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La universidad, cuna de corazones educados

David Padrón

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Las reflexiones contenidas en las líneas que siguen las extraigo del discurso que pronuncié, el pasado día 26 de julio, en el acto de graduación de la VII promoción del grado en Economía de la Universidad de La Laguna (ULL). Ellos me honraron nombrándome padrino de su promoción, y a ellos dedico estas consideraciones sobre la docencia universitaria.

El haber pensado en mí para acompañarlos en un día tan especial, además de servir de alimento a mi ego, lo interpreto como una aprobación a la dedicación docente del profesorado de la Facultad de Economía, Empresa y Turismo de la ULL que, de una u otra manera, el alumnado de la VII promoción del grado en Economía entiende que se ha tomado en serio la enseñanza.

A pesar del proceso de creciente devaluación social al que ha sido sometida en nuestro país la docencia, también la universitaria; pese a que quizás también nosotros, desde la propia universidad, hayamos podido contribuir a esa minusvaloración al darnos unos incentivos que, en última instancia, invitan a realizar una lectura de la enseñanza meramente en términos de coste de oportunidad; pese a todo eso, son muchos los profesores que siguen empeñados en dar lo mejor de sí para contribuir a la formación de nuestros alumnos año tras año, curso tras curso.

Hacer lo correcto, aunque nadie te vea o no te lo valoren, se llama integridad. Estoy convencido de que serán muchos los nombres de los profesores de la facultad que los alumnos de la VII promoción del grado en Economía, cuando echen la vista atrás, podrán asociar con esta cualidad; profesores que, pese a unas circunstancias que no invitan a apostar por la excelencia docente, les han demostrado que creen en la docencia universitaria, en una enseñanza pública y de calidad.

La universidad, decía José Ortega y Gasset, debe formar “talento integrador”, y no sólo buenos técnicos. Ésta es, en opinión del filósofo español, una de las mejores contribuciones que puede hacer la universidad al correcto funcionamiento de la sociedad. Los grandes problemas sociales, políticos y éticos de nuestra época son, como nos recuerda el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, “transfronterizos, imposibles de circunscribir a una disciplina concreta”. En este contexto, resulta evidente que nuestra sociedad no puede pagar el alto precio que supondría una universidad que contribuya a agravar la ignorancia del todo, mientras profundiza sólo en el conocimiento de las partes.

En opinión del filósofo, filólogo y jurista español Javier Gomá Lanzón, uno de los problemas de nuestra democracia es la pérdida de ideales; unos ideales en cuya configuración el sistema educativo, incluido el universitario, resulta crucial, pues debe dotar de “visión culta” y “corazón educado”.

La visión culta, nos dice Gomá Lanzón, tiene dos componentes: la relativización y la apropiación. Es culta la persona que es capaz de convertir la naturaleza -entendida en un sentido amplio- en historia; y en ese proceso, comprende que “las ideas son susceptibles de deliberación, de discusión, de crítica y, en su caso, de abandono”. El segundo momento de esa visión culta es “no pretender construir el mundo desde cero, asomarse a lo que otros ya han construido en el pasado, ver todos los ensayos de solución a los problemas, encontrar en ello un tesoro de aprendizaje colectivo y hacer una apropiación crítica de aquello que todavía siga siendo útil”.

Además de visión culta, la universidad también debe cultivar “corazones educados”. Para el profesor Gomá, corazón educado lo tiene aquella persona que es capaz de hacer coincidir dentro de ella dos tendencias aparentemente contrapuestas: una es “la búsqueda del sentido de su propia vida, de sus verdades absolutas”; la otra consiste en “cultivar un sano relativismo que posibilite la convivencia de personas en el espacio público, en el ágora o en el mercado”. Conseguir esa convivencia en el corazón de verdades últimas y absolutas de la esfera privada, y verdades penúltimas y relativas susceptibles de crítica y abandono en el ámbito público es en lo que consiste educar el corazón.

