El misterio Winter

Casa Winter © Ramón Pérez Niz.

Lourdes Benítez

Las Palmas de Gran Canaria —

La luz temblorosa de las velas, ilumina la mesa de más de dos metros de largo situada en el centro de la estancia; el repicar de los cubiertos contra los platos es el único sonido que inunda la estancia y alrededor del tablero, semblantes serios. Sabían que había llegado el día, era el momento de actuar. Aguardaban a que se produjera la señal para correr escaleras abajo hasta el sótano; allí cada cual sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Walter era el encargado de abrir la trampilla que comunica la mansión con el pasadizo subterráneo…”.

Este pequeño párrafo bien podría ser un hecho real, acaecido en los años 40 en uno de los parajes más recónditos de Fuerteventura. Sin embargo, estas letras sólo esconden ficción creada para este reportaje e inspirada en los misterios que se ocultan tras los muros de una construcción, que genera todo tipo de historias y leyendas.

La Casa Winter, también conocida como Villa Winter, se sitúa en la playa de Cofete al pie del Pico de la Zarza, la cadena montañosa que divide de norte a sur la Península de Jandía. Esta zona de la costa de barlovento se mantiene virgen pese al desarrollo turístico que ha sufrido la Isla en las últimas décadas. Tan sólo un antiguo cementerio abandonado y un pequeño poblado salpican de cemento un paisaje dominado por la arena, los matorrales y la mar brava.

Para llegar hasta este punto de la geografía insular es necesario emplear entre 30 y 40 minutos de camino en coche por serpenteantes carreteras de tierra, en las que es fácil encontrarse con caravanas de turistas que van de aquí para allá, entre Morro Jable, Cofete y La Punta de Jandía, buscando paisajes imponentes. El trasiego de vehículos es constante en esta maltrecha vía, desde el cementerio de Morro Jable hasta llegar al mirador de Cofete, lugar en el que el viento suele soplar con fuerza y la carretera se vuelve más estrecha. Esto provoca que los visitantes menos intrépidos den la vuelta, no sin antes dejar constancia, gracias a sus cámaras de fotos, de la espectacularidad de la costa occidental de Fuerteventura.

En este lugar alejado del mundanal ruido, se levanta la Casa que por lo extraño de su construcción ha generado a su alrededor un sinfín de leyendas, llegando incluso a servir de inspiración para varias novelas que cuentan todo tipo de historias con el trasfondo nazi como hilo conductor. Fuerteventura, de Alberto Vázquez-Figueroa, Cofete, de Ricardo Borges Jurado o El contenido del silencio, de Lucía Etxeberría, son sólo algunos ejemplos de novelas basadas en el misterio que se esconde tras los muros de Villa Winter.

Intentar novelar la historia de esta edificación requiere de un arduo trabajo de documentación y encuentros con personas que vivieron aquellos días en el sur de Fuerteventura. El escritor tinerfeño Alberto Vázquez-Figueroa, en una entrevista concedida a Canarias Ahora, explica que de la investigación previa a su novela concluye sin dudas que “allí anduvieron los alemanes, existía una barrera que no se podía traspasar y lo que ocurría en el interior, muy poca gente que esté viva lo conoce”.

“Hasta los años 50 Fuerteventura estaba dividida por una valla y no se podía pasar”, recuerda Vázquez-Figueroa, “entonces se decía que durante la Guerra Mundial, Franco había cedido toda esa parte de la Isla a los alemanes y ellos tenían allí una pequeña pista de aviación”. El escritor asegura que estas historias eran conocidas en Fuerteventura y que se hablaba constantemente de episodios que sucedían en la Casa Winter, “incluso se llegó a decir que Hitler estuvo allí en su huída, algo que no parece ser cierto; los que sí estuvieron fueron algunos jefes nazis importantes, que escapando de la guerra, pasaron por Fuerteventura con los submarinos”.

Esa barrera de la que habla Vázquez-Figueroa, es la misma que cita en su entrevista con Canarias Ahora Borges Jurado, quien recuerda que el término municipal de La Pared, en Pájara, se llama así porque, según la versión oficial, en ese lugar de la Isla “pusieron una valla para que el ganado propiedad de los alemanes no se mezclara con el majorero”. Borges Jurado cree que esa operación esconde algo turbio, porque además de construir una pista de aterrizaje para avionetas en Jandía, “intentaron hacer un puerto en Morro Jable sin mucha fortuna en aquel momento”.

