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Firmas

Carmen Izquierdo

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Un reportaje periodístico. Times New Roman. Doce puntos. Frases enunciativas. Tiempo presente del indicativo. No hieras. No provoques. No preguntes… Limítate a contar los hechos en un género donde por su esencia las vallas quedaban abiertas. Sin aditivos… ¿Se puede escapar de la posverdad?

¿Por qué leemos lo ajeno cuando buscamos más que información, que no es poco? Por la firma. ¿Y sin ellas?

Una ciudad cosmopolita y viva. De pronto, queda desierta. Ni siquiera el viento perturba. El director Alejandro Amenábar transmite con esto vértigo y miedo. Algo así sucede en un día sin firmas. Podrán pensar que exagero o calzo a fuerza la metáfora. Es una apuesta propia y está claro que las emociones no siempre se reparten al por mayor. Implica riesgo. Cuando contamos algo propio no sabemos si el mensaje tal y como lo entiende el emisor llegará a conectar con el lector. Solo un minuto de lectura constituye la retribución que mide la OJD. Dicen, incluso, que cuando el trabajo alcanza un culmen y el lector se implica deja un poso más allá de lo inmediato.

Ante tanto desatino, puede ocurrir el preguntarse cómo hacía Perales en la época de los cardados mientras se encogía de hombros sin que sus manos dejaran la guarida de los bolsillos, “si valdrá la pena dejar la vida entera en un papel. No sé... no sé”. Ese día en el que la frase socrática degenere en posverdad será la nada de una ciudad desierta.

Pero la firma molesta solo por la fuerza de su versión. Por la apuesta de un mensaje en contar la realidad que puede interesar a un testigo ocupado en, qué cosas, vivir su vida. Y gracias a los que ponen matrícula a su producción y dejan jirones de tiempo en ello nuestras biografías tienen un canal más amplio donde al individuo se suma la sociedad.

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