El 'Assalama', desde el otro lado

Sus ilusiones han hecho aguas. Han naufragado llevándose con ellas la esperanza, el futuro y los sueños. Tarfaya llora la muerte del Assalama. Desde hace casi un año, las miradas de sus habitantes se dirigían hacia el puerto, donde el rey de Naviera Armas eclipsaba la ciudad sobrepasando con creces las cubiertas de los pequeños edificios.

Desde el pasado miércoles, todos aquellos que día a día se acercaban hasta el muelle con curiosidad para ver llegar a los visitantes, saben que han perdido una oportunidad única. “Lo ocurrido ha causado gran desolación en Tarfaya porque esta línea le beneficiaba mucho, ya que antes había sido una ciudad marginada y pobre”, explica Mohamed Fadel, periodista afincado en El Aiún. “La noticia del accidente fue transmitida en los medios y toda la gente está hablando de lo sucedido”.

La familia Yara, residente en Tarfaya, también toma conciencia de las repercusiones de un episodio que equiparan al naufragio del Titanic. A un centenar de metros del muelle, se encuentra su modesto negocio, donde elaboran y venden a los visitantes todo tipo de objetos artesanales. Mindo tiene 25 años y un espíritu abierto, viajero y soñador. “Ayer viniste a salvarnos y hoy nos has enterrado”, increpa el joven al propio barco. “Y hoy nosotros no podemos hacer nada, sólo ver cómo te hundes y decirte adiós para siempre”.

Mindo recuerda las ilusiones tejidas en torno a la línea Fuerteventura-Tarfaya. Habla de “inversiones”, “puestos de trabajo”, habla de “por fin, una vida normal, igual que en cualquier otra ciudad del mundo”. También habla de su amor, una joven mejicana que ha conocido a través de Internet. Este barco, también se había convertido en la esperanza de una futura unión, una posibilidad de conocerse más allá de la red.

Sueños frustrados

“La importancia de la línea se debía al comercio”, explica Mohamed Fadel. “Pero hay que añadir también que hay otros afectados: los habitantes de Tantan, Glaymim y otras ciudades que están al norte de Tarfaya, porque son muchos los originarios de esta zona que trabajan en las Islas Canarias y frecuentan esta línea marítima para visitar a sus familiares”.

El incipiente turismo también se ha visto truncado para los habitantes de Tarfaya, una ciudad anclada en el tiempo que hasta ahora ha dado la espalda a una playa kilométrica y de arenas blancas, coronada por la Casa Mar, un edificio centenario ahora en ruinas, que los ingleses utilizaron para comerciar a principios del siglo XX. Una playa que, sin duda, tendría un fuerte atractivo para los turistas europeos.

Hace apenas unos meses, las conversaciones en Tarfaya giraban alrededor estos turistas. En los paseos, en las reuniones alrededor del té y en las terrazas de sus establecimientos se hablaba de posibles negocios, de abrir nuevos comercios y restaurantes, de alquilar viviendas. De convertir esta ciudad en un nuevo destino turístico.

Durante estos días, paradójicamente, los habitantes de Tarfaya han podido observar desde el umbral de sus propias puertas lo nunca visto antes en esta pequeña ciudad que no supera los siete mil habitantes. “Por primera vez, había coches de emergencia y tres grandes aviones sobrevolaban la ciudad”, explica Mindo Yara. “Había muchos coches de policía y hasta un helicóptero”.

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