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Irene Montero camina hacia la tribuna en la primera jornada del debate de la moción

Camy Domínguez

Hace algunos años, cuando entré a formar parte activa de la política local en mi pueblo de Icod de los Vinos, comencé a oír insistentemente la expresión “moción de censura”. La gente la usaba en nuestro entorno de forma amenazante; era como el coco que asustaba no a los niños sino a los malos políticos. “Háganle una moción de censura”, nos jaleaban los vecinos sedientos de ver caer a nuestro contrincante, que también era el suyo.

Poco a poco me fui enterando de las características que debería tener una moción de censura y de las dudas que generaba a los miembros de la oposición, o incluso a aquellos que gobernaban en matrimonio pactado como fuera. Después llegó nuestro caso, pues, al presentarla, debería ser una cuestión que tenía que estar como mínimo muy bien amarrada, de forma que no quedase nada al azar, porque un minúsculo error de cálculo y se podía ir por la borda una oportunidad de oro de dar la deseada vuelta de tuerca a un gobierno.

Pues en estos días ha habido en el Congreso de los Diputados la tan esperada moción de censura presentada por Podemos contra el gobierno del PP. Tan esperada como la función teatral del cole en la que participa tu hijo, del que conoces de sobra sus capacidades interpretativas y también de qué va el guión y a la que asistes, más que nada, por solidaridad y por que no se diga.

No creo yo que a Rajoy ni a ninguno de sus diputados se les estuviera moviendo el suelo bajo sus pies por el miedo a que esta acción prosperara, pues se sabía con mucho tiempo de antelación que de moción de censura esto solo tenía el nombre. Al señor Pablo Iglesias se le olvidó una cosa muy importante: no se puede ir a esta batalla sin unas mínimas garantías de que todo prosperará y sin una mayoría bien amarrada, sin un presidente consensuado que sea la alternativa a lo que hay en estos momentos.

Me da la sensación de que se leyó por encima las reglas y se olvidó puntos muy importantes, ya que no tenía ni de lejos una mayoría sólida y solo pudo agenciarse los votos de unos pocos independentistas y de sobra sabe él que no es monedita de oro para que todos los partidos le obsequien el sillón presidencial.

Por tanto, lo único que quería era fardar, echarle el aliento en las orejas sordas del PP y tonearse un poquito sacando trapos sucios que todos conocemos a diestro y siniestro y amenazando con que va a seguir en su lucha para sacar al PP del poder. Para eso lo hemos elegido como diputado. ¿Qué menos?

Para lo que a mí particularmente me ha servido esta moción de censura es, además de para saber que tenemos unos pocos euros menos que se han ido en pagar las dietas de asistencia al pleno de los señores diputados durante esos dos días de debate, para descubrir cuán buenos son nuestros parlamentarios. Para mí ha sido un descubrimiento. La primera vez que sintonicé la radio y escuché aquella tan bien modulada voz de mujer me dije: “Voy a ponerles un trozo de este discurso a mis alumnos para enseñarles cómo se debe hablar”. Y sí. Parece ser que Irene Montero dijo cosas muy aprovechables y que a casi todos gustaron.

Después escuché a nuestra compañera Ana Oramas que, para tener tan poco tiempo, ni las gallinas lo hacen mejor yendo al grano. Claro y conciso. Siempre me ha gustado oírla hablar, porque llega, independientemente de que compartas o no lo que dice. A muchos les ha molestado su discurso porque Ana le tiró de las orejitas a Pablo y ahora le están buscando cuantos trapos sucios tenga por ahí. También lo hizo Pedro Quevedo y pienso que no tardarán en buscarle sus correspondientes miserias.

Otros en cambio, como Rafa Hernando, dejaron muy patente su condición ranciamente machista, miserable. También el propio Pablo Iglesias sabe que la mejor defensa es un buen ataque y, salvo atacar, no presentó propuestas alternativas, nada de nada. ¿Acaso esperábamos otra cosa que insultos?

Pero lo de Rajoy fue de antología. No estaba obligado a contestar y va y sale con ese discurso incoherente que solo sirvió para dejar en apuros a la pobre intérprete de lengua de signos, que no sabía cómo darle forma a semejante balbuceo.

Esperando estoy a ver si los científicos por fin dan con la cura para el alzhéimer porque no tiene este presidente por qué estar exento de ello. ¿Y si fuera que sí?

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