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Pesadilla troncal

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Román Delgado

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Hoy me ha pasado que aborrecí la prensa, de donde suelo entresacar ideas que casi siempre me dan más disgustos que alegrías. Esta vez he dicho que no iba a cavar mi propia tumba y de forma natural miré al amago de bosque que a menudo empegosta la ciudad.

Es curioso, pero lo que siempre más me ha gustado: pillar tinta grasa o ultravioleta reseca tras la impresión offset en las yemas de mis dedos; eso..., esta vez me ha dado alergia. Lo que desde chico más he perseguido, más agradecía, ha dejado de ser vital, aunque solo sea por un día.

He tenido ganas de poner unos buenos cuernos a la prensa local, a toda, sin excepciones, incluso a la que ustedes saben, por razones que no se deben repetir hasta la saciedad, que me es más cercana. Bueno, que dejé de mirar el papel amarillo de la tarde, mucho más con el sol que hacía, y mi vista clara y buscadora se centró en desentrañar todo lo que pensaba aquel árbol: grande, marrón y verde, extenso, con sombra hasta de más y siempre en el mismo lugar, un ser vivo, aunque tronco, palo y savia (a veces estos son los verdaderos seres humanos). No sé por qué razón quería decirme algo, una cosa muy importante para él.

Se veía que tenía necesidad de hablar, como si tuviera conocimiento (ya les gustaría a muchos andantes ser la mitad de lo que representa y exhibe ese ejemplar solitario hoy estrangulado por el asfalto), que seguro lo tenía, y se hallaba angustiado, acongojado, sudoroso, derretido, retraído, demacrado, desconsolado, triste, lloroso, quejumbroso, herido, dolorido, avergonzado, alarmado, denostado y aletargado, y además endemoniado, encrespado, excitado, enfebrecido, atormentado, apesadumbrado, agitado y envenenado...

Se sentía deshonrado, castigado, víctima, ahorcado, contrariado, asustado, aterrorizado, soliviantado, pinchado, desangrado, cortado, traicionado...: muerto, muy muerto, a nada de la extinción, a punto de ser historia, la nada misma.

Era por el ruido encendido de una motosierra hambrienta de madera en una ciudad que persigue, castiga, decapita y da muerte a árboles que ya viven demasiado apretados en el asfalto, junto a perros que levantan la pierna y encharcan poyos apestosos... de paseantes que apagan colillas en sus cortezas, de estúpidos de toda condición que aún no han entendido lo que significa un árbol más allá de futuro de papel.

Son estúpidos que se orinan en la cama por pesadillas con ceibas que muerden solo para hacer cosquillas.

*Historia publicada en el libro de cuentos y otros textos titulado Policromía.

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