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Pastilla roja o pastilla azul

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José Miguel González Hernández

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Sé que parece divertido. Incluso fácil. Pero, realmente, ¿está dispuesto a cambiar horas de sueño y tranquilidad por tener la efímera posibilidad de llegar a culminar una pírrica victoria sabiendo que hay guerras en las que te metes teniendo la certeza absoluta de que vas a perder?

Desde fuera todo se ve más sencillo. Pero no lo es. Cuando toca planificar las estrategias de la mayoría de los escenarios con los que te vas a enfrentar, te das cuenta de la cantidad de dosis de información y conocimiento necesarios, más allá de la mera intuición o la inteligencia emocional de la que podamos disponer.

Pagaría por cobrar estando en un púlpito o tribuna aislada del bien y del mal, involucrado en sesudas tertulias capaces de controlar la totalidad de los procedimientos existentes en la extracción de telurio, por ejemplo, así como la tipología de todas sus propiedades, hasta la resolución del algoritmo matemático capaz de obtener la serie numérica entera de los números primos cuando el límite establecido tiende a infinito, pudiendo decir a los demás lo que deben y pueden hacer sin que nos importe en absoluto si lo pueden o deben hacer.

Pero eso solo está al alcance de determinadas personas y no por estar cerca de la perfección (que alguna habrá, no digo yo), sino porque pasaban por allí después de hacer determinadas horas de vuelo. Este tipo de personas e instituciones se dedican a destripar el error ajeno, sin empatía ni responsabilidad alguna. Suelen ser temerosas de la sensación de ser consecuente de algo. Por ello, lo mejor en estos casos, es ver, oír y callar. Y callar para aprender. No tanto para reaccionar ante la crítica que busca la confrontación y la provocación, sino para explicar más y mejor lo que se hace, pudiendo calmar nuestra conciencia, pero también presentando soluciones, algo que solo se obtiene cuando hemos dado lo mejor que tenemos.

A todas aquellas personas que ven los toros desde la barrera, a las que nunca fallarían un penalti, a las que sabrían encestar la canasta definitiva, a las que acertarían a la primera con la fórmula resolutiva de cualquier problema que se pudiera plantear, solo les deseo una cosa, y lo hago sin maldad. Les deseo que puedan acceder a un cargo de responsabilidad, en cualquier esfera, por modesto que pudiera parecer. Un puesto donde el fin del mundo se declara cada quince segundos, en el que tenga que decidir en tiempo real si se ha de ofrecer o tomar la pastilla roja o la pastilla azul; donde, sobre todo, no tengas a nadie a quien echarle la culpa de la tesitura planteada.

En definitiva, donde se deguste el sabor de la responsabilidad. Ese sabor metálico fruto de un aparato circulatorio preparado para huir o atacar, preparado para comer o ser comido. Verán que, después de experimentar lo que se siente en estos casos, se les quita la bobería y, probablemente, se convertirán en mejores personas.

*Economista

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