“Acogemos niños saharauis porque España tiene una deuda con este pueblo, al que vendió”

En la imagen, Mahyub, Marisa, Nunna, Félix y Ezequiel, en su casa de La Salemera. Foto: LUZ RODRÍGUEZ

Esther R. Medina

Villa de Mazo —

Conforman una familia multicultural que veranea en La Salemera, en la costa de Villa de Mazo, y que se esfuerzan por enriquecerse, transmitir valores y educar en la solidaridad, inculcando derechos y también deberes. Félix González, médico especialista en psiquiatría, y su compañera, la odontóloga argentina Marisa Warcevitzky, junto a su hijo Ezequiel, comparten sus vacaciones estivales desde hace seis años con niños saharauis.

“Nunna Bachir vino por primera vez en 2008 y este año hemos ofrecido la posibilidad de acoger a otro niño, Mahyub Dah, porque quizás Nunna ya no vuelva y así puede ayudar a Mahyub a aprender el idioma y a adaptarse a nuestra vida”, ha señalado a LA PALMA AHORA Félix González, quien subraya que participan en el programa 'Vacaciones en paz' porque “siempre hemos creído que España tiene una deuda con el pueblo saharaui; cuando entregó el territorio en connivencia con Mauritania, Marruecos y probablemente con otras potencias como Francia y Estados Unidos, vendieron a esta gente y les obligaron a huir de su país”.

“Nosotros, como canarios y españoles, nos sentimos en deuda con ellos y no nos representan quienes hacen esas políticas, que tienen más que ver con intereses económicos; han pasado por encima de los saharauis ocupando su territorio, pescando en sus aguas o explotando sus minas de fosfatos y hierro, mientras ellos viven en el desierto sin nada”, dice. “Pensamos que tenemos que contribuir a hacer algo distinto de lo que hizo España, porque las familias que acogen niños están haciendo más que el Estado español”, insiste. “España tiene que cumplir con su responsabilidad como potencia colonizadora y llevar a cabo la descolonización adecuada del Sáhara, tal y como mandan los organismos de las Naciones Unidas; los Gobiernos, de cualquier signo político, se han saltado la normativa internacional en este sentido”, afirma.

Marisa y Félix también acogen a estos menores desplazados que residen en los campamentos de Tinduf, en el suroeste de Argelia, “con la esperanza de que la generación que ahora tiene la edad de Nunna y Mahyub, entre 10 y 15 años, esté preparada para el futuro, para autogobernarse; queremos pensar que la ética se impondrá algún día a la política internacional y que ellos tendrán derecho a vivir en su territorio, con el mar cerca, con unas condiciones de vida dignas que no han podido tener hasta ahora, porque, repito, España lo permite y es la principal responsable de que esto esté ocurriendo”, remarca Félix, quien tiene la impresión de que muchas de las familias que acogen desconocen la verdadera realidad del pueblo saharaui.

“Ha prevalecido la versión oficial, pero esta gente está ignorada y me preocupa que no haya una conciencia clara; deberíamos estar informados de lo que pasa con los saharauis en el desierto, por qué están allí, por qué no pueden volver a sus casas, pero hay que aplaudir que cualquier persona traiga un niño, aunque si se hace con conciencia, mucho mejor, porque estaremos contribuyendo al futuro de este pueblo, ya sea en el marco de una relación con Marruecos, de una coexistencia pacífica, ya sea en una relación de independencia, de autonomía, de autodeterminación”.

Nunna, una inteligente y atractiva niña del desierto de correctos modales y elegante porte, con un punto de coquetería, vino por primera vez a La Palma con seis años. Félix y Marisa le han visto crecer cada verano junto a su hijo Ezequiel, que rebosa de felicidad con sus hermanos saharauis. “No sabía absolutamente nada de español y aprendió el idioma perfectamente, de una forma admirable”, resalta Félix, que recuerda que “cuando vio el mar por primera vez empezó a gritar y se lanzaba contra las olas; aprendió a nadar sola”. La altura de las edificaciones también le sorprendió a Nunna. “El día que la llevamos al encuentro en el Cabildo se quedó dormida en el coche porque estaba cansada y cuando se bajó, miró el edificio hacia arriba igual que cuando uno observa los rascacielos en Nueva York”.

