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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Mutilación genital femenina: no querer nacer niña

Más de tres millones de niñas se enfrentan cada año a la mutilación genital femenina.

Nanda Santana

Las Palmas de Gran Canaria —

“Podemos afirmar que la ablación es un asesinato machista, porque un porcentaje elevadísimo de niñas mueren literalmente de dolor, por shock neurogénico. Si no lo hacen, pueden morir horas o días después por la hemorragia. Si logran sobrevivir, se enfrentan según van creciendo a un día a día con dolores. Y a padecer un sufrimiento atroz cuando su marido, la noche de bodas, les raje de nuevo la zona, si de pequeñas les hicieron la infibulación (en la que se cose la herida). Por supuesto, el riesgo de fallecer en el parto es elevadísimo. Sé que oírlo suena fuerte pero es la realidad a la que se enfrentan ahora mismo tres millones de niñas por año, unas 8.000 al día. Es una cifra brutal y en Occidente debemos tomarla más en serio porque no le damos importancia”. Quien hace estas desgarradoras afirmaciones es el cirujano Iván Mañero, quien, tras 20 años de trabajo vinculado a la solidaridad y a la cooperación, decidió no solo emprender su batalla personal para erradicar esta brutal práctica, sino aprovechar su pericia como cirujano estético en operaciones de cambio de sexo para plantear el reto de reconstruir la zona mutilada.

“Fue algo natural. Yo ya atendía un orfanato, una escuela y un hospital en Guinea-Bissau. Llevábamos desde 2001 trabajando en este país al sur de Senegal. También me había acercado en España a las necesidades quirúrgicas de las personas transexuales, y me había especializado en la materia. Así que contaba con lo necesario: tenía la técnica y tenía a las niñas, que venían a la escuela o estaban en el orfanato. Implicarme en la lucha contra la ablación, para devolverles la vida y la dignidad a esas mujeres a través de la reconstrucción de los genitales fue la evolución lógica de mi compromiso”, cuenta.

Hoy, por su clínica y por la sede de su Fundación en Barcelona pasan mujeres a las que la operación les abre una nueva vida. Y también personas empeñadas en atacar la pervivencia de este ritual desde su misma raíz: las falsas creencias culturales. Con educación e información.

Cada año, el 6 de febrero se celebra el Día Internacional de tolerancia cero contra la mutilación genital femenina (MGF), una práctica irracional en la que religión, tradición y machismo comparten espacio y responsabilidad. En la que juega un factor clave la ignorancia y la desinformación. Y en cuya persistencia algo tiene que decir también el patriarcado y su afán por controlar la sexualidad femenina. En la realidad, no hay textos islámicos que hablen de su obligatoriedad; es más, la práctica es más antigua, se remonta a tiempos faraónicos. Pero apelar a la religión siempre funciona en países donde las tradiciones culturales viven desde hace décadas su particular pulso con el ejercicio de los derechos humanos. Y muy especialmente los de mujeres y niñas.

Porque la ablación, esto es, cualquier acto que, conscientemente y sin que medien razones médicas, altera o lesiona los órganos genitales femeninos, viola flagrantemente el derecho de las menores a su vida, integridad física y salud. Entre sus consecuencias, en el plano físico, hay dolores, hemorragias, incontinencia, infecciones, quistes, esterilidad y graves problemas durante la gestación; en lo emocional, miedo, ansiedad, depresión y temor a la discriminación y el rechazo social.

Socios y donaciones

Uno más uno más uno. Se trata de sumar, por pequeños que sean los esfuerzos, que en este caso no lo son porque lo mínimo se hace grande cuando se trata de mejorar la vida de seres humanos. Al igual que otras organizaciones, la Fundación desarrolla su tarea de forma simultánea en el país africano y en España, en Cataluña, donde Mañero opera altruistamente a las mujeres que dan el paso, unas intervenciones que costarían unos 2.000 euros y que sufraga la Fundación.

“Como toda ONG estamos siempre buscando más fondos, para poder desarrollar nuestros proyectos y seguir ayudando. Aunque estemos físicamente en Barcelona, la Fundación está abierta a recibir donaciones y nuevos socios desde cualquier punto de España. Y si alguna mujer mutilada que viva en otro lugar lee esto y decide que quiere operarse, que no deje de contactar con nosotros”, señala el doctor.

“Pero no se piense que hay colas para operarse -apostilla Ruth Mañero, su hermana y directora de la Fundación-. No es una decisión fácil. Las mujeres que vienen demuestran una gran valentía. Porque la presión familiar, y sobre todo social, para que se queden como están es muy grande. Las razones religiosas, culturales, la costumbre, la tradición… Todo eso pesa mucho. De hecho, tuvimos un caso, una chica residente en Canarias, que vino, pero no se llegó a operar. La presión de su entorno pudo más”, afirma.

