Filosofía del saber en unos pliegos de papel

Figuras de origami. (Fernando del Rosal).

Fernando Del Rosal

La Paz (Bolivia) —

“Esta filosofía ha trascendido de generación en generación y es justamente eso, transmitir el propio conocimiento”. Así describe Nicolás Delgado, profesor de origami en la ciudad de La Paz, Bolivia, la finalidad fundamental de esta disciplina. De entre los significados emanados de este arte, que se erige como una forma de vida en sí misma, “ha trascendido el tema de la paz”, prosigue el maestro, artífice y conductor de un taller de seis meses de duración que ha concluido con un acto de reconocimiento de la Alcaldía paceña a la labor social y artística del origamista y de sus 19 alumnos, que van desde los ocho años hasta edades más adultas.

En ese lapso de tiempo, los jóvenes aprendices han alcanzado niveles técnicos y creativos notables que se conjugan con la experiencia terapéutica que acompaña a esta peculiar manufactura, y que “sirve para hallar un espacio de paz” en un ejercicio de desarrollo que apela a lo espiritual.

El origami es el arte del plegado de papel. Ranas, grullas, mariposas, cisnes, dragones acuden a la mente cuando se piensa en origami; pero Delgado y sus alumnos ponen del revés el imaginario popular, apropiándose de la técnica para dar vida a todo un universo de diversidad en las formas y los significados. Este arte tiene alrededor de 1.400 años. Nace en Japón, en un marco simbólico y religioso. “Justamente aparece con la idea de trabajar el papel para la obtención de formas, partiendo de lo más abstracto hasta llegar a lo artístico”, describe Delgado.

Acunado por el sintoísmo, una rama nipona de la religión animista, mediante el origami “se realizaban ofrendas a partir de estas formas de papel”, describe Delgado, figuras que representaban animales y también formas poliédricas, concebidas para cobijar en ellas el aroma del incienso y de otros derivados de las plantas.

La historia misma del origami trasluce una “filosofía de la transmisión”, puntualiza Delgado, cuyo ejemplo es fiel reflejo de ello: enseña y divulga la técnica desde hace 24 años en Bolivia y más allá de sus fronteras, por ejemplo, en la televisión argentina, e impartiendo clases y talleres a escolares, adultos y personas mayores. Fue un Delgado niño el que recogió el testigo de manos de su madre; es el Delgado adulto quien hace lo propio con sus alumnos.

Así comparte “una pasión”, como él mismo argumenta: la del “arte en papel”, que experimentó en profundidad durante sus viajes a Japón y recuperó para difundirla en su Bolivia natal al crear la Sociedad Boliviana de Origami, de la que es fundador y presidente y con la que continúa “remando en un barquito de papel”, como él mismo indica. El caso de la Alcaldía, que presta ahora su apoyo al taller del origamista, es el que más orgullo le produce.

Delgado es oriundo de Tarija, de donde llegó con cuatro años a La Paz. El profesor rememora cómo en Navidad, en “un pequeño cuarto con bolsas de cemento”, su madre lo inició en la disciplina milenaria para montar todo un nacimiento, con su niño Jesús, su Virgen María, su San José, su mula y su buey. Un Belén hecho a base de papel y cuyas figuras fueron por vez primera fruto de su pericia con la papiroflexia.

“La Alcaldía ha reconocido este arte, lo que ha dado pie para que esté en diferentes espacios urbanos”, subraya Delgado, quien ha propiciado la celebración los pasados meses de octubre y noviembre del festival Origami por La Paz Maravillosa, con motivo del Día Mundial del Origami. “Pienso, como, duermo… todo lo que hago es pensando en origami”, confiesa. “Personalmente es un estilo de vida”. Delgado imparte clases de origami en el Colegio Ecológico Utasawa, radicado en la zona de Achumani. Allí transmite “el arte del origami ligado a una enseñanza del reciclaje”.

Mensaje de paz

Sadako Sasaki fue una niña japonesa que con dos años quedó expuesta al bombardeo atómico que tuvo una población civil como objetivo militar, realizado por Estados Unidos el seis de agosto de 1945 en la ciudad nipona de Hiroshima. Sasaki, que en el momento de recibir la radiación apenas comenzaba con la aventura del saber, contrajo leucemia como consecuencia del bombardeo y falleció al cabo de 10 años. No sin antes legar un mensaje que para los japoneses, dentro de su patrimonio sentimental e histórico, ha cristalizado en una idea sobre el componente ineludible de la paz y la esperanza en sí mismas.