Un punto de vista crítico

Pero esta familia tiene un punto de vista crítico y se cuestiona muchos aspectos sobre la acogida solidaria de menores saharauis. “Hay un problema moral, y es que de los miles de niños que viven en Tinduf, sólo unos pocos elegidos pueden venir, y detrás quedan otros muchos; creo que este es un conflicto que no sé cómo puede resolverse, porque esos niños vuelven con cosas para sus familias que las demás no tienen”, precisan. También en las revisiones médicas se produce una discriminación. “Es otro tema que nos preocupa porque los niños que vienen, los elegidos, son vacunados, y los que se quedan allí, no; Mahyub, que ha venido este año por primera vez, no tiene ninguna vacuna y está expuesto a la polio, a la difteria y a otras enfermedades; contribuimos, con la mejor voluntad del mundo, a crear niños privilegiados frente a otros que no lo son”, sostienen.

También es motivo de debate en la familia González-Warcevitzky qué le compran a los niños cuando regresan a Tinduf. “Qué le damos para que se lleven: juguetes sofisticados que aquí incluso son muy cuestionados, tipo consolas o playstation, o cosas que se puedan compartir con los demás, que sean duraderas y que tengan utilidad en el desierto”, se preguntan. “Nos preocupa no saber discriminar lo que puede ser útil y positivo de lo perjudicial”. “Nos han llegado a pedir una playstation, y también una olla a presión, que sí enviamos, pero la familia de Nunna la tiene y las demás no, por lo que creemos que se tendría que estar más en contacto con el Polisario para que toda la población se vea beneficiada de que estos niños vengan a este mundo; podemos estar contribuyendo a que su escala de valores se base en medios materiales”.

“Llegamos a plantearnos que no deberíamos mandar regalos a las familias, sino que los envíos se repartan equitativamente o que vayan a los colegios, porque si no creamos familias privilegiadas que sabemos que, en algunas ocasiones, venden los artículos que reciben; enviarles muchas cosas a una familia y nada a otras me parece muy cruel”, confiesa Félix.

Experiencia gratificante

La experiencia de la familia González-Warcevitzky con Nunna ha sido enormemente gratificante. “Lleva viniendo a casa seis años y podemos decir que nosotros hemos recibido más de Nunna que ella de nosotros, aunque le hemos dado todo lo que hemos podido, pero la satisfacción emocional que hemos experimentado no se paga con dinero; esperamos que para Nunna y Mahyub la convivencia entre nosotros les sirva para enriquecerse como personas y como pueblo”, apuntan.

Marisa no olvida el primer año que vino Nunna. “No sabía ni una palabra de español, y lo que hizo fue aferrarse al carrito de Ezequiel, que entonces era un bebé; iba por la calle agarrándolo de forma muy protectora”. Destaca que tanto Nunna como Mahyub “son muy educados en su comportamiento y es admirable la escolaridad que tienen, que suele ser subestimada, y quizá es mejor que en algunos países”, apunta.

Los veranos en La Salemera son plácidos, pero también hay que asumir obligaciones y colaborar en las tareas del hogar. “Tienes que 'arrearlos' por la mañana como a cualquier niño, darles la medicación y el desayuno, marcar las pautas de aseo personal, hacer las camas...Con mucho esfuerzo intentamos que ayuden en algo”, dice Marisa con cierta resignación. “En la comida procuramos que coman mucha fruta y verdura y productos frescos de los que allí carecen; actuamos igual que con nuestros hijos, así que no les compramos porquerías ni pasteles; tienen una dieta sana”.