Gustav Winter

La persona de la que hablan en todo momento las leyendas e historias que circulan en Fuerteventura sobre la Casa de Cofete es Gustav Winter, un ingeniero alemán nacido en 1893 en Neustadt im Schwarzwald, una aldea de cabañas de leñadores del interior de La Selva Negra.

Recién licenciado en ingeniería eléctrica viajó a Argentina donde puso en marcha varios proyectos de pastores eléctricos en grandes haciendas ganaderas. A su regreso de Sudamérica, coincidiendo con el inicio de la Primera Guerra Mundial, el barco en el que viajaba con su primera mujer y sus seis hijos fue interceptado por la armada británica en el Canal de la Mancha, y Winter fue trasladado a un barco-prisión donde permanecería durante un año. Tras una fuga masiva de presos, Gustav consigue embarcar en un buque que se dirigía a Nueva York y desembarca en el puerto de Vigo, aprovechando una escala para recoger pasajeros.

Durante su estancia en España pone en marcha varios proyectos de centrales termoeléctricas en Ciudad Real, Zaragoza y Valencia. Y en 1925, en su propósito por seguir creciendo profesionalmente, Winter llega a las Islas Canarias como ingeniero, interviniendo en la construcción de la central eléctrica que la Compañía Insular Colonial de Electricidad y Riesgos SA (CICER) instala en la Playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria, que inaugurará cuatro años después el general Primo de Rivera.

Alrededor de 1933, se establece en la Península de Jandía donde pensó iniciar varios proyectos, entre los que destacaron una fábrica de conservas de pescado, una piscifactoría, e incluso una pequeña flota de 11 barcos pesqueros que pensaba traer desde Francia: pero nunca fructificaron. Manuel Ros Agudo, en su libro La guerra secreta de Franco, cuenta que “en realidad el proyecto de Winter era mucho más ambicioso. Pretendía industrializar la desértica isla de Fuerteventura, iniciar su electrificación y montar, además de la industria de pesca con su pequeña flota propia, una fábrica de cemento”. Y aclara las dudas sobre la implicación de Winter en una trama militar afirmando en su libro que “el objetivo primordial alemán no era desarrollar simples actividades de pesca, pues en caso de guerra sería imposible transportar las capturas a Alemania, sino hacerse con un punto de apoyo discreto en Canarias, para el suministro a sus unidades navales”.

En su expansión en el sur de Fuerteventura, firma en 1937 un contrato de alquiler de toda la Península de Jandía con los herederos del Conde de Santa Coloma. Ese mismo año, Winter viaja a Alemania con el objetivo de lograr la financiación necesaria y poner en marcha un nuevo proyecto, para el que necesitaría la ayuda de expertos traídos expresamente desde su país. Este personal se encargaría de reconocer la costa majorera, hacer fotografías y elaborar mapas de calas recónditas.

Según algunas investigaciones, durante este período hay evidencias de la entrada en la Isla de ciudadanos alemanes, para desarrollar proyectos que denominaron económicamente importantes para el Tercer Reich. Con la construcción de la valla que divide la Isla y la militarización de la zona sur, todos los majoreros que vivían en las tierras arrendadas por Don Gustavo, como era popularmente conocido, fueron desalojados. Sólo se les permitía regresar a la zona sur para participar en la construcción de un lugar, del que nada podían contar.

Corre el año 1940 cuando empieza la construcción de la Casa Winter. Dado lo escarpado del terreno y lo complicado que resultaba trasladar los materiales necesarios para la obra, algunas investigaciones apuntan a la utilización de prisioneros de guerra que Winter pudo traer expresamente desde Alemania; otras teorías hablan de los presos políticos del campo de concentración de Tefía, como los encargados de construir la carretera que lleva hasta Cofete.

