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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

El ganador

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Indra Kishinchand López

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Hace algún tiempo escuché que nadie recuerda las primeras partes de los partidos, sino que todos los aficionados guardan al ganador en su memoria. Mis padres siempre me dijeron lo contrario. O puede que no me lo dijeran nunca, pero lo entendí en sus silencios. De ese modo me contaron lo importante que era valorar las derrotas ajenas, pero sobre todo las propias. Esa fue la manera que tuvieron de explicarme que la vida pasaba para todos; incluso para las desgracias.

También fueron mis padres quienes me enseñaron con su ejemplo a ser más tolerante, más valiente, más generosa. Nunca lo conseguiré del modo en el que lo hacen ellos, pero sé que las ganas de intentarlo a veces pueden más que el desconsuelo de no creer en nada.

Lo más complicado de las palabras es elegir las adecuadas cuando hablas de alguien a quien has querido incluso antes de saber lo que implicaba cualquier verbo. Lo más difícil es demostrarles que solo personas como ellos son capaces de darle sentido a una vida casi siempre inexplicable; a una existencia que aprieta en una ciudad que es casa, pero no como el hogar en el que crecí a kilómetros de donde estoy ahora.

Esa distancia real en tiempo es ficticia cuando me imagino en mi mar sin más preocupación que las horas pasen lo suficientemente rápido como para tener que volar de nuevo. Ya son más años de los que me gustaría admitir volviendo siempre al mismo lugar, con la libertad como el mayor regalo que pude recibir, como el viaje como único alivio ante el odio y el rechazo.

Hace algún tiempo escuché que todos los que se van lo hacen porque están perdidos. Yo tengo un ancla que me acompaña y que me arraiga a la familia en la que nací y a los valores que entregaron sin exigir más que respeto y dedicación. Yo me fui sin miedo y sin cobardía porque supe entonces y lo sé ahora que puedo regresar con la certeza de que siempre encontraré sonrisas como bienvenida.

A quienes creen que huyo les diría que lo hago como lo hacemos todos. Yo no tengo miedo a confesar mis temores, a reconocer que he querido a quienes no me han querido, que he vivido de más y entregado de menos. No me escondo para declararme débil en el momento en el que me hicieron daño, pero con la fuerza suficiente para saber que algún día seré yo quien me mire en el espejo y no vea el reflejo de la ausencia.

No tengo miedo a confesar mis temores porque yo no huyo, sino que camino con ellos a mi lado hasta acostumbrarme, hasta entender que cada uno carga con los suyos y que yo no puedo entregarme a quien no quiere ayuda, sino únicamente sentir que, en algún punto, mis problemas son peores que los que arrastran ellos mismos.

Si hoy sé que si la vida sigue es porque ellos me gritan en silencio desde mi isla para que no me rinda, para que no me ahogue.

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