‘Sesenta leguas’ por la Alpujarra andaluza

Tradicional Tinao alpujarreño en la localidad de Pampaneira.

Viajar Ahora

El cruce de la carretera que abandona la parte baja del valle anticipa desde los primeros metros lo que nos espera. La vía, que conduce a media altura al viajero desde la célebre Lanjarón pica hacia arriba desde el primer momento y el coche, en un abrir y cerrar de ojos, ya queda muy por encima de las torres puntiagudas de la Iglesia de Órgiva. Estamos a las puertas de las míticas Alpujarras. Comarca de geografía tan o más contundente que su sonoro nombre. Extensa franja de terreno a los pies de las mayores cumbres de la Península Ibérica que ocupa las laderas meridionales de Sierra Nevada. Por delante poco más de 90 kilómetros de vueltas y contra vueltas entre la ‘capital’ orgivana y Laujar de Andaráx que, ya en la provincia de Almería, hace las veces de frontera difusa de una porción de tierra que no deja al viajero indiferente. La única condición que se requiere para disfrutar es saber escuchar y ver. Nada más.

Lugar mágico y, hasta la llegada del asfalto y el motor de explosión, casi inaccesible pese a la cercanía con ciudades de la talla de Granada o Almería. Las faldas sureñas de la sierra, que bajan aquí hacia el Cauce del Guadalfeo en paralelo a un Mediterráneo oculto por el escalón que antepone la Sierra de la Contraviesa, ofrecen un sinfín de barranqueras, ríos y torrentes que hacen que todo esté o muy arriba o muy abajo. No es de extrañar que los árabes encontraran serias dificultades para dominar la comarca cuando entraron a saco en España allá por el 711 y que fuera precisamente este enclave del Sur, el último en ser sometido a los amos de Al-Andalus; o tampoco que ochocientos años después éste fuera el último reducto de resistencia musulmana (fue el principal teatro de operaciones de laRebelión de los Moriscos) casi un siglo después de la caída de Granada en 1492 . Tierras difíciles. Pero de una belleza abrumadora.

Nos habíamos quedado a las afueras de Órgiva. Desde siempre, este pueblito de casas blancas a poca distancia del cauce del Guadalfeo se consideró como la ‘capital de la Alpujarra’. Y no es mala idea hacer una pequeña parada para empezar a empaparse de la idiosincrasia local. Las calles que rodean a la Iglesia de la Expectación son un laberinto de casitas blancas cubiertas de tejas rojas. Es un punto y aparte en la campiña granadina. Una buena manera de ver el cambio drástico de paisaje natural y humano que nos aguarda apenas unos kilómetros más arriba, cuando el valle se convierte en la Alpujarra mítica que atrajo a viajeros y escritores de todas las épocas. La carretera A-4132 comunica esta parte del mundo con el resto; y cualquiera que la haya transitado sabe que esto que acabamos de decir no es, ni mucho menos, una exageración.

A medida que se van sumando los pueblos, el que sepa mirar podrá ver cómo cambian la arquitectura, los cultivos, hasta la faz de las gentes. Porque aquí abundan los rubios de ojos azules fruto de las repoblaciones que se realizaron en la zona después de la expulsión de los moriscos de 1613. Y llegaron centroeuropeos y gran cantidad de gallegos que impusieron nuevos apellidos y costumbres; pero algunas cosas quedaron. Y se pone ya de manifiesto desde el primer momento. Cáñar, Bayácar, Carataunas y Soportújar caen en el saco del viajero en las primeras vueltas del camino. Y ya empiezan a ponerse de manifiesto las señas de identidad de los pueblos alpujarreños. Casas blancas apiñadas unas a otras como en un lienzo cubista, terrados lisos impermeabilizados con launa, una arcilla local de color gris azulado, y las chimeneas cónicas que, en las tardes, se adornan con penachos de humos pálidos. La comarca es también es un verdadero vergel surcado por barrancos y torrenteras que alimentan los bancales donde florecen las huertas y crecen los almendros.

Pampaneira, Bubión y Capileira

Desde Pampaneira, la ladera asciende rápidamente hacia las primeras laderas peladas de Sierra Nevada. No muy lejos, pero bastante más arriba se encuentran, casi en una misma línea sobre los abismos, los pueblos de Bubión y Capileira, último antes de encarar las alturas. Estamos en uno de los epicentros de la cultura alpujarreña y en parada obligatoria para cualquiera que quiera conocer desde dentro el lugar. Situados en el Barranco de Porqueira, estos tres pueblos son algo así como el centro turístico de la comarca y han sido declarados conjunto histórico artístico. Aquí conviene dejar el coche y andar. En Pampaneira, recientemente incluido en el listado de pueblos más bonitos de España, no hay que dejar de callejear por el Barrio Bajo y dejarse atrapar por la arquitectura local.

El viajero se sorprenderá al pasar bajo los ‘tinaos’, soportales que, en realidad, soportan habitaciones y, en algunos casos, viviendas enteras que se adosan a sus vecinas a través de corredores. A pie de calle, el resultado es un conjunto de túneles y pasadizos adornados con macetas que dejan al descubierto las tripas de las casas ( el tinao de la Calle Princesa la cubre casi por entero). Un par de calles más arriba se sitúa la Iglesia de la Santa Cruz , antigua mezquita reconvertida allá por el XVI en la que se alternan trazas de sus antiguos dueños, elementos mudéjares y renacentistas.