Borges Jurado teoriza sobre la posibilidad de que alguien diera dinero a Winter para hacerse con la totalidad de Jandía, antes de la Segunda Guerra Mundial. La única duda que le surge al escritor es el fin de la compra, “lo cierto es que al principio aparecía él solo como testaferro, porque además, los extranjeros no podían tener grandes propiedades en España”. Pero en 1941, Don Gustavo figuraba como administrador único de la sociedad Dehesa de Jandía S.A., propietaria de la Península de Jandía. Con la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la caída del ejército alemán a manos de los aliados, Winter se encuentra con una construcción secreta aún sin finalizar.

Por estas fechas, Inglaterra cree que Winter trabaja como agente especial para Alemania en Canarias; e incluso su nombre junto con el de otros 103 alemanes, aparece en una lista negra del espionaje alemán fechado en 1945. Con este documento, redactado por los servicios de espionaje de los aliados, principalmente Francia, Reino Unido y Estados Unidos, y remitido por el Departamento de Estado norteamericano al ministro de Asuntos Exteriores, Alberto-Martín Artajo, se pretendía exigir al General Franco la expulsión de todos ellos y su entrega a Alemania para que fueran juzgados. El periodista César Javier Palacios, en su publicación Realidad y leyenda de Gustav Winter: Señor de Jandía asegura que todos los integrantes de esa lista negra “consiguieron el amparo del régimen franquista; ninguno fue repatriado y los más influyentes incluso lograron la nacionalidad española, como la consiguió Winter”.

En 1947 regresa a Fuerteventura de un viaje a Alemania con una ingente cantidad de dinero con el que poder terminar la Villa. Además, planea plantar 100.000 pinos canarios en la ladera del Pico de la Zarza y se dedica al cultivo de tomates, un negocio que tuvo que abandonar por las complicaciones que le generaba tener que sacar el género de la Isla, a través del puerto de Gran Tarajal. Winter probó entonces con el ganado, llegando a poseer siete mil cabezas de cabras y ovejas, que le permitían producir un queso de gran calidad bajo el nombre de Dehesa de Jandía.

El éxito le llegó de la mano del turismo. Siguiendo los pasos del sur de Gran Canaria, Winter decidió volcarse con un sector que prometía dejar en la Isla importantes beneficios económicos; para ello comenzó por derribar la valla que años antes había construido para separar el norte del sur de la Isla. A partir de ese momento, inició una campaña publicitaria en Alemania en la que mostró las excelencias de Jandía a sus compatriotas y buscó inversores para la construcción de hoteles.

El paisaje entusiasmó a los nuevos visitantes y tanto es así que en la actualidad, Alemania se ha convertido en el principal país emisor de turistas a Fuerteventura.

La casa

La Villa Winter es una edificación de dos plantas en forma de U que se levanta sobre un terreno árido, posiblemente infértil, cerca de una de las playas más inhóspitas y espectaculares de todo el archipiélago canario.

Palacios explica en su publicación que “la edificación en principio tan sólo era un viejo granero construido hacia 1940, sótano del nuevo edificio levantado a partir de 1946, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial. Que nunca llegó a concluirse. Que lo utilizaban esporádicamente, pues la residencia principal la tenían en Morro Jable pero sobre todo, en Las Palmas de Gran Canaria. Y que incluso Winter llegó a valorar la posibilidad de acondicionarlo como colegio bilingüe hispano-alemán, para que estudiaran en él en régimen de internado sus hijos y otros jóvenes, razón por la que disponía de amplios salones y cocinas”.

Esta construcción no sigue un estilo arquitectónico en particular, aunque llama la atención la torre situada en uno de los laterales y que crece por encima del edificio principal, dominado por una balaustrada de madera y cinco arcos de medio punto. Dos de los cuatro pisos de la torre son inaccesibles y para subir al punto más alto en la actualidad, dado el deficiente estado de conservación, es necesario hacer uso de una pequeña escalera de mano. La torre, en una de las zonas que aún se pueden visitar, esconde una gran caja eléctrica que hace sospechar la existencia de algún tipo de maquinaria que requiriese gran potencia; y desde sus ventanas se aprecia toda la costa de Cofete, un lugar perfecto para aislarse y disfrutar de la soledad.

En el interior de la casa, largos pasillos que esconden un incontable número de habitaciones: las del sótano permanecen tapiadas, tal vez con el fin de evitar mostrar lo que esconden en su interior o como mera medida de precaución ante las constantes visitas de curiosos tratando de conocer más sobre la Casa. A pesar del abandono no se han borrado las huellas que los alemanes, según Borges Jurado, dejaron en el edificio, “era una construcción muy lujosa, tenía detalles como una chimenea, un salón enorme e incluso un ascensor para llevar la comida desde una planta a otra”.

