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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Surcos entre el cemento, pasos hacia la soberanía alimenticia

Serafín Pérez, militar jubilado en su parcela.

Eva González

Las Palmas de Gran Canaria —

La semana pasada, en la primera entrega de esta serie sobre agricultura ecológica, hablamos con auténticos militantes de otra forma de vida.  Personas que se están dejando la piel en buscar y mostrar caminos alternativos a la vorágine insostenible en la que hemos caído. Abandonaron la lucha de la ciudad  para trabajar en la tierra, de un modo sostenible. Las evidencias son claras. Hay otras maneras que no son de producción masiva con las que podemos organizarnos y alimentarnos. Lo que empezó siendo una “alocada idea” de unos cuantos inconformistas viene hoy a ser una muestra infalible del buen hacer que ha logrado incluso el apoyo y la implicación de las administraciones.  Recorremos hoy dos de los nueve huertos urbanos que gestiona el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Hace unos años era impensable encontrar en la ciudad imágenes como las que se muestran en las fotos. Guindillas, judías o papayos ante edificios,  el contraste es llamativo. Algo está cambiando,  se cuela la tierra entre el asfalto y florecen no sólo alimentos sanos sino maneras de estar y de relacionarse, no tanto a nivel de grandes producciones,  sino de autoconsumo. Los pasos son lentos pero se están dando. En estos espacios de cultivo urbanos prima la calidad y no la cantidad por lo que no hacen falta productos químicos.  Más de 150 colectivos sociales y medio centenar de particulares cultivan las trescientas parcelas repartidas en suelo urbano de la capital grancanaria.

El huerto urbano de Siete Palmas, localizado en un espacio que quedó en desuso y abandonado cuando se construyó la circunvalación a la ciudad, hoy rebosa de color y productos de la tierra.  Veintiocho colectivos sociales y algunos particulares que solicitaron una de las más de treinta parcelas que hay en Siete Palmas se benefician  del espacio donde cultivan, un trabajo gratificante, según nos cuentan.  Valoran además la oportunidad de estar ocupados y en contacto con la naturaleza.

Serafín Pérez, un militar jubilado, es uno de los particulares a quien le adjudicaron una parcela.  Ocupa la figura de colaborador en el Huerto de Siete Palmas, donde se implicó gracias a su mujer, que como él dice, “ella se entera de todo.  Vio en el periódico que abrían este espacio y que se podía solicitar el uso de las parcelas”. Ahora su mujer se queja de que tiene que bajar a buscarlo a la hora de comer porque no se despega del huerto. Él se ríe mientras explica que le gusta hacer las cosas bien hechas y que eso lleva su tiempo. “No es necesario construir una catedral, lo que bien hecho está sale a la luz”.  Nos muestra orgulloso los pimientos, los tomates, pepinos y demás frutos que su mujer cocinará y que reparte con una vecina que está en paro.  “No creas que esto no ayuda, da más de lo que parece”, dice Serafín.

Francisco Santana, responsable del Proyecto de Huertos Urbanos del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, visita regularmente éste y otros huertos.  En la cita de hoy nos explica que todos los implicados en el proyecto reciben una formación de dos meses,  así,  se les traslada toda la información necesaria para poder sacar provecho de las parcelas, sin atentar contra la salud o contra el propio ciclo natural.  “Les enseñamos a hacer el compost, ellos elaboran sus propios semilleros, plantan e incluso hacen abonos naturales. Es un proyecto que estimula a los participantes y despierta el interés de los vecinos.  Cada vez son más los que pasan por aquí y dejan las borras del café o las pieles de papas o cáscaras de plátanos y naranjas”.

En otra de las parcelas está Encarna López, miembro de la Plataforma Ciudadana en defensa de la Pobreza, recoge berenjenas y manojos de colinos.  Además de la ayuda que supone para muchas personas disponer de alimentos, hace alusión a los beneficios mentales que le aporta el huerto. “Cuando ya tenemos una cierta edad y nos metemos en esto, nos evitamos muchos problemas psicológicos.  Esto es fundamental para la mente.  Dos horas durante dos días a la semana le dedico yo”. Encarna asegura que la tierra es una maravilla.  “Es un cuerpo vivo y a veces no nos damos cuenta”. Nos llega una voz, no se sabe muy bien de donde viene…

 —“Serafíííín”.  Un día más, la mujer de Serafín, lo espera en la entrada principal del Huerto desde donde lo llama.  La edad no le permite bajar la cuesta que le traería hasta las parcelas donde estamos nosotros.  Acompañamos a Serafín hasta la entrada de la calle,  —“Te he llamado cuatro veces al móvil”;  él mira impasible el móvil, — “pues es cierto, no lo había escuchado”.  El viejillo, inmerso en sus quehaceres de hortelano, ha pasado otra mañana al sol y vuelve con una bolsa llena de verduras que le entrega a su mujer. Nos mira y sonríe, “Ella sabe bien qué hacer con esto”.

Se va también Paco Santana, terminó la visita y vuelve al Ayuntamiento. Es uno de los pioneros en el proyecto de Huertos Urbanos, y nos adelanta que en las administraciones se empieza a hablar de un posible fomento de Huertos Periurbanos. “Son grandes espacios agrícolas que se encuentran en la periferia de las ciudades. Cabría la posibilidad de rescatar esos terrenos como huertos dando lugar a la integración socio-laboral y en los que ya se contempla la parte comercial debido a la demanda de productos frescos y ecológicos”. En Gran Canaria las márgenes del barranco de Guiniguada o la zona de Los Giles podrían ser recuperadas si se llega a desarrollar la idea.

