“La atención psiquiátrica lleva en la Isla un retraso de 25 años respecto a Tenerife”

Félix González es jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General de La Palma.

La Palma Ahora

Santa Cruz de La Palma —

-¿A qué aluden los lemas ‘Dignidad’, ‘Ponte en mi lugar’ y ‘Conecta conmigo’ del Día Mundial de la Salud Mental?

-La ONU ha escogido el de ‘Dignidad en la Salud Mental’, aludiendo tanto a la escasez de profesionales cualificados para tratar a las personas con enfermedades mentales como a la falta de instituciones adecuadas en muchas partes del mundo, donde incluso en ocasiones se les encierra sin posibilidad de recuperación. El propio Ban-Ki Moon ha declarado que “todo el mundo tiene derecho a ser respetado y a tener dignidad. Todo el mundo tiene esperanzas y sueños”. En España, el Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra el 10 de octubre, también se conmemora bajo el lema ‘Ponte en mi lugar. Conecta conmigo’, que tiene como objetivo fomentar la  empatía de la sociedad para con las personas con problemas de salud mental.

-¿En qué situación se encuentra la asistencia psiquiátrica?

-Estamos relativamente mejor, aunque siempre vamos con retraso. La ley General de Sanidad de 1986 supuso un cambio radical en el marco normativo de nuestro país al equiparar las enfermedades mentales al resto de problemas de salud. Esto supuso la incorporación de la psiquiatría a los hospitales generales y el cierre de los hospitales psiquiátricos o manicomios. Aun así partíamos con décadas de retraso frente a otros países europeos, EEUU y Canadá, en los cuales ya se venían promoviendo reformas después de la II Guerra Mundial. Estos cambios iban fundamentalmente dirigidos a mejorar tanto la situación legal y asistencial de los pacientes como el respeto a sus derechos ciudadanos y humanos. Fue por esa época cuando se inició también el desmantelamiento de los hospitales psiquiátricos de Canarias.

-La Palma nunca tuvo un hospital psiquiátrico.

-No. El único hospital psiquiátrico era de ámbito provincial y estaba en Santa Cruz de Tenerife. Fue inaugurado en 1917 hasta que en los años 80 fue transformado tanto en su funcionamiento como de las instalaciones. Dejó de funcionar como centro manicomial en 1990.

-¿Y cómo era la atención que recibían los palmeros?

-Pues como tantas veces, se veían obligados por la necesidad a macharse de la Isla. En este caso con el agravante de que era por el padecimiento de una enfermedad mental en fase aguda. Se llevaban en un barco y algunos nunca más regresaron. De alguna manera nos libramos de los efectos devastadores del manicomio sobre las personas que padecían una enfermedad mental y que permanecían por largo tiempo vagando frente a altos muros, en gran parte sobremedicados y sin ninguna posibilidad de recuperación. Pero en el caso de los palmeros que ingresaban en el Psiquiátrico de Tenerife se añadía el drama de que su familia residía en La Palma. Unos podían visitarlos y otros no. Se favorecía entonces la dependencia por parte del paciente de la institución que le ofrecía seguridad pero le quitaba la libertad. A este fenómeno se le llama ‘institucionalización’, ‘hospitalismo’ . Por esa época muchas familias se hacían cargo en sus casas de sus familiares enfermos. Probablemente optaron por el sacrificio de asumir sus cuidados frente a perderlos en el destierro manicomial. Si saberlo, estaban tratando de aplicar sin recursos terapéuticos los principios de la psiquiatría comunitaria.

-Tiene todo esto algo que ver con la leyenda urbana que dice que ‘La Palma es un manicomio sin techo’

-Probablemente explica parte de que haya prendido ese sambenito en el imaginario colectivo. Los pacientes en La Palma eran más libres. Estaban más visibles. A veces funcionamos con razonamientos simples. Si los veo, existen. Era el caso de La Palma, estaban en sus calles, en sus pueblos, en su comunidad. Aunque sin tratamiento adecuado. En Tenerife estaban ingresados a puerta cerrada. No existían tanto en la calle. No había menos enfermos mentales. Es que no se veían. También considero que ha habido otras razones que podríamos desarrollar en otro momento.

-¿Y cuál es la situación actual?

