viene en el viento”, dicen por ejemplo los Lunda. (Turner, 1980; 354.)

Le dio un mal viento“, ”está aventado“, ”tiene el viento en la cabeza“, ”le dio la ventolera“, etc. son justi­ficaciones metafóricas de unas realidades que hacen alusión a comportamientos que la comunidad sanciona como anormales, y como tales trata. Pero todas estas funciones, tanto las religiosas como las amenazadoras y denunciadoras, simplificadas aquí al máximo, pierden el sentido, aparentemente simbólico, cuando el tema analizado se presta a una interpretación científica. Ante la pregunta de si es realmente el viento una me­táfora popular que explica determinados desarreglos de la conducta considerada por el grupo como anormal, un símbolo que cierra un contenido real de experiencia que determinadas comunidades han optado por expresar de esa manera, creemos posible responder que para estas comunidades esas expresiones del lenguaje son una rea­lidad que responde a otra realidad en un encadenamien­to natural y lógico dentro del contexto cultural en que se mueven. Ante determinados fenómenos naturales que tienen un nombre ya dado, sea viento, sol, agua, etc., las reacciones físicas producidas por aquéllos en la naturaleza humana llevarán esa misma etiqueta en una evidente implicación significado-significante.

A pesar del lenguaje utilizado y de su apariencia sim­bólica, hay una carga real de conocimientos naturales que adquieren su propia lógica al verificarse empírica­mente. Cuando el campesino dice “tengo el mal del viento”, no utiliza una metáfora para aludir a sus problemas mentales, usa una termino­logía directa en relación directa con el fenómeno al que acusa. Hay intencionalidad de la expresión popular a partir de la cual podemos identificar un elemento real, meteorológico, con determinadas actitudes psíquicas. El clima, lo mismo que la configuración del terreno y las costumbres de sus habitantes, han in­fluido para que los pueblos tengan una particular disposición en el espacio y para que sus habitantes reci­ban una huella psicológica que puede aparecer cuando son sometidos a tensiones constantes. Las presiones y las dificultades individuales y colectivas que tienen su origen en la agresión del clima, les lleva a realizar es­fuerzos que sobresalen de cualquier ciclo normal de vida y de trabajo para poder soportar las situaciones desfavorables que les rodean.

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