“Yo no soy político”, dice Paco, “pero creo que a todos nos gusta la naturaleza y respirar sano, cuanto más espacios verdes haya mejor para todos. Creo que no hay nadie que no esté de acuerdo en eso, por mi, seguiría fomentando este tipo de actividades”.

Nos despedimos con estas ideas de futuro que el tiempo se encargará de decirnos si son bien acogidas en la isla o no.  Nos vamos de Siete Palmas a El Lasso, otro barrio de Las Palmas de Gran Canaria. Allí nos espera José Trinidad, desde donde dejamos el coche, vemos que las infraestructuras son comunes en todos los huertos urbanos.  Cuentan con invernaderos para hacer semilleros, una zona de espacio y reunión, superficies comunes que se cuidan entre todos y donde suelen tener las plantas aromáticas y las cucurbitáceas.  También tienen contenedores adaptados como cuartos de aperos.

Nos sorprende un girasol gigante que preside el huerto, está algo marchito porque está llegando a su fin, pero es entonces cuando originan las semillas para las nuevas generaciones, — “por eso no lo hemos cortado”, nos explica José.  Nos acompaña y nos enseña cada uno de los detalles de los que se ocupan.  “Yo aquí soy feliz. Mi única preocupación es que tiene que haber una movilidad cada tres años y no sé qué va a pasar cuando transcurra ese tiempo. Me ha cambiado la vida, si me quitan esta ocupación ahora, me da algo.  Desde que estoy aquí tengo la tensión equilibrada y respiro tranquilo. Espero que haya algún tipo de renovación.”

José ha tenido distintas ocupaciones, ha realizado trabajos de topografía para el Cabildo durante años, ha sido  jugador y entrenador de fútbol y le gusta pescar.  Ahora reconoce que su dedicación a la agricultura le hace sentir pleno. — “Hasta mañana Pepe”, se despide Francisco Baena, otro miembro del Huerto que abandona por hoy.  Lo asaltamos. — “¿Qué te llevas hoy Francisco?” — “Pues hoy me llevo hierba huerto, cilantro, pepinos, tomates, pimientos y berenjenas. Vivo con mis hijos y mis nietos, así que con esto, por lo menos no tenemos que comprar verduras para la casa y le podemos dar algo a los vecinos del bloque”.  Francisco se despide de José y se va. Nos acompaña Pepe a su parcela.  Nos enseña algunos maceteros que han hecho con restos de palés, llegamos a los veintiún metros cuadrados que él cultiva, repletos de cebollinos, habichuelas, apio, rosales, romero, sandías, calabazas, col, zanahorias y alguna batata.  “Tenemos mucha variedad y poca cantidad, para poder ir gastando sin que se nos ponga malo. Algunas veces hacemos trueque entre los compañeros, o vienen personas necesitadas y así nos vamos abasteciendo”. 

José nos señala las zonas comunes donde hay plantados diferentes frutales, guayabos, granados, olivos, papayeros, aguacateros, naranjos, maracuyás, higueras y limoneros.  “Son varios los beneficios que aporta el huerto, frutas, verduras y además supone un bien común para todos los vecinos que se integran, un bien económico y por supuesto, un orgullo comer lo que tú mismo has sembrado. Sabes que es buen producto, cuando vas al supermercado no tienes ni idea”.

Se organizan en comisiones para la elaboración del compost orgánico, el compost de lombrices, para la limpieza, el reciclaje, el riego y las distintas labores que hacen falta para el mantenimiento.  Nos acercamos a las lombrices, “la lombriz roja californiana”, “Compramos tres o cuatro y se reproducen.  Se alimentan de las mismas frutas y hortalizas que se echan a perder aquí.  Es importante tener la tierra donde habitan húmeda pero no muy mojada, pues se morirían.  De aquí recogemos la orina de las lombrices y lo mezclamos con estiércol de caballo y es el mejor compost que existe para la agricultura, sobre todo de hortalizas.  Estas lombrices comen también papel, pero si el papel tiene tinta, las mata.  El compost que queda es muy fuerte, no se puede echar directamente a la planta, se echa en la tierra mezclado con agua”.

El compost orgánico se va formando con capas de troncos y ramas, hierbas secas, hierbas verdes, estiércol y finaliza con un manto de paja. Tras un periodo de riego y de volteo, que puede llevar entre tres y nueve meses, obtienen el abono. “Aquí está prohibido el uso de productos químicos”, nos recuerda.  

Abundan las pimientas y guindillas entre las que tienen “puta la madre” y “el chile campana”. Entre los productos menos habituales tienen unas judías moradas, “muy tiernas y sabrosas”, asegura José, y un tipo de berenjena del tamaño de un melón, la variedad de productos es amplia y les ayuda a enriquecer la dieta.

José, a pesar de estar en la ciudad,  coincide con otros agricultores ecológicos y asegura que estos son unos pasos para alcanzar la soberanía alimenticia tan necesaria en estos días.  No dejan de alarmarnos las noticias de alimentos cancerígenos sin dejarnos margen a saber o conocer realmente la verdad del asunto. Aquí no hay trampa ni cartón, dice José, “aquí somos Juan Palomo, Yo me lo guiso, yo me lo como”.

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