-Se repiten las carencias. Como comentaba antes, a partir de 1990 se crean en el mismo edificio del antiguo manicomio unidades hospitalarias de media y larga estancia. Se llaman Unidades de Subagudos (USA) y Unidades de Rehabilitación Activa (URA). Pues bien. A estos recursos se dio un carácter provincial. Es decir, para que pudieran ingresar los pacientes de las islas no capitalinas. Pero todo quedó en el papel. En la actualidad, ninguno de nuestros pacientes de la isla que necesitan por gravedad acceder a estas unidades puede hacerlo sin una engorrosa y larga en el tiempo tramitación burocrática innecesaria e injustificada. Lo que era para todas las islas de la provincia se convierte en una alternativa insular, de uso prácticamente exclusivo para quienes viven en Tenerife.

-Entonces, de nuevo, los pacientes palmeros se ven obligados a ingresar en centros de Tenerife, aunque, por otra parte, tampoco de les permite el acceso.

-Así es. Así de injusto. Los profesionales de salud mental de La Palma lo hemos denunciado repetidamente a las autoridades sanitarias y en todos los foros a los que hemos tenido acceso. Yo estimo que la sanidad en la Isla, en cuestión de recursos, ha llevado al menos 10 años de retraso respecto a Tenerife. En este caso son 25. Veinticinco años             en los que nos ha costado demasiado esfuerzo y energía que nos admitan los escasos pacientes que se ha podido beneficiar de estas unidades. Ahora, y a los hechos me remito, parece que desde los gestores de Tenerife se nos quiere cerrar definitivamente el acceso a lo que simplemente nos corresponde.

-¿Qué otras carencias presenta la atención a los enfermos mentales?

-Este miércoles lo expresábamos en el Cabildo convocados por la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales. Mencionamos que siguiendo el lema tendríamos empáticamente que ponernos en el lugar de quienes necesitan ayuda porque han sufrido algún problema psíquico y no se les está dando la respuesta adecuada ni suficiente. De los más vulnerables. De los mas desasistidos. Al respecto, hay tres aspectos que considero particularmente preocupantes, como son el escaso número de psicólogos para atender a la población, la atención a las adicciones y la infancia. Empecemos por los psicólogos. Aquí tenemos un problema nacional.  España está a la cola de Europa en número de psicólogos en la sanidad pública. Contamos con 4,5 psicólogos por 100.000 habitantes frente a media europea es de 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes. En Alemania, por ejemplo, tienen unos 50 psicólogos por cada 100.000 habitantes y en Suecia y Finlandia más de 70. Es imposible realizar un abordaje psicoterapéutico eficaz con esta proporción. Después, desde algunas instancias a veces públicas, se critica lo que denominan la ‘psiquiatrización’ de los problemas cotidianos. Claro, si quien tenemos delante es un médico con un bolígrafo y no tenemos suficientes psicólogos que nos escuchen, es probable que salgamos con más recetas de las consultas de las necesarias. Al final resulta que los trastornos mentales se están tratando fundamentalmente con fármacos aunque muchos podrían ser abordados con  tratamientos psicológicos eficaces. Como resultado, las cifras evidencian este problema: en los últimos 10 años se ha triplicado el consumo de antidepresivos y por otra parte, los hipnosedantes han pasado a ser, después de alcohol y el tabaco, la tercera sustancia más consumida en España, situándose por delante en importancia al cannabis.

-¿Y las adicciones?  

-Sabemos que los enfermos mentales mueren de media, hasta 15 años antes que la población general. ¿Y sabe cuál es la principal causa de muerte en personas con enfermedad mental? El tabaquismo. Fíjese, los americanos han estudiado estadísticamente este asunto. El 44% de los cigarrillos que se venden en EEUU los compran enfermos mentales. En Canarias contamos con un III Plan Canario sobre Drogas de vigencia 2010-2015, que con relación a La Palma no deja de ser sino un texto de incumplimientos de las administraciones sanitarias. Es necesario, siguiendo lo que establece el plan, crear las llamadas Unidades Residenciales y semiresidenciales de atención al dependiente, pero no provinciales en otra isla como están ahora. Se hace necesario acercar en la mayor proximidad estas alternativas al ámbito comunitario donde vive el paciente y su familia. Lo dice el propio Plan. Si una persona quiere dejar de consumir tóxicos y abordar alguna adicción lo tiene más difícil si vive en una isla como La Palma, porque el tratamiento en régimen de ingreso o semi-ingreso le queda lejos, en otra isla. Se repite algo similar a lo que decíamos acerca de las unidades que están en el antiguo psiquiátrico. Se nos dificulta el acceso, en este caso por lejanía. Otro aspecto a desterrar es considerar las adicciones como vicios o dependencias que el sujeto puede afrontar con voluntad. No. No se puede dejar de toser a voluntad. Las adicciones son una enfermedad que consiste en una vulnerabilidad a consumir en busca una determinada sustancia o conducta que produce recompensa en las personas que la sufren. Y esto no ocurre en todas la personas. Se estima que el 20 % de la población presenta algún tipo de adicciones. El resto no. Siguiendo con el contenido del Plan hay que integrar o normalizar la asistencia a las dependencias en la red pública del Servicio Canario de Salud. Pero la realidad se muestra adversa y tozuda para las personas que necesitan tratamiento de deshabituación. Y ya, casi finalizando la vigencia del plan, nada de estos se ha conseguido. Qué han hecho y dónde han estado los responsables de ejecutarlo. Para qué lo elaboraron.

