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África, en la memoria humanitaria de la historia

Carlos Castañosa

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Cuando alguna preocupación, personal o genérica, se empeña en maltratar mi estabilidad emocional, de forma instintiva recurro a un artificio que me libera de insomnios y del incómodo runrún que me frunce el ceño en estado de vigilia. El sistema de autoprotección consiste en externalizar el desasosiego hacia otro conflicto colateral, indirecto o allegado, pero con entidad suficiente para ejercer de paliativo. Consiste en meterme en charcos reivindicativos para distraer atenciones poco gratas, y plantar cara ante situaciones injustas o simplemente absurdas de tipo social, político, humanitario, económico, derechos fundamentales conculcados, o cuando se vulnera la dignidad de las personas por abuso de poder.

Este artilugio defensivo siempre me ha surtido efecto. Sobre todo en casos puntuales que han necesitado de toda mi tenacidad para alcanzar algún objetivo de muy difícil acceso que, a su vez, me liberó del agobio personal para marginarlo en el lugar que seguramente le correspondía. El éxito, sin ánimo de lucro, compensa con creces las asechanzas del entorno individual que, al final, queda como residuo infectado por el odio inútil de quien lo siente para perjuicio de su mente; pues el receptor no se entera. Es la envidia lo que suele actuar como microorganismo patógeno.

Por desgracia, estas gratificantes reflexiones se me están yendo al garete por mor de una actualidad demoledora, que me tiene trabado y sin posibilidad de alternativa paralela que me ayude a recuperar el equilibrio y la fe que le debo al ser humano y a la dignidad de todas las personas.

No es asumible cómo se está gestionando políticamente del gravísimo conflicto humanitario de la inmigración ilegal. Los que toman decisiones al respecto, no son precisamente quienes se parten el alma en trágicas operaciones de salvamento, ni las fuerzas de seguridad indefensas ante reiterados episodios violentos.

Ni siquiera el esperpéntico vodevil catalán ha conseguido desencajar las bisagras del quicio de mi conciencia. Solo me quedan sentimientos de compasión hacia aquellos que no desean ser lo que son porque así se lo inocularon, de padres a hijos, desde la cuna durante siglos de resentimientos y frustración de una historia tergiversada para acomodarla a intereses político-económicos, con uso y abuso de una razón ficticia, radical y perversa. Un mínimo reducto poblacional de fanatismo concentrado ha convertido una pequeña parte de nuestra geografía en un quiste infectado, crónico y sin tratamiento clínico plausible. Es evidente que todo lo que toca la política se pudre por mero contacto. En este caso, sin curación posible, no hay más remedio que, como sucede ante cualquier patología irreversible, acostumbrarse a convivir con la matadura, aislar la dolencia y cuidar en lo posible la herida abierta, con los apósitos más caros del mercado, para que no infecte a todo el organismo.

No basta plantear un problema y firmar con un “ahí queda eso”. Para darle legitimidad hay que ofrecer soluciones o, cuanto menos, intentarlo. En la delicadísima cuestión de la invasión masiva de inmigrantes africanos, no existe un algoritmo preciso y adecuado al componente humanitario que a diario nos asola con noticias sobre tragedias de una crueldad extrema.

Sin tener en cuenta los condicionantes adyacentes a tan penosa situación, en una propuesta simplista bastaría con tres puntos de apoyo básicos para lograr una solución plausible: 1ª) Acuerdo institucional de todas las fuerzas políticas sin excepción para regular y sistematizar la afluencia migratoria al país. 2ª) Implicar en el esfuerzo a la Unión Europea sin paliativos y con la firmeza suficiente que da la razón. 3ª) Lucha internacional inmisericorde contra las mafias que se lucran con este infame negocio de vidas humanas.

Con respecto a la 1ª, la evidencia invita al pesimismo por mor del verdadero planteamiento político de quienes debieran ser responsables de una lucha coordinada con un objetivo común, beneficioso para España por cuanto tiene de positivo ser país receptor de inmigración regulada; pero sobre todo, se salvarían miles de vidas de unos seres indefensos. Todo lo que dicen o hacen los políticos está en función única y exclusiva del cálculo de votos que ganan o pierden según lo que decidan. Solo les interesa la confrontación con el adversario y aprovechar cualquier ocasión para contradecirle y atacarlo como enemigo. Como paradigma, este conflicto humanitario. De una parte, el “buenismo” impostado, calculado y sin posibilidades prácticas de éxito, pero muy nutritivo para el cardumen de votantes potenciales. En la otra banda, la nociva reacción racista provocada como si una parte necesitase radicalizar al contrario para justificar el propio radicalismo. Es pernicioso el aluvión de comentarios xenófobos que se están prodigando en las redes; el cínico triunfalismo de la bondadosa política de puertas abiertas; las continuas escenas de violencia ante la indefensión policial y, en resumen, la mala gestión a dos bandas que enquista el problema y lo eterniza sin miramiento.

Sobre la 2ª consideración, se reafirma la perversa política europea si repasamos el proceso colonial ejercido durante siglos sobre el continente más rico del mundo en recursos naturales, que les fueron vilmente expoliados por quienes ahora deniegan auxilio a unas víctimas indefensas, esquilmadas y entregadas a la dictadura de grotescos reyezuelos de ópera bufa, bien pagados como cómplices millonarios de la explotación organizada por multinacionales, a costa de una población depauperada por las hambrunas y masacrada en genocidios bien planificados con guerras perpetuas, dirigidas desde los poderes fácticos en connivencia con las autoridades políticas que, hasta hace menos de un siglo, legislaban en pro de la esclavitud como sistema legal de desarrollo humano. Es por lo que la UE necesitaría que alguno de sus miembros más reseñables levantase la voz para remover la conciencia colectiva con solvencia, en nombre de la cacareada democracia y de los derechos humanos, cuya declaración oficial (1948) se quedó en este actual papel mojado.

La 3ª propuesta no necesita comentario. Es para evitar exabruptos por la repugnancia del tema.

Planteadas tres partes de un problema irresoluble, algo tendría que suceder para que el quid de la cuestión tuviese viabilidad. Dos palabras: Voluntad Política, serían la sencilla solución si los Estados implicados en bloque y con eficacia, aplicasen “todos a una” los medios éticos disponibles y la potencia suficiente para que los tres puntos presentados como “simplistas” dejaran de ser utopía desde una sinergia globalizada y racional.

¡He aquí el misterio!: ¿cómo influir en la conciencia de los componentes europeos si quienes debieran cambiar esto aquí parecen los más interesados en que nada cambie?

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