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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

De la otra Navidad sin brillos

Indigentes en Las Palmas de Gran Canaria.

Jorge Batista Prats

Las Palmas de Gran Canaria —

La crisis económica y el fuerte endeudamiento de las instituciones de gobierno han dejado las calles de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria sin la ostentación lumínica de otros tiempos. Las sombras han sustituido a los brillos salvo en los barrios más céntricos o espacios señeros para el consumo. No obstante, unos 400 homeless, sin techo, sin hogar, podrán disfrutar de la tradicional cena de Nochebuena (en algunos casos, almuerzo) en los comedores – municipales y de ONG’s – que vienen ofreciendo diaria alimentación a quienes ruedan perdidos por alquitranes y aceras sin los elementos más primarios para la subsistencia: comida y techo.

Una vez más, Cáritas lidera la atención a los marginados y así, distintas delegaciones de la Nación – incluida Cáritas Canarias – han formalizado un acuerdo estatal con la industria Cárnicas Tello para que se encargue de elaborar la cena de Nochebuena, que será servida en Las Palmas de Gran Canaria de manera altruista por alumnos del Hotel Escuela Santa Brígida. Cáritas (provincia de Las Palmas) dispone de cinco comedores donde se alojarán 300 personas: Escaleritas, Santo Domingo, San Pedro, Nuestra Señora del Carmen y Casa Esperanza, dependiente del Proyecto Esperanza de Agaete. El menú establecido constará de consomé de ave, pavo con ternera y, de postre, arroz con leche. Además, se servirán los tradicionales dulces de Navidad.

En cuanto a la acción social municipal específica en favor de los marginados sin hogar durante la Navidad, el concejal del Área de Gobierno de Cohesión Social e Igualdad, Jacinto Ortega del Rosario (Podemos), declaró a este periódico que “el centro Gánigo tiene programadas dos cenas: una, el día de Nochebuena y otra en fin de año”. Ortega insistió en que “como no podía ser de otra manera, esas cenas tienen carácter de hermanamiento y serán especiales. Nuestro comedor contará con una decoración navideña elaborada por los residentes y en estos momentos estamos estudiando el menú”. Gánigo cuenta con 30 residentes, pero es preciso hacer constar que a las cenas de Navidad acudirán 110 personas externas, con lo que el comedor será ocupado por un total de 140 personas.

Rebeldes sin techo

¿Por qué los ciudadanos ven a diario personas sin hogar en parques, playas, aceras, bancos y portales … cuando los políticos afirman que esa marginalidad está perfectamente atendida? El mismo ex alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Juan José Cardona, afirmó en varias ocasiones en el anterior mandato que “en esta ciudad, el que duerme en la calle es porque quiere”, aunque no es el PP precisamente un partido que destaque por su sensibilidad social. La respuesta a la pregunta no es fácil puesto que generalmente es afrontada desde el maniqueísmo más simplista y desde una concepción de la ayuda como sinónimo de caridad y no de proyección de futuro. Techo y comida, pero no reinserción en la convivencia ciudadana.

Los más amplios y mejores trabajos académicos etnográficos sobre los homeless, vocablo traducido posteriormente al español como sin techo o sin hogar, han sido realizados en Estados Unidos y se refieren al problema no en términos de aislamiento sino de exclusión. No en términos de alienación sino de forzada marginación. Estudios y tesis sobre la exclusión social del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET) y Universidad Nacional Patagonia Austral (UNPA) sostienen que “los primeros análisis surgieron en Francia, por lo cual operan bajo el influjo de la escuela de pensamiento de Durkheim y sus reflexiones en torno a la anomia y la cohesión social. El contexto de desempleo que sufrió Francia en la década de 1980 moldeó estas teorías, las cuales identifican la exclusión con los vectores que distancian a determinados sujetos o grupos del mercado formal de empleo y de los lazos sociales primarios”. El sociólogo Robert Castel relaciona directamente la exclusión con la desafiliación o el desmoronamiento de la sociedad salarial. Los análisis sociológicos de Castel se dirigen a la disolución del tejido social “como consecuencia de la reestructuración del mercado de trabajo y del Estado social; la exclusión, en tanto sinónimo de desafiliación, es el espacio social donde se mueven los individuos desprovistos de recursos económicos, soportes relacionales y protección social. Estas perspectivas consideran que la pobreza urbana va de la mano del aislamiento. La reestructuración del mercado de trabajo, conjuntamente con los procesos de urbanización y modernización, ha conducido a la individualización, a una atomización que amenaza los lazos tradicionales de solidaridad social”.

