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Desactivando la masculinidad machista

Desactivando la masculinidad machista

Nanda Santana

Las Palmas de Gran Canaria —

Editado en enero de este año por Planeta, El hombre que no deberíamos ser. La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando se asemeja a los opúsculos de Chimamanda Ngozi Adichie en que son claros, breves y fáciles de entender. Intensos y concentrados como el primer café del día, no hay paja en sus páginas hasta tal punto que prácticamente la totalidad de su contenido es carne de subrayador de colores. Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba, miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, hijo, padre, Octavio Salazar cuenta periódicamente sus impresiones en su blog.

Ahora, este heterodoxo jurista define en menos de cien páginas el perfil de ocho clases de hombres (poderoso, ausente, violento, dominante, depredador, precario, esclavo e invulnerable). Al reflexionar sobre el primero, recuerda que “cualquier análisis que hagamos relativo al género debe ser un análisis sobre el poder y la distinta experiencia que mujeres y hombres tenemos de su ejercicio”, para asegurar después que “si efectivamente deseamos que nuestras democracias funcionen de otra manera y consigan al fin la igualdad real, necesitamos un modelo diverso de hombría que deje atrás la omnipotencia de quien se sabe sujeto privilegiado y que sea capaz de reconocer a sus compañeras como equivalentes (…) No debemos olvidar que nuestro protagonismo en lo público se ha construido siempre sobre el silencio de las mujeres”.

En cuanto al hombre agresivo, “tiene incorporada la violencia como parte de su identidad. Esta, junto con la posesión de poder y la negación de lo femenino, vendrían a conformar el triángulo perverso que ha servido durante siglos para perpetuar la subordinación de las mujeres”. Y concluye recordando que “los asesinatos y agresiones físicas son la expresión más extrema de ese poder violento masculino, pero eso no quiere decir que sean las únicas. Son mucho más difíciles de detectar las violencias psicológicas, las presiones de todo tipo que muchos hombres ejercen a diario sobre sus parejas, el acoso en el ámbito laboral o la humillación con que en muchos casos se trata a la mujer. La simple devaluación de su persona, de sus potencialidades y su autonomía, el control sobre sus movimientos son formas de violencia”.

“En este país habría que ubicar la maternidad como un asunto político. Y liberar a las mujeres de la carga que supone para ellas responder a lo que la sociedad continúa entendiendo qué implica ser una buena madre”

Explicados estos ocho modos de ser hombre, Salazar propone, a renglón seguido y como traca final de un libro que se lee -y se subraya- del tirón, diez claves para la revolución pendiente, “la que deberíamos protagonizar los hombres en cuanto sujetos necesitados de revisar nuestra manera de hacernos y, con ella, las estructuras de un mundo que sigue organizándose a partir de unas relaciones asimétricas entre mujeres y hombres (…) Si efectivamente deseamos que nuestras democracias funcionen de otra manera y consigan al fin la igualdad real entre mujeres y hombres, necesitamos un modelo diverso de hombría que deje atrás la omnipotencia de quien se sabe sujeto privilegiado y que sea capaz de reconocer a sus compañeras como equivalentes”.

Nada más abrirlo, va escrito un deseo, el de que Lucía, Óscar y Abel, sobrina, hijo e hijo de su pareja, respectivamente, habiten un mundo ecofeminista. También se lee una cita de Joumana Haddad en Superman es árabe: “Lo que ahora se necesita, al lado de la revolución femenina, es una revolución masculina; radical, estructural, no violenta y sin consignas, capaz de difundir nuevas formas de relación, más maduras y satisfactorias, entre los dos sexos”. Y una reflexión: “Es urgente que los sujetos que nacemos como varones, y a los que este simple hecho biológico nos continúa situando en una posición privilegiada, empecemos a asumir una serie de retos desde los que transformarnos y transformar la realidad en la que vivimos”. Para terminar (el libro, porque el trabajo de reconstruirse hay que empezarlo), una propuesta con la que concluye: “Un decálogo para un proyecto de nueva subjetividad masculina”. No sin antes insistir que junto a esa revolución personal se requiere, en paralelo, otra que haga “saltar por los aires el orden político y cultural que constituye el patriarcado”.

– En el primer capítulo, El hombre ante el espejo, propone empezar un trabajo conjunto para ir sentando las bases de un nuevo pacto de convivencia. Y recuerda lo que escuchó en un película japonesa, que “este mundo sería muchísimo mejor si los hombres, antes de ser padres, fuéramos abuelos”. ¿Qué quiso decir exactamente?El hombre ante el espejo

– He recordado mucho esa frase al vivir de cerca la propia experiencia de mi padre al convertirse en abuelo. Vi cómo esa etapa de su vida le llevaba a transformar su masculinidad tradicional, a hacerse más empático, más emocional, más cuidador… Por eso me parecía muy gráfica la imagen, al pensar en todos los resortes que mi padre había puesto en funcionamiento al convertirse en abuelo, que antes no había desarrollado.

