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El valor del deseo

José Miguel González Hernández

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Que no cunda el pánico, pero llegan las fiestas. Vatios de potencia en forma de luz y de alegría (re)forzada inundan todas nuestras calles y relaciones. Los emoticonos fluyen de forma incesante junto a mensajes de paz y amor. En medio, aparecen banners de publicidad comercial con el objeto de acompañar y mejorar el tránsito hacia el éxtasis a través de las endorfinas que genera una acción de consumo.

Además, es cierto y riguroso que escoger comporta una renuncia y siembra el germen de la duda sobre si nos hemos equivocado o no. Por ello, mejor lo deseamos e intentamos tenerlo todo y así disipamos la duda. Pero ¿qué diablos pasa por nuestra cabeza para pensar que más es mejor en lugar de generar una filosofía de la limitación basada en la peligrosidad de la denominada bastantidad?

Según algunas cifras, de forma aproximada, todos los días estamos expuestos a dos mil impactos publicitarios de diferente índole e intensidad, e intentamos llenar nuestros vacíos espirituales a expensas de las moléculas de la felicidad con el fin de sentirnos deleitados por la abundancia. El mero acto de abrir la cartera y rebuscar entre las rendijas dinero cash o de plástico con el fin de poder sufragar el enésimo capricho, pensando que si no lo hacemos seremos las personas más desgraciadas del universo, desenfoca lo que realmente debería ocurrir, asumiendo que estamos en un sistema en el que tanto tienes, tanto vales.

Si nos cuesta encontrar fuera de las compras el verdadero disfrute, mejor hacérnoslo mirar. No es por ponerse místico, pero en el diagrama de sierra en el que nos encontramos, lleno de esporádicos subidones a base de euforia combinados con abundantes caídas en diferentes huecos, es nuestro día a día. Habrá que saber resistir y, lejos de conformarnos, mejor asumir realidades y saborear, incluso, el desánimo, sin intentar buscar en estupefacientes artificiales envueltos en papel de regalo el consuelo necesario. No obstante, no es excluyente, ni siquiera perjudicial, poder disfrutar con el consumo. Pero con control. Sabiendo qué hacemos en cada momento teniendo conciencia de que los productos derivados de la mercadotecnia no deben estar por encima de nuestra subyugada voluntad. Las necesidades impuestas nunca deben organizar nuestra existencia.

El sistema basado en el incesante y continuo ciclo consumo-inversión ha sido redefinido de forma continuada, porque lo que inicialmente era un procedimiento basado en la mera propaganda en la actualidad utiliza derivas (in)directas basadas en la psicología y la sociología con la finalidad de masificar los bienes de consumo a través de una manipulación, más o menos burda, de la sociedad consumista, basándose en la idea de que el valor se determina por el deseo, independientemente de la necesidad. De esta forma, a mayor deseo, mayor precio, a través de un simple razonamiento de mercado a la hora de los movimientos de la oferta y la demanda.

No se trata de volvernos impermeables. Se trata de tener el control en todo momento. No se trata de ser un ser oscuro sin exposición al placer. Se trata de saber disfrutar no sólo del viaje, sino de su preparación y posterior recuerdo. Por ello, y más en estas fechas, se hace necesario recordar la reflexión formulada por Francisco de Quevedo que, posteriormente, popularizó Antonio Machado, diciendo aquello de “... todo necio, confunde valor y precio...”. Felices Fiestas.

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