Ya en los años 30 del pasado siglo, los homeless eran descritos como “personas poco amistosas, aisladas de todo contacto social de naturaleza íntima y personal”. Los trabajos de los norteamericanos Snow y Anderson recogen esa visión de un problema que, de inmediato, tiene traslación a la esfera de las directrices en materia social tomadas por los políticos, con el apoyo del statu quo ciudadano. Así, el sin techo se convierte en un icono a desterrar siguiendo el despropósito argumental que se cimenta en que lo que no se ve, no existe. De esta manera deviene más importante cuidar las apariencias y sacar de las calles a los sin hogar que establecer efectivas estrategias encaminadas a devolverlos al entorno social. Además, “las ciencias sociales diseccionan a estas poblaciones del conjunto social y son las que etiquetan y estigmatizan a dichos grupos en tanto excluidos y promueven las visiones de subculturas y mundos paralelos. Las interpretaciones se tiñen de características valorativas y normativas: dichas poblaciones son juzgadas en función de cuánto se distancian de determinados criterios denormalidad –respecto de pautas de consumo, de parámetros familiares o de usos del espacio público, por ejemplo –”. No obstante, ante el problema no cabe la demagogia ni el análisis de cafetería. Los homeless, pese a no tener nada más que el cielo encima de sus cabezas, no son un colectivo fácil de conducir simplemente a cambio del óbolo de la comida y el techo al llegar la noche. Al contrario, mantienen una constante rebeldía frente a las medidas puestas en práctica por los servicios sociales. No es una sola la tesis que sostiene que “la enseñanza de la calle es que el homeless es un ser vacío, sin nada para dar, sin utilidad social, un mero receptor de la solidaridad o desprecio ajeno. Las ayudas que permiten la subsistencia de esta gente, centradas en los contactos barriales, llevan a que todo lo que el homeless gana en el plano material lo pierda en lo que a su autoestima se refiere”.

Rebeldes sin techo. “La administración pública ha delegado sus funciones de una manera tan brutal, que muchas veces los servicios sociales terminan operando como microcosmos”, señala una tesis doctoral etnográfica realizada sobre el sinhogarismo. Si bien el campo elegido fue Madrid, las conclusiones son perfectamente extrapolables a cualquier ciudad de España: “ El Estado no se ha encargado de centralizar a las diversas entidades; en ocasiones, ni siquiera logra imponer criterios básicos a unos servicios que financia, pero que no gestiona. Así, se despilfarran esfuerzos y las intervenciones son ineficientes. La falta de coordinación tiende acronificar a una PSH (Persona Sin Hogar) que, para lograr satisfacer la subsistencia cotidiana, se ve forzada a transcurrir su día moviéndose de una punta de la ciudad a otra. Loshomeless interpretan esta situación a su modo: señalan la arbitrariedad de unos servicios sociales que son percibidos como un bingo, en el cual existen pocas posibilidades de salir airoso. A mayor abundamiento, el proceso de terciarización y privatización se rige por la lógica de las licitaciones. La empresa que pasa a hacerse cargo de la gestión de los servicios es aquella que logra satisfacer los requisitos indispensables a un menor coste económico. A la mercantilización de lo social hay que sumar la presencia masiva del voluntariado, que es inversamente proporcional a la cantidad de profesionales contratados. Con su buena voluntad, esta gente posibilita que el Estado se ahorre una enorme cantidad de dinero, y muchas veces terminan realizando de mal modo las tareas que deberían estar destinadas a psicólogos y trabajadores sociales –lo cual demuestra hasta qué punto los servicios están funcionando como simples parches dedicados a lo más básico y primario: comer una vez al día y dormir en un refugio -”.

Las personas sin techo critican que los servicios sociales funcionan con la pesada rigidez de cualquier institución del Estado, sufriendo de acuerdo con ello una desesperante dinámica burocrática . “Es común que los empleados de tales centros destaquen el rechazo de loshomeless hacia los recursos, sin detenerse a meditar si éstos son adecuados para las necesidades de la población sin hogar. Dos lógicas contradictorias chocan en un mismo espacio: la burocrática –estructurada e inflexible–, y la de las PSH –cuyas vidas se caracterizan, justamente, por una incertidumbre constante–. Para tener un mayor éxito en los programas de intervención social, sería preciso una mayor flexibilidad institucional: que no siempre la PSH deba adecuarse al servicio, sino que también las entidades sean capaces de amoldarse a las exigencias de una población que tiene requisitos específicos, producto del espacio de exclusión donde residen. En ciertas cuestiones, los recursos parecen haber sido diseñados por y para unos funcionarios que no conocen las dinámicas propias de la calle. Un ejemplo: da la sensación de que muchos horarios han sido dispuestos en función de la comodidad de los empleados, antes que buscando facilitar la vida de los sin techo. De tal manera, los homeless se quejan de que tienen que almorzar a las doce del mediodía, y que para ello deben comenzar a formar cola para obtener el número indispensable para ingresar en el comedor unas dos o tres horas antes. Así, una actividad básica como es alimentarse les lleva la mañana entera”. De ese modo, el homeless se distancia de la institución creada para ayudarle y elige seguir en la calle ybuscarse la vida antes que someterse a las inflexibles reglas de la Administración. De entre ellos, los que tienen pareja o animales domésticos están en cabeza. La dureza de la cruda incertidumbre vital no puede con los sentimientos. Y la noche bajo los cartones y el cielo continúa en los mismos términos mientras algunas cuadrillas policiales recorren la ciudad tratando de eliminar las escenas que una sociedad indolente y hoy golpeada por la crisis económica no desea ver. Por estética, por asco o por miedo.

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