– Superar el patriarcado y la cultura que lo sostiene, que es el machismo. ¿Por dónde empezar, o más bien, por donde continuar la tarea de desmontar y destruir este secular y resistente sistema?

– Hay que empezar por desmontar las estructuras de poder que sustentan el patriarcado, al tiempo que los hombres hacemos una urgente tarea de deconstrucción y superamos el modelo de masculinidad hegemónica durante siglos. Ha llegado el momento en que los hombres asumamos nuestra parte de responsabilidad en el cambio y en que nos tomemos en serio, todos y todas, que para llegar a una sociedad efectivamente igualitaria tenemos que superar no solo el gobierno de los hombres sino también el gobierno de forma masculina.

– Habla de cuatro tipos de masculinidades, en función del grado de machismo que manifiestan. La más machista, la del hombre que construye un discurso legitimador de su reacción frente al avance femenino; la de los varones que siguen en el mismo lugar que sus padres y abuelos, sin cuestionar su posición de privilegio e instalado en la comodidad de detentar el poder; la de quienes han cambiado parcialmente actitudes y comportamientos y, por último, la de aquellos que han asumido como algo suyo la lucha por la igualdad, iniciando una revisión crítica de su identidad. Usted afirma que rara vez se dan en estado puro en cada hombre. ¿O sí?

– Yo creo que en muchos casos sí que es posible identificar un neomachista, o un hombre tradicional, o un nuevo padre… Pero sí que es cierto que todos, incluso los que como yo tenemos conciencia de este tema, arrastramos tal carga machista desde hace siglos que irremediablemente reproducimos comportamientos, actitudes, o a veces simples palabras, que indican que aún estamos en proceso de cambio. Por eso, entiendo que haya muchos hombres que estén a mitad de camino entre un grupo u otro.

– Dedica el grueso de las páginas a explicar las distintas clases de hombres, el poderoso, el ausente, el violento, el dominante, el depredador, el precario, el esclavo y, por último, el invulnerable. ¿Cuál abunda más en España?

– No he hecho un estudio sociológico como para contestar con datos firmes. Pero parece evidente que el poder continúa siendo muy masculino. Ellos son la mayoría de las personas poderosas en este país. Lamentablemente también hay muchos que usan la violencia de manera habitual, como también todavía hay bastantes que continúan ausentes de los trabajos domésticos y de cuidado.

– Presenta el triunfo de Trump como resultado de una alianza entre “el patriarcado más rancio y el neoliberalismo más salvaje”. Junto a Putin, representa el contramodelo, el hombre que no deberíamos ser que da título al libro. ¿Tenemos también nosotros en España nuestro particular contramodelo?

“Legitimar la prostitución es normalizar y legitimar no solo la trata de mujeres, su explotación, sino también la idea de que ellas están para satisfacer nuestros deseos y necesidades”

– Hay muchos ejemplos en la vida pública española que representan, desde mi punto de vista, lo que no deberíamos ser. Una buena parte de nuestra clase política, de cualquier ideología o partido. El machismo es transversal. Ahí están Rafael Hernando del PP, o incluso algunos representantes de la “nueva política” que reproducen liderazgos muy masculinizados. Pablo Iglesias, por ejemplo, reproduce con frecuencia, aunque solo sea en su puesta en escena, pautas de la vieja política. Espero que el hecho próximo de su paternidad le haga revisar algunas cosas.

– ¿Qué le parece el cambio radical de discurso de destacados dirigentes del PP en relación al feminismo y su necesidad, en los días previos e inmediatamente posteriores al 8 de marzo, la huelga y las manifestaciones feministas?

– Me parece una pose. El feminismo no es algo tan simple como ponerse un lacito morado; no es una simple etiqueta. Es un compromiso político y ético muy profundo que yo no veo que se traduzca en las políticas que adoptan. Lo que está pasando con el Pacto de Estado contra la violencia de género es un buen ejemplo de ello.

– La actriz feminista Leticia Dolera, que acaba de publicar Morder la manzana: la revolución será feminista o no será, señala la educación y la cultura como ámbitos de transmisión de estereotipos. En una mesa redonda sobre tratamiento informativo de la violencia de género se afirmaba que es en los contenidos de la industria del ocio y entretenimiento donde hay que poner el foco, más que en noticias y reportajes, incluso aunque cuenten con un excelente tratamiento informativo…Morder la manzana: la revolución será feminista o no será

– Evidentemente, la cultura continúa siendo un ámbito decisivo en la reproducción del machismo. La cultura en sentido amplio, también los saberes, la ciencia. Hay que trabajar urgentemente en cómo seguimos construyendo los imaginarios colectivos a partir del cine, la música, la publicidad, las redes sociales…

“La cultura continúa siendo un ámbito decisivo en la reproducción del machismo. También los saberes. Hay que trabajar urgentemente en cómo seguimos construyendo los imaginarios colectivos a partir de cine, música, la publicidad…”

– ¿Mira al futuro con esperanza, incluso cuando no hace mucho varios organismos internacionales señalaron que harán falta más de cien años para lograr un estado de igualdad real en las sociedades?

