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Erik, el silencio

Camy Domínguez

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“Tanto luchar para llegar a esto”, o algo así fue lo que me dijo Jaime en la despedida frente al cuerpo presente de nuestro amigo Erik Cichosz en aquel patio del crematorio de Santa Lastenia. Erik fue un hombre rebelde, luchador, artista, intelectual, aventurero, un enigma para los que lo conocimos, muy consciente de las limitaciones de sus últimos años contra los que luchaba haciendo de cada día una nueva batalla ganada. Y él lo sabía y se sentía triunfante.

Total, allí estaba ayer. Su cuerpo, ya sin vida. Le pedí a Carlos que me contara sus últimas horas, cómo había acabado en este punto aquel hombre vivaracho que conocí, aferrando la vida con sus dedos retorcidos por la artrosis, pero, sin embargo, esperando a la muerte con la serenidad de quien sabe a ciencia cierta que ella está esperando silenciosa muy cerquita, a la vuelta de la esquina nada menos. ¡Cuántas desgarradoras peleas contra la calva esa!, ¿no, amigo? En cada pulso que le echabas, con tu aparente debilidad, te proclamabas vencedor una y otra vez y te reías en su cara.

Y es verdad que a veces la vida te somete a tantas humillaciones, tantos duros golpes, tantos sufrimientos para finalmente premiarte con esto. ¡Vaya premio más desolador! El descanso. Todavía no sé si alguien como tú deseaba descansar realmente. Nunca me lo pareció. A veces no somos capaces de comprender que nuestra existencia es tan efímera y los momentos felices tan escasos que, antes de que te des cuenta, te ves sumido en un nuevo bache, en una nueva desesperación.

A veces me pregunto por qué hay personas que atesoran tanta maldad dentro de sí mismas, tanto rencor, tantas ganas de hacer daño... Con lo sencillo que puede ser todo. Cualquiera de ustedes puede pensar en alguien al leer estas palabras y preguntarse lo mismo que yo. Si es que lo más seguro que tendremos al final es algo así (en el mejor de los casos): un cuerpo sin vida descansando dentro de una caja de madera común.

En vida algunos llegamos a ser grandiosos y cosechamos éxitos, lisonjas, me gustas, palabras bonitas, pero a la hora de despedirnos de este mundo nuestros admiradores le ceden la palabra a un señor con túnica que dice un responso impersonal que todos hacemos muy nuestro, porque, a pesar de poder aplicarlo a todos los casos, parece que recoge la cómoda generalidad de lo que todos quisiéramos expresar y con ese poco nos damos por contentos. Pero yo, pobre de mí, siento que en este momento el idioma no es suficiente para expresar todo lo que quiero sin dejarme nada. ¡Qué contradicción! Yo, tan lingüista y me quedo sin palabras, ya ves.

No hubo mucha gente en tu despedida, en realidad hubo poca, pero yo sé que la gente que te admiraba, que te apreciaba, que te quería, que te debe alguna enseñanza, que te ha de recordar por algo bueno, o no tan bueno quizás... llenaría muchos estadios. A veces nos veíamos en la dificultad de comprenderte, de que nos malinterpretaras, y muchas cosas se quedarían por expresar por esos motivos. Pero sin embargo, tú nos desbordaste de anécdotas, de escenas, de colores, de símbolos y de certeras pinceladas, unas alegres, otras más tristes, de proyectos futuros, y en mi caso de mucho apoyo y muchos sabios consejos en duros momentos de mi vida.

Todavía no he empezado a echarte de menos, apenas hace unas hora que te acabo de ver allí, dormidito. No sé qué voy a hacer cuando necesite intercambiar una palabra contigo y reciba a cambio el silencio. El vacío de tu existencia comienza hoy. Espero que tus recuerdos, que son tantos, me ayuden a sobrellevarlo...

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