“La intervención para revertir la mutilación no es especialmente compleja -continúa el doctor- y la hacemos mayormente por una razón médica, de salud, de calidad de vida. Pero por supuesto somos conscientes de que también se recupera sensibilidad y con ello, la mejora de las relaciones sexuales, que cambian de ser dolorosas a placenteras”. Lo que sí es difícil es cambiar mentalidades. Ahí está el verdadero reto, porque el problema es el entorno social, la pareja, la familia, sobre todo las mujeres más ancianas, que son, con los curanderos, quienes la realizan, de hecho. Y, por supuesto, los hombres. Pocos serían los que accederían a casarse con una mujer no mutilada. Algunos ya hay, por ejemplo, en Kenia donde unos cuantos varones, organizados como Asociación de Pastores de Kajiado, han empezado a protagonizar el deseado cambio cultural y están instruyendo a las familias sobre los riesgos y la propia falacia de la MGF.

Aceptar la operación es reconocer la inhumanidad de la práctica, su carácter innecesario. Es poner en cuestión una costumbre inveterada, la creencia irracional e infundada de que una niña con clítoris será una mala esposa, que quitárselo es garantizarle un futuro y dejárselo, condenarla a una vida de rechazo, abandono, exclusión y pobreza. Es también cuestionar el poder de los hombres, su masculinidad. Y poner en duda que el matrimonio y la maternidad sean la única opción vital para las niñas. Toda una revolución como para que se pueda hacer de un año para otro, aunque la ONU marque el 2030 como fecha límite. “Llevará aún mucho tiempo terminar con la ablación”, piensan los hermanos Mañero. “Pero que se logre pasa sin duda por trabajar con los hombres, que a veces no dejan a las niñas ni siquiera ir al médico, y el entorno social. Y en eso estamos enfocando ahora parte importante de nuestra labor, tanto en España como en Guinea”.

Los agentes sociales del país, la mejor vía

Y es que debido a los flujos migratorios hacia Europa, la MGF viaja más allá del continente africano. En España se realiza a escondidas y aunque la ley lo prohíbe, el respaldo jurídico sirve de poco. De hecho, en la provincia de Las Palmas ha habido cinco sentencias judiciales por mutilación genital femenina, tres de ellas condenatorias, pero ni se aplicó agravante de parentesco ni se solicitó la inhabilitación para el ejercicio de la patria potestad. Tampoco se indemnizó a las víctimas ni se aplicó el artículo 22.4 de agravante por discriminación de género.

Con todo, las familias prefieren aprovechar para hacerlo durante los meses de vacaciones estivales, cuando las menores regresan a sus países de origen. Cataluña, Madrid y Andalucía son las tres comunidades donde el riesgo de sufrir la ablación es más alto. Canarias está también en este grupo, y, de hecho, hace unos meses, la Consejería regional de Sanidad alertaba de que unas mil mujeres corrían peligro de ser mutiladas, de las más de 10.000 que el ISTAC reconocía censadas en 2015. Actualmente en España, la Fundación Wassu-UAB, con el departamento de antropología social de la UAB que dirige Adriana Kaplan, es la entidad científica de ámbito internacional que trabaja en prevención a través de la investigación antropológica y médica. Siguiendo un modelo único, hace investigación aplicada sobre la realidad sociocultural de la MGF y sus consecuencias en la salud. Con un enfoque culturalmente respetuoso, se transfiere este conocimiento a agentes sociales claves para que sean ellos quienes lo trasladen a la sociedad.

En cuanto a los políticos, coincide Kaplan con Mañero en que “hay que darles un toque y poner en marcha un trabajo consciente y riguroso para que nos tomemos en serio este trauma, y dar formación a los profesionales de atención primaria y a los trabajadores sociales”. Mañero, que participó recientemente en un espacio radiofónico de las Islas especializado en Igualdad, remarca la importancia de trabajar de forma coordinada con las autoridades y las administraciones sanitarias, porque es el pediatra, la enfermera, la matrona, el trabajador social, quienes pueden dar el primer aviso. En Barcelona, de hecho, la colaboración con las comadronas del ICS (Institut Català de Salut) y el apoyo de la Obra Social La Caixa e IM Clinic se han podido tanto detectar los casos como explicar el programa de reconstrucción a las posibles beneficiarias.

2018. Doce años faltan para 2030. Doce años para trabajar y apoyar la lucha de quienes quieren hacer de la MGF un mal recuerdo de algo que ya no existe. Un buen momento para ver Flor del desierto. Para conmoverse. Para actuar.

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