Durante el desarrollo de la afección que sufrió, provocada por la radiación nuclear, la niña se propuso dar forma a mil grullas de papel. Mas quedó a medio camino al momento de fallecer al dejar hechas 644 figuras que la precoz artista fabricó como un acto de fe en la creencia japonesa de que, el autor de mil grullas de papel, sanaría sus enfermedades al finalizar su obra. “Sus compañeros de la escuela”, rememora Delgado, concluyeron las restantes grullas hasta alcanzar el millar y el anhelo de Sasaki: “Paz. No violencia”. Desde entonces, la grulla simboliza esa paz que Sasaki, y con ella el pueblo japonés, pregonó como una política de Estado desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

“Trato de reflejar esto en los talleres”, relata Delgado: una filosofía sobre la paz y también sobre el cuidado del medio ambiente. Además, es terapéutico: “El hacer la figura tiene que ver con cómo te sientes en ese momento. Si tienes estrés, encuentras cómo descargarte. Es ese aura que te desprende de todo eso”, dice el profesor, que ya utilizó esta técnica con adultos mayores a través de ejercicios multidisciplinares en torno al origami y el tai-chi. La metodología del origami pasa por “concentrarte” y “tal vez así olvidarte” de ciertas sujeciones existenciales, desgrana. Una filosofía que transmite métodos de paz para alcanzarla en unos pliegos de papel.

Fusión

“Hoy en día estoy fusionando papel y plástico” y otras disciplinas como la pintura, la escultura y las matemáticas, explica Delgado, que relata cómo su tarea es instruir en la técnica para que el alumno “pueda crear lo que desea”. Se parte desde lo abstracto, de arrugar una hoja de papel para, mediante una serie de pasos, jalonar los pliegues hasta hacer tantas formas como la imaginación invente: complejos poliedros, esferas o incluso piezas de bisutería, como pendientes y collares. El grado de complejidad “no tiene límites”, sentencia Delgado.

En familia

Elizabeth Condori y Pedro Mérida son madre e hijo. “A mi hijo”, explica Condori, el origami “le da margen para que tenga mucha iniciativa”. La disciplina milenaria es un punto de encuentro donde madre e hijo se vinculan emocionalmente a través del arte, en un nexo que aúna la “versatilidad” del niño y la experiencia de la madre, como ella misma reconoce. Ambos aseguran que han consolidado su capacidad para cooperar entre sí a partir de esta actividad.

Pedro, que a sus 10 años explora las bondades del arte con su madre, extrae su propia lección acerca del origami a partir de la práctica misma: “Se tiene que ser paciente”, dice, no en vano “algunos origamistas tardan horas en hacer sus figuras”. El joven aprendiz señala sus obras mientras contabiliza el tiempo dedicado a ellas, desde los 15 minutos hasta la hora de duración. Y si bien no desdeña la importancia de cada obra, con independencia del tiempo requerido para su elaboración, subraya que el tiempo permite la agregación de detalles y, con ellos, más belleza en cada figura.

Estilo propio

La alumna Fabiola Laura Sirpa, al comenzar el curso, tomaba el origami como un hobby. Pero a medida que avanzaba en su aprendizaje surgió en ella la motivación para transmitir, a su vez, esta enseñanza a otras personas. Y es que el planteamiento del taller partió de la técnica hacia la elección de un estilo propio. Crear figuras que, en sus constructos, se alejan tanto o más de las formas orientales clásicas que acostumbramos a ver en los libros como distintas son las culturas boliviana y japonesa.

De entre las cualidades del origami, Sirpa destaca la belleza de los kusudamas, figuras geométricas de diversa factura y tan complejas como lados les quiera otorgar el origamista. Angulosas relucen con sus caleidoscópicos estampados las kusudamas o “esferas de la salud”, como se las llama en Japón, aclara la alumna. Allí se utilizan para aromatizar y generar ambientes relajantes. “Me gustan porque pueden constar de miles de piezas”, explica: “Vas pensando cómo armarlas y al principio no te sale, parece imposible. Pero al final el resultado es muy bonito”.

Premiados por el Gobierno municipal de La Paz

La alcaldía, por medio de la Dirección de Fomento a la Producción Artística Cultural del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, otorgó un certificado a cada uno de los 19 alumnos con el fin de poner en valor “el esfuerzo, la dedicación y el tiempo dedicado” al aprendizaje del origami en el taller oficiado por el maestro Nicolás Delgado, tal y como enunciaron los funcionarios municipales que hicieron entrega a los aprendices de los documentos. Los empleados municipales realizan un seguimiento periódico de los avances de los alumnos, que exponen sus creaciones.

“La idea de la Escuela Municipal de las Artes de La Paz es hacer formación de artistas”, explica Boris Clader, funcionario municipal, y de hacerlo a través de talleres con una incidencia teórica y práctica en las disciplinas del teatro, la danza, las artes plásticas o la música folclórica, como un impulso institucional para las iniciativas creadoras de los jóvenes paceños. Para ello, el Ayuntamiento cede instalaciones municipales y entrega los reconocimientos oficiales pertinentes al trabajo realizado. El taller de origami es “bienvenido” por la vehiculación que hace de una cultura oriental hacia contextos bolivianos, subraya el funcionario.

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