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Trece euros por un segundo de Rato

Rodrigo Rato, en la salida a bolsa de Bankia

David Cuesta

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A Rodrigo Rato le gusta pasárselo bien con el dinero ajeno. No hay nada como rastrear los movimientos de una tarjeta de crédito para conocer el tren de vida de quien lleva en un trozo de plástico los ahorros de los clientes de una entidad bancaria. La black del exministro es una ventana al derroche. Desde 700 euros por un bolso de marca para regalar en Navidad, justo unos días después de empezar a ejercer como presidente de Bankia, hasta 350 euros por unos huevos estrellados, todo acompañado por los 3.547 euros que desembolsó en concepto de “venta de bebidas alcohólicas”. Pero en la cárcel no hay lugar para el lujo.

Si el Tribunal Supremo no lo remedia, Rato tendrá que pasar cuatro años y medio en prisión por un delito continuado de apropiación indebida. Cuando no tienes libertad, el tiempo no vale nada. Un trago difícil de tolerar para alguien acostumbrado a convertir en oro cada segundo de su vida. El que fuera mano derecha del presidente Aznar utilizó la política, como tantos otros, con el único fin de aumentar su cuenta corriente. Y claro, cuando te gusta pasártelo bien y hacer negocios, resulta difícil no fijarte en unas islas afortunadas del Atlántico donde muchos engordan su patrimonio a la sombra de una palmera.

Rodrigo Rato aterrizó en el archipiélago de la mano de José Carlos Mauricio, con el que entabló una estrecha amistad cuando ambos eran portavoces en el Congreso y Coalición Canaria jugaba un papel protagonista en la investidura de Aznar. El exministro hizo buenas migas con el pujante sector empresarial que florecía en el sur de Gran Canaria, con el que comenzó una íntima relación de intereses que se prolongó durante años.

A medida que crecía su figura política, en paralelo aumentaba el número de personas que quería salir a su lado cuando una cámara enfocaba al exministro. La hemeroteca está llena de fotos que más de uno querría olvidar. Rato casi toca el cielo cuando Aznar, que ha reconocido que se lo ofreció en varias ocasiones, estuvo a punto de nombrarlo su sucesor. Pero el elegido fue Mariano Rajoy, lo que cambió de raíl el tren de la historia.

Después de años en la cocina de las influencias políticas, Rato tenía preparado su salto a un puesto que lo colocó en la primera línea de la economía mundial. El 5 de mayo de 2004 fue nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Tras una gestión llena de sombras, y su salida por la puerta de atrás en junio de 2007, un político tinerfeño se fijó en sus dotes oratorias para abrirle la puerta del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, o más bien la hucha del dinero público de los chicharreros. El comienzo del ocaso del exministro coincidió con el impacto mediático de un concejal del PP que, autobautizado como el pibe de Ofra, había conseguido desbancar de la primera plana de la prensa local al exalcalde Miguel Zerolo, más preocupado en aquel momento por buscar la manera de desinflar el pelotazo de Las Teresitas. Ángel Llanos Castro sabía cómo llamar la atención y tenía a su disposición la caja de la Sociedad de Desarrollo. Solo necesitaba a Rato.

Y Rato necesitaba una nueva fuente de ingresos. La encontró en las conferencias. La primera, impulsada por el joven Llanos, en Santa Cruz de Tenerife. El exdirector del FMI había elegido la capital para reaparecer en un acto público y la publicidad institucional hizo el resto. El evento se celebró en el Auditorio el viernes 23 de noviembre y el exministro se embolsó, según ha publicado el periódico El País, un total de 49.310 euros por una hora de charla. A más de 13 euros por segundo.

El acto comenzó con la presentación que realizó Miguel Zerolo, que dejó unas palabras que pasarán a la posteridad: “Rodrigo Rato es un político atípico, un ejemplo de maduración y cordura”. Atípico, maduro y cuerdo, el exministro comenzó a facturar desde que se subió al escenario, donde ya estaba Ángel Llanos con la hucha en la mano. “En los últimos meses, hay dos factores de estabilidad que han desaparecido: la fortaleza de la economía estadounidense y la ausencia de tensiones inflacionistas”. Diez segundos; unos 130 euros para el bolsillo. “Esos dos elementos han cambiado y, como consecuencia, las perspectivas económicas actuales en Europa, también”. Siete segundos más. 91 euros. Pausa para escuchar los aplausos y mirada cómplice al pibe de Ofra. Doce segundos de silencio por 156 euros.

En el primer minuto de su intervención en el Auditorio de Tenerife, Rato ya había ganado el salario mínimo y todavía no había dicho nada que no hubieran repetido antes otros gurús de la economía mundial, revalorizados con la llegada de la crisis. Una hora después, el hombre al que Hacienda investiga por no declarar casi siete millones de euros en once años, según conclusiones de la Policía Antifraude, salió del recinto, probablemente en dirección a algún caro restaurante chicharrero, con la satisfacción de haber ingresado 49.310 euros por contarle al mundo lo jodida que estaba la cosa.

En los años siguientes, mientras PSOE y PP recortaban al compás de la Troika, Rato continuó con su gira de conferencias a precio de oro. Un periplo que le volvió a traer a Tenerife en 2009, gracias a la mano de Antonio Alarcó, a quien conocía bien por haber estado casado con su prima, María Ángeles Alarcó Canosa. Al senador del PP se le ocurrió que tener a Eduardo Punset como cabeza de cartel del II Foro Científico y Social no era suficiente, por lo que metió al exministro con calzador en el evento organizado por la Fundación Canaria de Salud y Sanidad de Tenerife.

Una auditoria realizada por PriceWaterhouseCoopers (PwC) a la sociedad del Cabildo desveló que Punset y Rato recibieron 37.725 euros por su participación en el Foro. Su caché había descendido, pero siempre encontraba una solución a la vista. Unos meses después, en enero de 2010, el exministro fue nombrado presidente de CajaMadrid. Allí conoció las black y descubrió que no necesitaba codearse con científicos de primer orden para mantener su pasión por el derroche. Meter un trozo de plástico en un cajero era suficiente.

El ejemplo de Rato debe despertar más de una alarma ante la promoción que, con fondos públicos, se hace de individuos que convierten la corrupción en el primero de sus mandamientos. Ni el Rato de ahora, que aguarda el momento de entrar en la cárcel, ni el que trajeron Ángel Llanos o Antonio Alarcó, que usaba la libertad para aprovecharse de los demás, son distintos. La única diferencia es que los mismos que pagaron 13 euros por un segundo de Rato, a costa del bolsillo ajeno, han eliminado de la memoria del móvil todas las fotos del exministro. Menos mal que nunca podrán borrar la hemeroteca.

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