El edificio tiene un patio interior que hace recordar a las construcciones canarias, tal vez como un guiño a las Islas de la persona que ideó esta misteriosa construcción. En él, la cabeza de un cocodrilo tallado en madera a modo de gárgola; puertas con el emblema de los Winter y los únicos rastros de vegetación de la zona: algunas plataneras que sobreviven con el paso de los años gracias al cuidado de las dos personas que aún habitan el lugar.

En el exterior, cerca de la entrada de la Villa, restos de raíles en dirección a la montaña; y unas vagonetas de la empresa alemana Krupp dejan constancia de los intentos de Winter por comunicar Cofete con Morro Jable. Lo intentaría a través de las montañas y poder hacer uso del puerto que planificaba construir en Morro Jable, mucho más favorable para la navegación que la costa occidental de Fuerteventura. Para lograrlo, Winter provocó algunas explosiones que los más viejos del lugar llegaron a escuchar, desde diferentes puntos de la geografía insular.

Vázquez-Figueroa es uno de los visitantes ilustres que ha tenido esta casa. Y se decidió a visitarla al conocer las historias que se contaban en Fuerteventura; e incluso, cuando acabó de escribir la novela Fuerteventura, quiso hacer una película; pero la situación actual del cine español evitó que su sueño se hiciera realidad.

El escritor recuerda con pena el estado en el que se encuentra la casa y sueña con que alguien la pueda recuperar para el turismo. Se siente orgulloso porque “cuando escribí la novela el tema estaba olvidado y a mi me gustan las cosas que están olvidadas porque las vuelvo a recuperar”. En su recorrido mental por los pasillos de la Casa Winter, reflexiona en voz alta y reconoce que “a nadie se le ocurre hacer un caserón como aquel en un lugar tan perdido. Si ahora para llegar te juegas la vida, en los años 40 debía ser mucho más peligroso. Algo muy importante tenían que esconder, para construir ese monstruo escondido en un sitio absolutamente inaccesible”.

En Fuerteventura, cuenta la existencia de la Casa y el uso que se le daba. De su investigación previa concluye que “los servicios secretos ingleses estaban vigilando la villa de Cofete porque sabían que allí había muchos altos cargos alemanes, que además recibían visitas de mujeres muy guapas”. Un material que califica de “estupendo” para escribir una novela que no tenía la intención de ser histórica.

Pero Vázquez-Figueroa no es al único que ha visitado la casa. En Internet se pueden encontrar algunos montajes de vídeo, con músicas cargadas de misterio, que hacen un recorrido por las zonas que aún permanecen abiertas a las personas que visitan la Casa. Jesús es uno de esos curiosos que pudo entrar; fue varios años y recuerda que aquella visita “nos pareció sorprendente no sólo por el aislamiento de la casa o lo duro del clima en este cara de la Isla, sino también porque en su entorno, que si por algo destacaba era por su aridez, no parecía que hubiese nada, o prácticamente nada, que proporcionase el sustento básico para vivir allí”.

Una historia que alimenta las leyendas

La falta de documentación y el boca a boca, han hecho de La Casa Winter lugar de visita obligado para todos aquellos que buscan transportarse en el tiempo y soñar con historias de nazis, submarinos y pasadizos secretos.

La fantasía popular da para mucho y ni los hijos del difunto Winter quieren oír hablar del tema. Uno de ellos, Gabriel, con el que Canarias Ahora trató de comunicarse dijo estar “cansado de esta historia, no quiero volver a hablar de ella”. Su hermano Juan Miguel, llegó incluso a anunciar en 2008 el inicio de acciones legales contra un programa de televisión, por verter informaciones en las que se acusaba a Gustav Winter de haber sido carcelero en los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau.

La elección del lugar en el que se construyó la Villa es el principal origen de los rumores. Cuenta la leyenda, que los terrenos sobre los que se levanta la casa tienen la misma forma y proporción que la isla de Fuerteventura, y que el edificio se sitúa en el mismo lugar del terreno que la posición real que la Villa ocupa en la Isla.

