La política es para profesionales

La exconsejera de Educación del Gobierno de Canarias, María José Guerra

Juan Manuel Bethencourt

Las Palmas de Gran Canaria —

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“El pensamiento débil nos hace personas más fuertes”, dijo hace unos años Gianni Vattimo, uno de los filósofos de cabecera de la ya ex consejera de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, María José Guerra. La tesis del filósofo italiano, exponente del pensamiento posmoderno, no se ha visto refrendada por la experiencia de la doctora Guerra al frente del sistema educativo canario, que se salda con una salida anunciada, formalizada a través de una elegante renuncia. La consejera se marcha y deja un océano de tareas pendientes, exactamente las mismas, justo es decirlo, que aquejan al resto de responsables autonómicos de educación en España. Y que se resumen en una frase: nadie sabe qué hacer en y con los colegios durante las próximas semanas. Pero a María José Guerra esta incertidumbre le ha costado el cargo.

En situaciones extremas hay que poner en valor una afirmación sin duda impopular: la política es una tarea para profesionales. La ausencia de pericia en esta materia, en ese duro deporte de contacto que es el ejercicio de la política a tiempo completo, solo puede ser compensada, y no siempre, por una solvencia técnica de primera clase, capaz de otorgar autoridad sin depender de los galones previamente obtenidos en la sede del partido político de turno. María José Guerra no es ni una cosa ni la otra: ni un rostro visible del PSOE de Tenerife ni una gestora experta en materia educativa. Su condición de reputada filósofa y profesora universitaria no otorgaba marchamo alguno allí donde un consejero o consejera de Educación se la juega: en el manejo de los resortes internos de una estructura interna con fuertes intereses corporativos. Guerra ha sido una consejera débil y todos sus interlocutores lo han sabido desde el principio. Esta certeza, que podía ser manejable en una situación de normalidad, ha aflorado con especial crudeza a raíz de la crisis originada por la pandemia de coronavirus, una tragedia cuya secuela más perniciosa es la de activar energías contradictorias entre sí: prudencia de los docentes en el proceso para reabrir los colegios, urgencia en las familias por recuperar una normalidad que podría ser nueva, pero que en todo caso exigía la presencia de los alumnos en las aulas, para que los padres y madres pudieran reincorporarse a sus puestos de trabajo. Esta tarea, la conciliación, no es tarea de los profesores, pero es potencialmente muy conflictiva, como hemos podido ver. Genera agravios e incomprensiones entre profesores y familias, un contexto difícil de manejar en cualquier caso, que la Consejería no ha logrado embridar.

La renuncia del director general de Innovación y Ordenación Educativa, Gregorio Cabrera, un pata negra de la Consejería con trienios de experiencia, dejó muy malparada a la consejera en el plano emocional. También por las formas: el alto cargo dimitido -pregunta pertinente: ¿volverá?- se despidió de sus íntimos a través de un mensaje personal que rápidamente fue de dominio público y alcanzado por el radar de los medios de comunicación. La reacción de sindicatos de docentes y asociaciones de padres, reclamando decisiones tajantes sobre el futuro de la consejera, fue la puntilla anímica para María José Guerra, que a su vez tampoco tenía el entrenamiento suficiente para: a) lidiar con los intereses contrapuestos de los interlocutores del sistema educativo, y b) la capacidad de resistencia que se le supone a los políticos profesionales. Además, en su condición de funcionaria, la profesora Guerra tampoco necesita el cargo de consejera, no tiene una carrera política que sostener a toda costa.

María José Guerra se va, pero deja un buen marrón a su sucesor o sucesora, de momento el consejero Valbuena (por cierto, se está poniendo de moda la multitarea en el Gobierno del Pacto de las Flores). Sobre la respuesta del sistema educativo al desafío que comporta la pandemia, ahora y a la vuelta del verano, hay muchas críticas pero muy pocas propuestas, mucho debate pero casi ninguna medida puesta en práctica en ninguna autonomía española. Los que más adelantados van, los vascos, abogan por la autonomía de los centros en el proceso de reapertura, justo la misma estrategia por la que se decanta Canarias a día de hoy. Quien asuma el cargo tendrá que acogerse al pensamiento fuerte y, además, tomar algunas lecciones de filosofía, porque las va a necesitar. La doctora Guerra podrá recomendarle algunas lecturas muy saludables para hacerle menos amargo el durísimo trago que le espera.

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