María, interna en El Matorral: “En el CIE no había vida”

CIE de El Matorral en Fuerteventura

Eloy Vera

Puerto del Rosario —

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María (nombre ficticio) viajó de Nigeria a Marruecos en busca de una patera que la condujera a ella, a su marido y a su hija de dos años y medio a Europa. El sueño se rompió cuando casi muere en alta mar después de siete días a la deriva. Su odisea europea se tropezó con el Centro de Internamiento de Extranjeros de El Matorral, en Fuerteventura. De allí lo que más recuerda es que “no había vida”.

El nuevo ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, anunció el pasado 19 de junio el cierre del CIE de El Matorral después de estar en desuso desde 2012. En todo este tiempo, el Gobierno de España no ha dejado de tramitar gastos para el CIE. Entre 2013 y 2016, el Ministerio del Interior llegó a gastar 4,1 millones en comida, servicio médico y mantenimiento del centro, pese a no haber ningún interno en él. El centro quedó cerrado en 2012 por falta de internos. 

La caída en el número de llegada de pateras a Fuerteventura obligó a cerrar estas antiguas dependencias militares de La Legión, convertidas en centro para inmigrantes después de que organismos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch o el propio Defensor del Pueblo denunciaran el estado de hacinamiento en el que se encontraban en la antigua terminal del aeropuerto. Allí llegó a haber 1.300 personas en 1.500 metros cuadrados. 

El sueño de María comenzó en 2003 cuando ella, su marido y su hija pequeña abandonaron el estado de Edo, en Nigeria. La intransigencia religiosa sacude desde hace más de cuatro décadas la antigua colonia británica. Los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes han dejado atrás un reguero de muertes que se cuentan por centenares. María no quería aquello para su familia. Tenía miedo y decidió salir del país. Atrás tuvo que dejar a la mayor de sus hijas al cuidado de unos familiares. Viajó a veces en coche y otras a pie de Nigeria a Mali, de allí a Argelia y por último a Marruecos. El viaje y la espera duraron cuatro años hasta que el 12 de agosto de 2007 María y su familia pudieron subirse a una patera en El Aaiún. 

A bordo viajaban 38 personas, dos de ellas mujeres y dos niñas. El motor de la patera se estropeó y quedaron a la deriva durante siete días. “Nos quedamos sin agua en alta mar y bebíamos nuestra orina”, recuerda. Finalmente, un barco los vio y se apiadó de sus llamadas de auxilio. Desde la embarcación avisaron a Salvamento Marítimo y fueron rescatados. 

Solo 17 de las 38 personas que viajaban a bordo consiguieron superar la travesía. La otra mujer, su hija y la niña de María fallecieron. A ella un helicóptero la llevó al hospital de Gran Canaria. Su marido fue trasladado al centro de inmigrantes de El Matorral. 

Barranco Seco 

María permaneció unas semanas en el hospital recuperándose hasta que fue dada de alta y trasladada al CIE de Barranco Seco, en Las Palmas. No había día en que no llorara pensando en la posibilidad de que su marido y su hija hubieran muerto. Intentaban tranquilizarla diciéndole que no se preocupara, que estaban vivos pero ella seguía con el temor. Finalmente, consiguió que la trasladaran a El Matorral junto a su marido. Allí se enteró que su niña había muerto. 

Once años después de haber estado en el centro, ha conseguido borrar parte de los recuerdos. Otros se resisten a irse. “Allí no había vida”, recuerda. El aburrimiento, las horas muertas sentada en la habitación sin hacer nada, el miedo a ser deportada de nuevo a su país y el no saber qué futuro le podía esperar fuera convivieron con ella durante las dos semanas que estuvo en el CIE. 

María llegó a solicitar asilo político alegando el peligro que suponía regresar a Nigeria. Tuvo atención jurídica en el centro y logró tener la tarjeta roja que se les entrega a las personas cuya solicitud ha sido admitida a trámite. Finalmente, no prosperó la petición de refugio. Aún hoy sigue luchando para que se le reconozca como refugiada. 

En El Matorral, compartía habitación con cinco mujeres más. No recuerda haber pisado el patio en el tiempo que estuvo en el centro. Permanecía todo el día sentada en la habitación. “Hacíamos fila para coger la comida, comíamos en el comedor y luego a la habitación de nuevo”, recuerda. Solo podía ver a su marido durante 20 minutos y no todos los días. Enseguida, “el policía me decía vamos, vamos”. Tampoco podía llamar a su familia a Nigeria. “Había un teléfono, pero era con monedas y yo no tenía nada”, asegura. 

María estaba débil. Aún no se había recuperado del todo de la travesía. Tenía náuseas contantemente. Se le hacía difícil digerir la comida que dispensaban en el centro, “para mí todos los días había sopa. Pedía otra comida pero nadie me hacía caso”. Recuerda cómo, a veces, una mujer policía se apiadaba de ella y le traía alguna manzana o algo de la comida que tenía para ella. 

Un día empezó a sentir malestar en la barriga. Los dolores fueron a más en los días siguientes. Se quejaba pero nadie la quería escuchar. Al final, una compañera de habitación, que había conocido años atrás en Rabat y que la ayudaba cada día a bañarse, ni eso podía hacer sola, le dijo “si tú no vas a un hospital ya te mueres”. Tenía temblores y se pasaba la noche sin dormir. “En El Matorral nadie quería escucharme. Nadie me creía”, recuerda. 

Una noche un policía la vio llorando y la llevó al hospital. Tras hacerle varias pruebas, una ecografía le diagnosticó que estaba de nuevo embarazada. Esa madrugada regresó a El Matorral y dejó de tomar los medicamentos que le habían recetado en Gran Canaria, “si los hubiera seguido tomando podía haber sufrido un aborto”, explica. Al día siguiente, la Cruz Roja la recogió y la llevó a la casa de acogida de la ONG en Puerto del Rosario. 

Más tarde, llegó su marido. Los dos juntos empezaron una nueva vida en Fuerteventura. En Cruz Roja permanecieron hasta 2009. Luego comenzaron a vivir fuera de los muros de la organización. Empezó a trabajar como empleada de hogar y más tarde limpiando hoteles. Ahora tiene cinco hijas, la mayor sigue en Nigeria. Algún día le gustaría traerla consigo. Su vida en Fuerteventura tampoco está siendo fácil. El desempleo sigue azotando a su familia. 

María celebra la decisión de Grande-Marlaska. Es consciente de la necesidad de tener lugares donde acoger a las personas que cruzan el mar en busca de oportunidades, pero mejor “serían casas de acogida y no CIE. Ahí no son libres”. 

Y concluye: El Matorral “era una cárcel”.

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