Cuando las reformas educativas (o sus simulacros) no hacen más que conducirse por la brújula de la mejora de la competitividad a través de la formación de buenos técnicos; cuando los sistemas de medición de la calidad de la docencia se centran exclusivamente en esas competencias que harán de nosotros técnicos competentes en tareas concretas, creo que algo se está torciendo. Cuando menos, estamos perdiendo de vista que, además de buenos técnicos, nuestra sociedad reclama personas capaces de entender la verdadera esencia del ser humano, con una cosmovisión del mundo integradora, con capacidad crítica y de construcción de ideales. Necesitamos formar “buenos profesionales”, como diría Adela Cortina, y no sólo “técnicos competentes”; precisamos de “talento integrador” con capacidad de mando, que diría Ortega y Gasset, y no hordas de “nuevos bárbaros”.

Soy un firme convencido de que el conocimiento es el mejor catalizador en esa tarea de transitar desde el universo de los sueños al mundo de lo tangible, de lo realizable; que el conocimiento es mucho más que un mero ejercicio de instrucción técnica; que la universidad debemos entenderla como el ecosistema donde habitan los espíritus críticos e inconformistas con corazones educados; como un espacio de reflexión y discusión; y que todos nosotros, profesorado y alumnado, tenemos el deber de evitar que ese ecosistema, que este hábitat se degrade.

Aprovecho esta metáfora medioambiental para traer a colación a una de las grandes figuras de la cultura de Canarias, a uno de sus más grandes visionarios y espíritus críticos. Me estoy refiriendo a César Manrique.

Con ocasión del primer centenario de su nacimiento, el pasado mes de abril, tuve ocasión de leer un artículo firmado por Juan Cruz, en el que el periodista portuense ensalzaba la figura del artista lanzaroteño. Entre las numerosas anécdotas recogidas en el artículo, una me llamó especialmente la atención. Se desarrolla a finales de la década de 1950, cuando “el sol aún no era un activo” en la isla de la Lanzarote. Según relata Juan Cruz, en una conversación con su amigo Pepín Ramírez, por entonces presidente del Cabildo de aquella isla, Manrique le dice: “Se puede salir de la pobreza. La belleza es la clave. Esta cueva”, refiriéndose a la Cueva de la Cazuela en la que se encontraban, “llena de rastrojos e inútil, es el punto de partida”. Ramírez le creyó, y, con el tiempo, de aquella idea visionaria surgieron la Cueva de los Verdes y los Jameos del Agua. Le siguieron el Monumento al Campesino, el Mirador del Río. Más tarde, y en un intento por evitar las amenazas del turismo de masas, se lucha y consigue la distinción para la isla como Reserva de la Biosfera.

“Se trata de vivir”, dijo en una ocasión César Manrique, “cara al futuro (…). No debemos desfallecer, hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica, pues el futuro nunca está conseguido, lo tenemos que hacer desde el presente”.

A pesar del efecto distorsionador que sobre mi percepción puede haber ejercido el hecho de apadrinar a los alumnos de la VII promoción del grado en Economía de la ULL, no creo exagerar al afirmar que en estos años compartidos en las aulas de nuestra querida facultad he tenido la oportunidad de descubrir en muchos de ellos la esencia del verdadero espíritu universitario. Espero que sigan cultivándolo; que en la legítima búsqueda de su beneficio particular y crecimiento personal no pierdan de vista el respeto a los demás y que procuren el bien común; que comprendan que las esferas de lo privado y lo público se dan la mano, deben darse la mano; que perciban, y ayuden a percibir a otros, que la acción colectiva acostumbra a rendir mejores resultados que la acción individual en numerosos ámbitos; que se convenzan, y contribuyan a convencer a otros con su ejemplo, que la ética es rentable; que colaboren en el proceso de recuperación de los ideales perdidos de nuestra democracia. Pero, sobre todo, que en la reconquista de esos equilibrios y valores encuentren la felicidad.

*Profesor del Departamento de Economía Aplicada y Métodos Cuantitativos de la Universidad de La Laguna. Centro de Estudios Universitarios de Desigualdad Social y Gobernanza (Cedesog).

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