Tiendas de alimentación con respiración asistida

Tienda de comestibles y alimentos frescos en Santa Cruz de Tenerife.

Antonio Vacas

Santa Cruz de Tenerife —

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De papel higiénico y comida enlatada no vive el hombre, como tampoco los supermercados y cadenas de alimentación son los dueños de nuestra despensa, por más que alguien pudiera pensar lo contrario a la vista del pánico comprador desatado en los azarosos días marcados por el nuevo peligro: coronavirus (COVID-19). Una amenaza sanitaria convertida en pandemia –con su doloroso recuento de contagiados y fallecidos-, que genera también una zozobra económica y social de largo recorrido sobre todo para familias y empresas con menos recursos, como las pequeñas tiendas de alimentación, en riesgo de extinción ante el creciente protagonismo de las grandes distribuidoras en estos tiempos de crisis.

Ese temor por un futuro incierto late en la reflexión de Juan, responsable de un pequeño local de frutas y verduras en El Toscal, céntrico barrio de Santa Cruz de Tenerife. De origen latinoamericano, la situación de emergencia vírica le ha trastocado planes, horarios y ventas, aunque asume el panorama con una aparente resignación tal vez producto de los años. “Vienen menos clientes y tenemos que adaptarnos a las circunstancias, dedicándole más horas, aunque no sé si será suficiente para escapar”, reconoce, bajo su mascarilla protectora; los guantes son además reglamentarios para todo el que compra en su establecimiento. En los pocos minutos de charla –no son tiempos para tertulias-, necesarios para adquirir algunos alimentos frescos y pan, dos clientes guardan turno y distancia en la puerta, uno de ellos dispuesto a retirar la compra encargada por teléfono; la atención personal cree que es una de las bazas para sobrevivir al destino.

La extensión del coronavirus en España en apenas un mes desembocó en la declaración del estado de alarma por el Gobierno hace una semana. Entre las medidas amparadas por el paraguas del Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, y disposiciones posteriores, se recogía el confinamiento domiciliario de la población y cierre de los negocios, con ciertos controles y excepciones (farmacias y venta de alimentos, sobre todo). Las pautas de aislamiento para bloquear las vías de contagio se han intensificado en los últimos días, también en puertos y aeropuertos, mientras la actividad económica se ha derrumbado.

Esta apatía comercial ha motivado que Edgar y su padre hayan decidido cerrar por las tardes su pequeña tienda de comestibles, cuando las calles quedan casi a expensas de los paseantes de mascotas. Edgar conserva una clientela fija, pero la cuantía de las ventas se ha recortado. A su juicio, algunos vecinos del lugar, en el entorno de la santacrucera calle de La Marina, han espaciado sus compras, aunque también los hay que adquieren menos pero con más frecuencia, a modo de ritual frente al apocalipsis. En cualquier caso, percibe este comerciante que con el pasar de los días –en línea con la intensificación del temor por el virus- la gente es cada vez más recelosa de salir de sus casas, aunque tenga necesidades de abastecimiento. En cuanto a la facturación, estima Edgar que ha caído más de la mitad en estas jornadas de excepción y espera que las administraciones “echen una mano” para sostener el negocio y evitar la clausura.

María es una de las clientas de Edgar. Pondera la relación entre calidad y precio, la atención personalizada y la ausencia de aglomeraciones como las ventajas de estos negocios. Considera, además, “que es el momento de ayudar a los pequeños comercios” frente a las grandes firmas. Piensa esta mujer sonriente que la pandemia del coronavirus ha generado una conciencia de solidaridad entre mucha gente, que atestiguan, dice, “los aplausos diarios en apoyo de los sanitarios, que nos alimentan a todos”.

Esa misma idea de colaborar con el negocio más cercano sustenta la esperanza de los propietarios de otro comercio de alimentación de características similares a los anteriores. Carmen y su compañero apuestan por la venta fundamental de frutas y verduras casi siempre de origen local. Destaca la paciencia y buena disposición de sus clientes dada la excepcionalidad de estas fechas. “Las compras se atienden una a una y a veces toca esperar, pero se tarda menos y no hay colas”, a diferencia de lo que ocurre en los centros comerciales, subraya con esperanza.

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