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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

David y Las Parcas

Cristina Quirantes

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Agarra con fuerza un vaso con refresco como el paria se aferra a un copa de ginebra mala en la barra de un bar. Una mujer, a la que mira con reproche, le da un beso mientras le dice que solo será un momento. Ellas aparecen lentamente, con el paso inseguro que da la edad, pero decididas.

Recuerdan a las Chloe y Lily de la maravillosa El invitado de invierno, pero sin la pátina entrañable de aquellas. Se sientan delante del crío, que ante las figuras de negro se vuelve más pequeño, más vencido, y con el seseo de una serpiente empiezan a dispararle las típicas preguntas.

Para la mayoría tiene algo que decir, porque a esa temprana edad ya el mundo lo ha forzado a tener respuesta a estúpidas dudas que no tendría si no fuera por la impaciente necesidad de los adultos de etiquetar y colocar en el estante correcto. Cada vez más cómodas, las inquisidoras vomitan una cascada de preguntas que harían temblar al mismísimo Markus Wolf. Él, molesto, se sujeta a la silla mirando alrededor, tal vez buscando un salvavidas que lo rescate de ese interrogatorio sin sentido y sin provecho.

En algún segundo nuestras miradas se cruzan y le dedico una sonrisa cómplice pero sus ojos opacos están contagiados de la frialdad que han traído ellas y que han desparramado por toda la mesa.

No escucho ninguna pregunta fuera de lo aburridamente común, ninguna apropiada para un niño de esa edad, ninguna que se escape de los malditos tópicos, así que espero la tan temida, la más difícil y fácil de responder. A esa edad no nos damos cuenta de que es la gran pregunta de la vida, casi la primera que nos hacen, pero para la que no estamos preparados hasta que no cargamos con un buen puñado de años a nuestras espaldas. Me provoca decirle que elija la banca, que siempre gana, que nunca tiene que volver a la casilla de salida pasando por la cárcel, ni siquiera en la vida real, pero tampoco está preparado para la cruel ironía del presente en el que vive.

Mi café se termina y tengo que abandonar el improvisado teatro del absurdo de las dos señoras con el inocente de turno, pero no me quiero ir sin compartirle mi respuesta a esa pregunta. Porque yo sí tengo edad para saberla, y no es la apropiada ni la que mejor suena, sino la única válida.

Mientras me levanto escucho su previsible respuesta, marcada por una cotidianeidad donde los valores están detrás de un escaparate de Inditex y los héroes llevan pantalón corto. Confío en que algún día salga de ese mundo falso de celofán y Disney, y cuando vuelvan a preguntarle “¿qué quieres ser de mayor?” tenga la única respuesta posible: “¡Ser feliz!”

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