– Soy optimista por naturaleza, pero lógicamente cuando ves los datos objetivos de la realidad no puedes sino ser pesimista. Creo, en todo caso, que estamos viviendo un momento muy positivo en cuanto a la presencia del feminismo en la esfera pública. Y que deberíamos aprovecharlo para que no sea solo una moda.

– Habla de la necesidad de sentar “las bases de un nuevo contrato social, en el que al fin seamos sujetos equivalentes, si los hombres no estamos dispuestos a bajar del púlpito en el que hemos históricamente disfrutado de la comodidad, y de la seguridad, de sabernos con derecho a todo. Y ello pasa necesariamente por un proceso que ha de ser personal y político”.

– Claro, tenemos que revisarnos personalmente, ante el espejo, para empezar a despojarnos de las “máscaras” viriles y construirnos como sujetos liberados de las expectativas de género. Y al mismo tiempo hemos de trabajar en un nuevo pacto de convivencia en el que mujeres y hombres compartamos de manera paritaria el poder, las responsabilidades, las oportunidades, lo público y lo privado.

– Me imagino que usted forma parte de ese aún pequeño porcentaje de padres implicados en las tareas de educación y cuidado, que quieren vivir una paternidad estrechamente vinculada a las emociones y la expresión de los sentimientos. ¿Puede un hombre machista ser un buen padre?

– Rotundamente no. Porque, entre otras cosas, estará transmitiendo a su hijo un mensaje tóxico. Y porque dudo mucho que un hombre machista tenga asumidos valores relacionados con la ternura, el cuidado o la empatía.

– Y a todo esto, el acervo cultural habla de malas madres, pero no de padres malos… ¿Qué piensa de iniciativas como las del Club de las Malasmadres fundado por Laura Baena, que reivindica desmitificar la maternidad con humor y rechazo a la presión social?Club de las Malasmadres

– Esa experiencia demuestra que la maternidad continúa siendo una carga para las mujeres, mientras que para nosotros la paternidad no lo es e incluso, en el caso de las nuevas paternidades, nos da más prestigio social. Creo que en este país habría que ubicar la maternidad como un asunto político y, por supuesto, habría que liberar a las mujeres de la carga que supone para ellas responder a lo que la sociedad continúa entendiendo que implica ser una buena madre.

– Como profesor universitario y formador en Igualdad, respira y se sentirá muy cerca del discurso de adolescentes y jóvenes. ¿Cómo desactivar el machismo que tantas veces maman desde la cuna, en buena medida también por la acción de mujeres abierta o inconscientemente machistas? ¿Cómo plantear que “si queremos avanzar hacia sociedades más igualitarias tenemos que plantearnos de qué manera vivimos el amor”?

– Hay que trabajar seriamente con los y las adolescentes la educación en una afectividad y en una sexualidad basadas en el respeto del otro y de la otra, en la reciprocidad. La sexualidad debe dejar de ser un tema tabú en las escuelas. Y deben abordarse con nuestros hijos y nuestras hijas cuestiones tan urgentes como la forma en que las redes sociales pueden convertirse en un escenario de control y dominio. En mi opinión, todo esto sería incluso más importante que enseñar Matemáticas o Lengua.

– En la clave 8 de su decálogo habla de la prostitución como una institución patriarcal. ¿Qué les diría a los sectores feministas que abogan por regularizarla y contemplarla como un trabajo más?

– Me consta que es un debate abierto y complejo dentro del propio movimiento feminista. Yo me sitúo en la perspectiva del putero y me cuesta trabajo entender que haya hombres que vean normal, y por tanto legitimen, obtener placer, mediante el dinero, aun cuando la mujer con la que obtienen ese placer está siendo objeto de múltiples violencias y discriminaciones. No logro encajar ese nivel de explotación con lo que yo entiendo que es la dignidad y la autonomía de cualquier ser humano. Legitimar la prostitución es normalizar y legitimar no solo la trata de mujeres, su explotación, sino también la idea de que ellas están para satisfacer nuestros deseos y necesidades. Pero insisto, yo pondría el foco en los sujetos prostituyentes y en los proxenetas. Me parece que es también un asunto derivado de una masculinidad tóxica.

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