Las fábulas cuentan además, que el edificio se levantaba sobre una gruta que se comunicaba con otra edificación cercana a la playa de Cofete, para cuya construcción se utilizaron materiales similares. Podría tratarse del bar del pequeño poblado cercano que, al igual que la Casa, tiene algunas habitaciones tapiadas y elementos propios de la época que ayudan a mantener vivas las leyendas, como un viejo Dodge americano que tuvo que llevarse por piezas a lomos de un camello.

Pero sin duda los elementos decorativos, todo un alarde de riqueza y suntuosidad, dan pábulo a uno de los rumores que más fuerza tiene: la posibilidad de que La Casa Winter fuera residencia de oficiales de una base de aprovisionamiento de submarinos nazis. En esta teoría encaja la presencia de la torre, lugar de vigía para las avionetas que aterrizaban en la pista construida en Jandía o como punto de orientación de los submarinos.

La leyenda de la Casa Winter siempre ha estado ligada a la presencia de submarinos en aguas canarias durante la Segunda Guerra Mundial. Cuentan que la Villa de Cofete fue utilizada como refugio de altos mandos del ejército nazi que acudían hasta este lugar apartado para descansar, después de largos períodos destinados en sus submarinos; e incluso que un túnel subterráneo unía el sótano de la casa con la costa, lugar por el que se avituallaban los sumergibles alemanes, extremo este harto complicado dada la escasa profundidad de las aguas en esta zona de la Isla.

Lo cierto es que Canarias se había convertido en lugar habitual de provisión de submarinos alemanes y aliados, que en sus largas travesías por el Océano Atlántico, encontraban en el puerto de La Luz y Las Palmas y el de Santa Cruz de Tenerife, el lugar ideal donde hacer paradas técnicas para cargar combustible y alimentos.

Algunos de estos submarinos terminaron hundiéndose en aguas canarias. El U-118 mandado por el capitán Verner Dreschler, fue hundido por los ingleses al norte de Lanzarote. Alberto Vázquez-Figueroa recuerda las historias que su abuelo le contaba sobre los submarinos que navegaban cerca de la isla majorera; era farero en Lobos y ante sus ojos pasaron varios sumergibles durante esta época. Cuenta que “los submarinos se quedaban entre Fuerteventura y la Isla de Lobos porque el agua era más tranquila y más clara”. Lo que pudo posibilitar que el navío inglés Rochester acabara con el U-135 en aguas de Fuerteventura.

La amplia documentación que Alemania aún conserva sobre submarinos permitió a Ricardo Borges Jurado hacer una investigación profunda en la que pudo concluir que nunca hubo una base de submarinos en Cofete, o al menos nunca fueron registrados los movimientos de sumergibles cerca de la costa occidental de Fuerteventura. “En 1963 se hundió un submarino cerca de Vecindario y luego lo reflotaron; el resto de submarinos sólo pasaban por las Islas para repostar en los puertos de Gran Canaria y Tenerife”.

Algunos investigadores y escritores se han hecho eco de las hipótesis más inverosímiles. Ros Agudo asegura en otro fragmento de su publicación que la casa tenía acceso directo al mar y a unas grutas submarinas de gran profundidad; cuenta que “el lugar se prestaba de forma ideal para el suministro de combustible y torpedos a los submarinos alemanes, o como punto de descanso para las tripulaciones entre misiones”.

Estas tripulaciones no quedan muy bien paradas en La lista negra del periodista José María Irujo. En él, cuenta que Winter era uno de los agentes más eficientes y comprometidos de la Abwehr, una organización de inteligencia militar alemana del Estado Mayor de las fuerzas armadas alemanas entre 1921 y 1944; y la casa de Cofete el lugar donde los oficiales de los submarinos que fondeaban cerca de la playa remaban hasta la orilla y acudían al caserón, ataviados con sus uniformes de gala, y donde les esperaban largas noches de sexo, alcohol y música.

Historias en ocasiones improbables que siguen alimentándose con el paso de los años, y de las que nunca podremos conocer cuánto de verdad tienen y cuánto de ficción. Una ficción que mantiene a Cofete en la memoria de los majoreros como el lugar donde se produjeron una serie de hechos insólitos, que sólo conocen con certeza los que tuvieron la oportunidad de habitar entre los maltrechos muros de la Casa Winter.

