Los trastornos digestivos en los inicios de la vida podrían aumentar el riesgo de depresión

MADRID, 13 (EUROPA PRESS)

La depresión y la ansiedad podrían ser el resultado de una irritación del sistema digestivo durante un corto tiempo en los inicios de la vida, según un estudio dirigido por el Centro Médico de la Universidad de Stanford. Los descubrimientos, realizados en ratas, sugieren que algunos trastornos psicológicos humanos podrían ser el resultado, en vez de la causa, de trastornos gastrointestinales como el síndrome de intestino irritable.

Según explica Pankaj Pasricha, responsable del estudio, “gran parte de la investigación se centra en el conocimiento de cómo la mente puede influir en el cuerpo. Pero este estudio sugiere que puede suceder de otra forma. La irritación gástrica durante los primeros días de la vida podría reajustar el cerebro a un estado deprimido de forma permanente”.

Sin embargo, no todos los malestares estomacales conducen a problemas psicológicos de por vida. Los investigadores creen que el impacto de la irritación podría depender de si ocurre durante el desarrollo o la constitución genética de la persona afectada. En concreto, las vísceras, u órganos internos, son particularmente vulnerables en los inicios del desarrollo.

Entre un 15 y un 20 por ciento de las personas padecen lo que los médicos llaman dispepsia funcional, o un dolor persistente o recurrente en la parte alta del abdomen. Los investigadores han descubierto que estas personas son también más propensas a la ansiedad y la depresión. La creencia tradicional ha mantenido que las hormonas del estrés asociadas con el estado de ánimo alterado del paciente eran las responsables de estas alteraciones digestivas.

Sin embargo, los autores del trabajo plantean otra opción. “Los intestinos y el cerebro están interrelacionados a través del nervio vago, que va del cerebro a los órganos internos del cuerpo. Además, los intestinos tienen su propio sistema nervioso que es relativamente independiente. Por ello, la comunicación entre los intestinos y el cerebro adulto es elaborada y bidireccional, y los cambios en los intestinos envían señales directamente al cerebro”.

Dado que muchos de estos pacientes retrotraen sus problemas gastrointestinales a los inicios de su infancia, antes de que los síntomas psicológicos comenzaran, los autores se plantearon si las alteraciones digestivas podían haber causado los trastornos del estado de ánimo. En años recientes otras investigaciones han vinculado la depresión y la ansiedad en humanos a cambios en la composición de las poblaciones bacterianas intestinales.

Los investigadores probaron su hipótesis utilizando un modelo de laboratorio de dispepsia funcional que habían desarrollado años atrás. Durante 6 días los autores sometieron a una irritación leve de estómago a ratones de 10 días de edad. Habían mostrado ya que durante el periodo vulnerable después del nacimiento con tal tratamiento, que causa una inflamación o lesión, da lugar a una hipersensiblidad y anomalías funcionales que persisten largo tiempo después de que el daño inicial se hubiera reparado.

“Planteamos que este tratamiento podría también estar afectando al desarrollo del sistema nervioso central y conducir a los animales a ansiedad y depresión”, señala Pasricha.

En efecto, cuando los investigadores evaluaron la conducta de las ratas tratadas cuando los animales tenían entre 8 y 10 semanas de edad, descubrieron que esas otras ratas con irritación gástrica inicial eran significativamente más propensos que sus homólogos al desplegar conductas depresivas y de ansiedad incluyendo un menor consumo de agua azucarada, menos natación activa en una piscina de agua templada y una preferencia por la oscuridad en vez de las áreas de luz en un laberinto en el agua.

Las ratas tratadas también exhibían mayores niveles de las hormonas del estrés corticosterona y corticotrofina después de una inyección salina y tenían mayores niveles en descanso de corticosterona y factor de liberación de corticotrofina, o CRF. Al bloquear la capacidad de los animales para percibir la sensación de sus intestinos con un fármaco que no afectaba a su conducta, lo que indica que las ratas no respondían al dolor en curso.

En contraste, la inhibición de la actividad de CRF, que se conoce por estar asociado con la depresión en humanos y animales, causado por las ratas tratadas para comportarse más normalmente en las pruebas.

“Parece que cuando las ratas están expuestas a irritación gástrica en el momento apropiado, existe una señalización a lo largo del intestino al cerebro que permanentemente altera su función”.

Los investigadores planean ahora investigar exactamente cómo esa señalización se inicia y actúa en el cerebro y si podría ser posible desarrollar nuevas vías para tratar la depresión y la ansiedad en humanos.

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