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El talento oculto

José Miguel González Hernández

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Se acerca elevar el número de horas a la exposición solar. Para ello hay que pertrecharse con cremas y tejidos con suficiencia protectora, a la vez que esté dotada de innegable transpirabilidad. Obviamente, dependiendo de la tipología de piel, edad, hora y latitud en que se tome el sol, deben extremarse más o menos las precauciones, puesto que, de lo contrario, uno se expone a sufrir daños (en algunos casos irreparables) en su salud, teniendo en cuenta que, a lo mejor, no se produce un efecto inmediato, sino que afloran los problemas a medio y largo plazo.

Por otro lado, imaginemos que, en lugar de estar hablando del sol y de nuestra piel, estamos hablando del entorno social y de nuestro ser. En este sentido, aun siendo agnóstico, no nos queda sino reconocer cierta verdad en aquella máxima aparentemente dictada por Jesucristo que aparece en diferentes evangelios y donde decía lo siguiente: “… ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano…”

Seguro que se está preguntando, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues muy sencillo: el papel de la gestión de las relaciones sociales y de cómo nos afecta (o no) lo que se piense de nuestra persona según el rendimiento que declaramos. ¿Y cómo se ha llegado a tal mezcla de ideas? Pues a que los seres humanos, independientemente de su clase y condición, tenemos una cierta inclinación hacia la crítica como forma de contrarrestar la amenaza de la competencia.

De esa forma, vemos con mayor facilidad los defectos (si así los quisiéramos catalogar) de nuestro entorno con el fin último de encontrar una responsabilidad a nuestra, normalmente mala, situación. Es decir, si me va bien, es por mí, pero si me va mal debo encontrar algún lugar de descarga.

Y, como todo se estudia, este comportamiento ya tiene un nombre, y se denomina el síndrome de alta exposición, al estar inmersos en la dificultad para apreciar honestamente las virtudes del resto, sin sentirnos molestos por ello. Pudiéramos pensar que es solo envidia. Pero no. Es mucho más.

El síndrome de alta exposición nos habla de que, cuando las personas destacan demasiado en algún área, generan malestar en las demás, porque el éxito del resto hace que las propias limitaciones se hagan más visibles, valorando mucho más el error del resto que el acierto, incluso si fuera una buena noticia que nos afectara positivamente y buscando el desprestigio a quien desafía el statu quo.

El síndrome de alta exposición ocasiona una tendencia a no permitir que alguien destaque demasiado, porque genera inseguridades o crea la sensación de amenaza en el resto. De esta forma, o se les critica o se les exige más con la intención de minimizar el logro. Por ello se queda muchas veces talento oculto en las gavetas, teniendo como objetivo minimizar el riesgo a la mera exposición y asumiendo un perfil bajo de comportamiento como norma general.

En definitiva, con el fin de seguir dotando de misticismo el mensaje, mejor examinemos nuestra conciencia para sentir el acogimiento de quienes nos rodean y así hacer saber que no se debe sentir amenaza alguna por tener una actitud y aptitud de evolucionar de manera continua. Así que a defender las pasiones, a ejercer nuestras tareas de la mejor forma que las sabemos hacer sin necesidad de solicitar ningún consentimiento para ser mejores día tras día. Lo más que puede suceder es que, si generamos alguna molestia, como mucho pediremos perdón, pero nunca permiso.

*Economista

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