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Humanizando el patrimonio: Por un nuevo Parque Nacional de El Teide

Roberto Gil-Hernández

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. Don Juan Díaz González el del Fondo, cabrero de Chimiche.

Este es sólo un testimonio de los muchos que nos dejaron nuestros mayores sobre la etapa en la que se puso fin -a través de una coerción dramática- a uno de los usos más antiguos que poseían Las Cañadas del Teide, convertidas desde 1954 en Parque Nacional.

Fue precisamente durante la década de los 50, un tiempo en el que a la tradicional batalla por los recursos hídricos de las cumbres tinerfeñas –en manos desde hacía siglos de la oligarquía terrateniente del Norte y del Sur– se sumaba una nueva disputa: la librada por el control de la explotación económica del recién creado Parque Nacional, cuya gestión implicó de manera forzosa el desalojo de actividades tradicionales como la recolección de pinocha y cisco, el citado pastoreo de cabras y también el de camellos.

A consecuencia de ello, se han ido apagando la voces de cabreras insignes como Candelaria la Loca del Malpaís de Araya o Juan de Izaña. Y con su silencio han sido relegados al olvido infinidad de conocimientos acerca del aprovechamiento de determinados recursos naturales presentes en el Teide. Estoy hablando de saberes vernáculos asociados al ámbito rural, una innumerable toponimia, prácticas mágico-religiosas, informaciones sobre la ocupación de espacios de enorme valor etnográfico y arqueológico y hasta de literatura oral. Todo por decisión unívoca de las administraciones locales e insulares de la época, ilustradas por la manu militari propia de la dictadura.

Sin intención de postergar aún más el debate sobre el mantenimiento de ciertas prácticas tradicionales en el Parque y sus posibles consecuencias para la conservación, como fueron en su día el pastoreo, la extracción de minerales, el aprovechamiento de la leña para las carboneras o de la pinocha para la agricultura… Me parece que lo más correcto es adecuar al signo de los tiempos la gobernanza de un espacio natural y cultural tan importante para Canarias.

Esa es la razón por la que Podemos quiso participar activamente junto a diversos colectivos sociales y ecologistas, trabajadores del Parque Nacional y miembros de su Patronato en una moción sobre la gestión de este espacio que acabó siendo aprobada en marzo como acuerdo institucional del Cabildo tinerfeño. Su título resume nuestras intenciones: aprovechar la delegación de la gestión insular del parque para garantizar su conservación atendiendo a criterios ambientales, históricos, culturales y sociopolíticos. Se trata de apostar por fin por un cambio de mentalidad que conciba el entorno del Teide como un cúmulo de virtudes de la más diversa naturaleza. Y que, en cualquier caso, traspase la mera concepción de sus fronteras como una especie de museo de la naturaleza, donde los usos tradicionales asociados a las clases populares son prohibidos en favor de actividades más elevadas socialmente y para nada inocuas con respecto a su conservación, por muy rentables que resulten.

Ciertamente, nuestro Parque Nacional no puede continuar paralizado por una mitología estéril y su gélida maquinaria tecnocrática. El Teide es un escenario singular donde se desarrolla la vida de infinidad de especies animales y vegetales, y que ocupa a nivel identitario un espacio central para el pueblo canario, nos estemos refiriendo a este como un lugar de ocio o de exclusivo interés científico. Démonos la oportunidad de establecer un nuevo discurso colectivo sobre este espacio. Aprovechemos esta delegación de competencias para enriquecer nuestro imaginario y participar equilibradamente en su gestión. La imagen resultante, a buen seguro, hará crecer su valía, y al mismo tiempo aumentará la estima que le tenemos todas y todos los canarios.

Sustituyamos un pasado de incomprensión por un presente y un futuro de participación social y gestión democrática de los Parques Nacionales de Canarias. Hagamos partícipe a la sociedad del Archipiélago de los retos que el Teide y el resto de escenarios protegidos de las Islas afrontan; tales como definir los servicios con los que estos lugares deberían contar, adecuar sus planes rectores y normativas a los principios por los que se rigen la cultura política de la participación ciudadana, realizar campañas de concienciación que hagan posible un uso mucho más responsable de los mismos, divulgar con mayor eficacia su amplísimo patrimonio, diversificar la oferta turística que a ellos se asocia y, cómo no, afrontar con garantías los problemas derivados del cambio climático sobre su ecosistema, especialmente vulnerable.

En síntesis, y parafraseando una recomendación que se ha convertido con el paso de los siglos en un dicho de entidad al interior de nuestra cultura pastoril: a la participación social, como al ganado, poco corral.

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