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Nuestra historia

José Miguel González Hernández

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De nada vale disponer de todos los medios si no tienes con qué habilitar su utilidad. De nada vale disponer de todo el conocimiento del mundo si no tienes ni idea de cómo ponerlo en marcha. De nada vale pensar que tienes la solución a todos los problemas del mundo y ni siquiera sabes por dónde se coge una cuchara. De nada vale. Por ello, para evitar la brecha entre la idea y la acción se han de poner en marcha los diferentes valores sobre los que basamos nuestras actuaciones. De hecho, se utilizan para alcanzar los fines que nos proponemos satisfaciendo las necesidades en condiciones socialmente aceptables.

Ahora bien, una cosa es lo que se debe hacer, otra lo que hay que hacer y otra lo que se puede hacer, diferenciando el valor intrí­nseco del instrumental en nuestras actuaciones, viniendo motivada la distinción por el propio fin o los medios de los que se disponen, tal y como estructuró Milton Rokeach (1918-1988), a principios de los 70, el cual determinó dicha distinción, creando una encuesta de valores de referencia con la finalidad de autoevaluar el sistema propio que nos permite organizar las reglas que hemos asimilado con el objetivo de resolver conflictos a la vez que escogemos las alternativas existentes.

Está compuesta por dos conjuntos de valores. Por un lado, los denominados terminales que hacen referencia a estados finales deseables, donde se trata de metas que el individuo quiere alcanzar durante su vida y, por el otro, los denominados instrumentales, que hacen referencia a modelos de conductas preferibles.

Según esta encuesta, los valores a resaltar se centran en el concepto que tenemos de la prosperidad a través de una vida cómoda o ambiciosa, de la estimulación dependiendo de la apertura de miras de nuestra mentalidad, de la realización frente a la competencia, de la seguridad y la clemencia, de la armonía frente al conflicto, de la seguridad como gestión de la incertidumbre, del amor y el placer, del respeto junto al reconocimiento, de la libertad o del libertinaje, o en definitiva, de la felicidad en todas sus acepciones. Sobre todos estos términos, dependiendo de la baremación que adaptemos a nuestro ser, se nos ofrecen opciones a seguir con la finalidad de originar satisfacción individual o colectiva.

Estaría bien hacer un ejercicio de autodiagnóstico y evaluar cuál es nuestro paradigma de comportamiento y cómo ha ido evolucionando. De esa forma podríamos escrutar cómo nos ha influido nuestro entorno, desde el más cercano al círculo concéntrico aparentemente más lejano, sin avergonzarnos de cuál ha sido el tránsito y mucho menos renegar de nuestro pasado, responsabilizándolo de todos los escenarios futuros, aunque no nos beneficien.

Somos producto de nuestra propia narración donde nos hemos ido enriqueciendo o deformando, dependiendo de la cantidad y calidad de sustancias con las que nos alimentamos hasta intentar dejar un legado. Y ahí­ aparece la historia. Nuestra historia.

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