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Reanimación

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Román Delgado

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Ahora mismo solo pienso en la sombra del árbol frondoso y verde que en nada voy a abrazar con todas mis fuerzas, con todas las ganas del mundo. No se me pasa otra cosa por la cabeza, metido de lleno en la cueva y a punto de explotar con tantas ideas que a lo largo de estos días han ido muriendo como consecuencia de la inhalación de innumerables partículas podridas, sucias, asesinas, volátiles, lanzadas por cañones que apuntan desde el margen meridional de la ciudad.

La semana que ya termina me ha dejado exhausto, casi muerto, con ganas de escapar de tremendo ahogo de tiempo ardiente y polución desenmascarada. Estos días que al fin cesan (ya casi estoy camino del árbol con sombra, hacia la mancha negra que arropa la vida y la felicidad, junto a mantel, mesa y amigos) son para olvidar, para enterrar. O quizá no; quizá solo sean días para reflexionar con hondura sobre el fango de micropartículas olorosas y podridas que entran por cualquier rendija para recordar que este es un lodazal de atmósfera, que vives donde huele y envenena. Estos días no he querido ser de aquí ni por accidente, ni he querido mirar hacia los cañones, ni he tenido la tentación de subir ventanas y abrir puertas para así evitar aproximarme a esa especie de suicidio, de muerte segura.

Esta semana pasada la vida en la ciudad ha sido un calvario, un horror que nos ha recordado en voz alta que la mierda existe y la tenemos ahí mismo, que la basura que viaja por el aire se mete en todos lados, también en el interior del cuerpo humano, donde, bien escondida, es capaz de producir revolturas, vómitos y muchas ganas de partir a toda prisa, para, colocado, ¡ya era hora!, en el extremo salvador, o sea, debajo del árbol con sombra que protege lo esencial, tener saludos placenteros potenciados por el aire fresco, por el oxígeno puro: por lo que no me hace soñar con serpientes.

Ganas de evasión con color verde.

*Texto publicado en el libro de relatos PolicromíaPolicromía

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