Ezequiel, Nunna y Mahyub, un trío muticultural bien avenido, se pasan el día de casa a la playa, de la playa a casa o jugando en la plaza “con su pandilla”. “Para Ezequiel en su familia ya está incorporada la imagen de Nunna, y ahora tiene que incorporar a Mahyub”, explica Marisa. “Nos alegra mucho que se llamen hermanos, y cuando Nunna se va y mi hijo habla por teléfono con ella se vuelve loco; este año, como no sabíamos todavía el nombre del niño nuevo que venía, lo llamábamos Nunnito, y Ezequiel ya estaba con la ilusión de separar cosas para cuando llegara”.

“Este intercambio de experiencias es muy enriquecedor; se conocen otras realidades, nos permite darnos cuenta que no somos únicos y comparar cómo están viviendo en otros lugares”, resalta Marisa. “A medida que crezcan nuestros hijos también conocerán la situación histórica y política del Sáhara, pero tratamos básicamente de inculcarles la solidaridad y el sentido de compartir”, puntualiza.

Dos niños de Smara

Nunna y Mahyub, que proceden de Smara, una ciudad al noroeste del Sáhara occidental, se han adaptado perfectamente a la vida palmera, aunque tienen costumbres muy distintas, lo que ha obligado a Félix y a Marisa a marcarles una disciplina. “Allí es muy difícil hacer una vida en la calle por las temperaturas y porque no hay actividades, y aunque están perfectamente escolarizados, aquí tratamos de concienciarles de que tienen que contribuir en las tareas domésticas, que los niños tienen derechos y también deberes, y que no se puede estar viendo la tele todo el día”.

Nunna tiene ocho hermanos y quiere estudiar Medicina. En un perfecto español explica que cuando llegó por primera vez a La Palma, lo que más le llamó la atención fue “las casas, que son muy altas, y la playa”. “Ezequiel era muy pequeñito y sabía que tenía que cuidarlo”, añade. Si tuviera que elegir entre el Sáhara y La Palma para fijar su residencia, reconoce que le gustaría vivir en la Isla pero, aclara, “con toda mi familia”. “Nunna los primeros años lloraba por su madre, y en las últimas semanas ya se le nota que quieren volver; si le pones música, se emociona; se van contentos porque quieren regresar”, advierte Marisa. A la pregunta de qué regalo quiere llevarle a su familia, Nunna no duda ni un segundo: “A Ezequiel, a Marisa y a Félix”.

Mahyub, de ojos grandes y cautivadores, pasa el primer verano en La Palma y no habla español, pero Nunna le hace de intérprete. Tiene siete hermanos –antes de responder piensa y cuenta con los dedos- y quiere ser “doctor”. La playa, sin duda, es lo que más le gusta, pero aún no tiene claro si le gustaría vivir en la Isla definitivamente.

A Ezequiel, de seis años, se le ve absolutamente feliz cuando está con sus dos hermanos saharauis, y resulta divertido observar la conversación a tres bandas con Nunna de traductora. La convivencia, según reconoce el propio Ezequiel, al que Nunna le ha tatuado unos dibujos de henna en el brazo, es armoniosa, pero reconoce que se ha producido alguna disputa “por el pan”, porque es el alimento preferido de Mahyub y desaparece rápido de la mesa.

La despedida

El momento de la despedida, en septiembre, es difícil. “El año pasado fue muy complicado, muy 'acuífero', sobre todo para mí, porque no sabíamos si Nunna podría regresar –estaba en la edad límite- pero siempre nos queda la ilusión de que llegue el momento que pasen al Aiún y poder verla allí; le decimos que mantenga la comunicación con nosotros y siempre que llama lo primero que hace es preguntar por Ezequiel; pero en fin, la vida es así, encuentros y despedidas”, asume Marisa.

Los estrechos vínculos que unen a Ezequiel, Nunna, Mahyub, Marisa y Félix se evidenciaron cuando posaron para este digital en su casa de La Salemera. En décimas de segundo, los pequeños se sentaron sobre las piernas de los mayores, todos entrelazaron con fuerza sus brazos y conformaron una estampa familiar idílica, un compacto bloque humano multicultural cincelado a base de solidaridad y compromiso social.

Etiquetas
stats