La leyenda sigue creciendo

Son muchos los que cada día visitan la Casa Winter en Cofete y al llegar son recibidos por Pedro, el sobrino de las dos únicas personas que llevan viviendo en la Casa desde que se construyó, y que conocen todos los secretos que esconden sus paredes desconchadas, algunas incluso a medio derruir.

Pedro se encarga de cuidar a sus tíos, dos nonagenarios que tienen la Casa en usufructo y a los que los nuevos propietarios quieren desalojar. Ellos se niegan; desde que son adolescentes han vivido entre esas cuatro paredes y no sabrían desenvolverse en un lugar que no sea la Casa Winter, su hogar durante tanto tiempo.

Durante años fueron los encargados de recibir a los curiosos que querían acceder a la vivienda a cambio de una pequeña propina. En la actualidad Rosita aún sigue aceptando el dinero de los turistas que se acercan hasta su casa. Sin pensión, es la única entrada de dinero que tiene este matrimonio. Desde hace un año, se han encargado de transmitir a su sobrino todo lo que han vivido en la Villa, desde los momentos más felices hasta las historias más sórdidas.

Canarias Ahora ha podido hablar con tres personas asiduas a esta Casa. Administran la página de Facebook En la mirada de un isleño siempre se ve la mar y conocen de primera mano las historias que cuenta Pedro, aleccionado por su tía Rosita.

“Miedo” es la primera palabra que sale de la boca de una de estas personas al hablar de la Casa; pronto otra de ellas le interrumpe y habla de “curiosidad y ganas de conocer más”. Lo cierto es que esta construcción no deja indiferente a nadie y más cuando con sus propios ojos han visto todo tipo de objetos que, lejos de desmentir a aquellos que hablan de presencia nazi en Cofete, lo confirman.

“Pedro nos enseñó baterías de submarinos que guardaba dentro de la casa”, recuerdan, “también vimos mesas con símbolos nazis, que tenían águilas labradas en los cajones. Por fuera de la casa había un espacio a modo de jacuzzi, justo encima de lo que serían las mazmorras, la zona de castigo donde Pedro nos explicó que había cadenas, grilletes y hasta un casco con pinchos en el interior, que podían apretarse para torturar a la persona que lo portara”. Al parecer, esta zona donde se practicaban diferentes formas de tortura, era habitual zona de juegos de los niños de los cuidadores de la casa.

En la parte superior de la casa, estas tres personas pudieron ver diferentes habitaciones a las que sólo se podía acceder poniendo un tablón entre dos ventanas y que tenían la función de pequeño hospital. En él, algunos militares se sometían a operaciones de estética para modificar su rostro y no ser reconocidos después de la guerra. “Las habitaciones tenían una cama, una silla y una mesa; vivían ahí ocultos del sol para que no se les quedaran las cicatrices después de la operación”. En este punto de la conversación recuerdan un nombre, el doctor Mengele, tristemente célebre por ser el encargado de hacer los experimentos más insólitos con los prisioneros.

La cocina es una de las zonas peor conservadas; sus paredes podrían esconder algún pasadizo o habitaciones ocultas, pero el mal estado no permite comprobarlo. Tiene numerosos desprendimientos y aún se puede ver un horno que domina el espacio. Pedro asegura que la temperatura que alcanzaba es similar a la de un horno crematorio y según contó a las visitantes “hubo un tiempo en el que desaparecieron muchas personas del pueblo y se especula con que fueran a parar a ese horno”.

Y en el sótano, lo más insólito de la visita guiada: la sala de operaciones. En este lugar es imposible entrar porque según cuenta Pedro a los visitantes “es posible que haya unos censores en el techo de los que puede salir gas tóxico”. De hecho, han pedido la colaboración de expertos de la Universidad de la Laguna para conseguir instrumental científico que permita descubrir hasta qué punto es real esta teoría.

Desde hace un año, Pedro trata de mantener intacta la memoria de la casa, reconstruyendo algunas zonas y redecorando con muebles propios de la época. Lo hace para mantener viva la historia de Fuerteventura y evitar que sus tíos sean desalojados de la propiedad.

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