-¿Cómo ve la infancia?

-La infancia es el cimiento de de nuestro aparato psíquico. Unas bases solidas consolidan un futuro de fortaleza o debilidad psíquica. En esa etapa se decide en gran parte cuan de estable o inestables psicológicamente vamos a ser de adultos. Lo que nos ocurre en los primeros años de vida es determinante en nuestra capacidad de gozar de bienestar. Sabemos que la personalidad, es decir, nuestra forma de ser y estar en el mundo se fragua a los 18 años. A partir de entonces nuestro carácter está prácticamente decidido. Esta decidida nuestra capacidad de tolerar la frustración, de resistir el estrés. Por eso, la infancia, una etapa que tanto tendríamos que cuidar, y está descuidada está. Nuestra comunidad sufre el azote de 30% de paro de la población activa. Cuando hablamos de proteger a los niños deberíamos considerar que un niño no estará nunca bien protegido si ve diariamente a sus héroes, sus figuras parentales, sin capacidad económica para sostener a la familia. Sufren los padres y por consiguiente sufren los hijos en una etapa de su vida en la que deben estar expuestos solamente a las preocupaciones razonables y tolerables para la edad. Es probable que si los responsables políticos de turno   tuvieran la capacidad de ponerse en su lugar, ejecutarían políticas dirigidas disminuir la brecha social entre ricos y pobres y habría más puestos de trabajo. Pero por ahora, la capacidad empática de ponerse en el lugar del que sufre y de conectar con la ciudadanía, parece estar ausente de las miras de gran parte de quienes gestionan desde lo público nuestras vidas. El asunto se complica cuando hay una enfermedad mental en la infancia. Estas dolencias muchas veces son inevitables e imprevisibles. Sufren entonces también los niños y sufren sus padres. ¿Habrá algo más angustioso que la enfermedad de un hijo? De un hijo pequeño. Aquí también los recursos fallan. A pesar de los avances conseguidos en las últimas décadas en atención a la salud mental infantojuvenil, de los excelentes equipos de profesionales que no en mucho tiempo  se han hecho cargo con vocación y profesionalidad de la atención de los menores, en un país que hasta hace poco no había reconocido la psiquiatría infantojuvenil y su sistema educativo ha ignorado que los niños también enferman psíquicamente. En cambio los ingresos de los niños en los hospitales a cargo de psiquiatría carecen de las unidades apropiadas. Hasta los 14 años ingresan en Pediatría. De los 14 en adelante en las unidades de Agudos de Adultos. Si nos ponemos en su lugar un momento, cómo nos sentiríamos si un hijo nuestro adolescente tuviera que compartir la sala de psiquiatría con pacientes en edad adulta.

-¿Cuál es la fórmula para acabar con estas situaciones?

-Pues que la administración se tome en serio el Programa de Atención a la Salud Infantojuvenil de la comunidad de Canarias que el propio SCS elaboró en el 2006. En él se establecen las bases de la atención de la Salud Mental de esta población, por las que se debe garantizar por ejemplo que los espacios arquitectónicos deberán tener en cuenta las necesidades específicas de niños y adolescentes en cuanto a funcionalidad, amplitud, seguridad, iluminación, estética, etc. También se menciona en el Plan que es necesario crear unidades de ingreso hospitalario específicas para adolescentes. Al respecto, en la propia Ley de Enjuiciamiento Civil (Artículo 763) se recoge lo siguiente: “El internamiento de menores se realizará siempre en un establecimiento de Salud Mental adecuado a su edad…”. Nada de esto se cumple actualmente.

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