La A-4129 sube Porqueira arriba hacia Bubión y Capileira. En el primero de estos dos pueblos de ensueño, que cuenta con algunas de las casas más antiguas de toda la zona, se encuentra la Casa Museo Alpujarreño (Dirección: Plaza de la Iglesia sn; Tel: (+34) 958 763 032; Horario: L,X,J y D 11-00 – 14.00; V,S,DyF 17.00 – 19.00), que ocupa una antigua vivienda del siglo XVI y muestra aperos de trabajo, mobiliario y vestimenta de la zona. En el lugar se encontraron enterramientos romanos, lo que da muestra de la antigüedad del lugar. Muy cerca se encuentra el Taller del Telar (Dirección: C/ Santísima Trinidad, 11; Tel: (+34) 958 76 31 71), una pequeña tienda-taller en la que se han empeñado en recuperar las tradiciones textiles alpujarreñas más auténticas. Otro punto de interés es la sencilla y mudéjar Iglesia de la Virgen del Rosario, que según la tradición, sirvió de cuartel a los moriscos amotinados comandados por el mítico Aben Humeya en el siglo XVII.

Ya en la cúspide, poco antes de que los últimos árboles den paso a las desoladas cumbres de Sierra Nevada, se desparrama el pueblo de Capileira, colgado a más de 1.400 metros sobre el nivel del mar. Este verdadero laberinto de callejuelas, tinaos y veredillas guarda algunos de los tesoros más auténticos del acervo alpujarreño; como sus famosos lavaderos, de cientos de años de antigüedad que suplían la falta de agua corriente en las casas. En el casco histórico también se encuentra la Casa Museo Pedro Antonio de Alarcón (Dirección: C/ Mentidero s/n; Tel: (+34) 958 763 051; Horario: MD 11.30 – 14.30) que, aprovechando el libro que el novelista hizo sobre la comarca ( La Alpujarra: sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia ) recorre las costumbres alpujarreñas. La parte baja del pueblo se desploma hasta llegar al borde del Tajo del Diablo, barranco hondo por donde corre el torrentillo escandaloso del Porqueira. Las vistas sobre las alturas de Sierra Nevada son sublimes.

El mito de Trevélez y la alpujarra almeriense

De vuelta a la A-4132 los pueblos se suceden con intervalos de pocos kilómetros: Pitres, Pórtugos, Busquístar… 20 kilómetros separan las localidades de Pampaneira y Trevelez, otro de los pueblos de resonancias míticas de la comarca alpujarreña. Conocido en España por ser una de las capitales del jamón, es también el otro gran centro turístico de La Alpujarra y uno de los pueblos más pintorescos del Sur de España. Dicen que este lugar fue uno de los últimos refugios para los cristianos durante la invasión musulmana del 711; hasta el punto que más de 150 años después los cristianos del lugar aún gozaban de autonomía y de libertad religiosa.

También dicen que el nombre de la localidad proviene de tres hermanos, los ‘Vélez’ que recibieron sendas tierras en las partes alta, media y baja del pueblo y que dieron nombre al lugar al unirse los tres barrios. Nombres de calles como ‘la Cuesta’ o ´Pereza’ dan buena cuenta de la geografía del lugar. Callejones, tinaos, terrados y veredillas conectan los tres barrios de Trevélez en uno de los mejores conjuntos patrimoniales de La Alpujarra y mejor vía de acceso al sendero de alta montaña de Siete Lagunas, uno de los paisajes más espectaculares de Sierra Nevada.

Más allá de Trevélez, La Alpujarra ya va buscando las tierras de la Provincia de Almería. En el mapa aparecen pequeños pueblos allá arriba o allá abajo entre terrazas de cultivo y bosquecillos de almendros que según se van acercando a tierras almerienses van haciéndsose cada vez más ralos y escasos como si supieran que el desierto está allá abajo a pocas horas de vuelo de pájaro. Lugares como Bérchules o Cádiar merecen una visita; pero para los mitómanos queda Yegen, lugar de residencia del británico Gerald Brenan, soldado inglés de la Primera Guerra y erudito autodidacta que se recluyó durante años en este pueblecito granadino para tratar de devorar a los clásicos de la literatura, la filosofía o la política. Las andanzas de Brenan quedaron reflejadas en su libro ‘Al sur de Granada’, un libro imprescindible para entender la idiosincrasia de la comarca antes del asfalto, la electricidad y los turistas.

Laujar de Andarax es a la provincia de Almería lo que Órgiva es a la de Granada. Los terrados planos recubiertos de launa van dando paso, de manera paulatina, a las tejas y el urbanismo aparentemente caótico se vuelve a suavizar ante la cercanía de las tierras bajas. Aún así, este pueblo blanco es depositario de firmes tradiciones alpujarreñas como el de los telares, que aquí gozan de muy buena salud. Otro de los lugares que conviene visitar es la Iglesia de la Encarnación, un soberbio edificio que combina el mudéjar y el barroco y que es conocido como la Catedral de La Alpujarra. Por su situación en la cabecera del Río Andarax, el paisaje agrícola de Laujar está dominado por los huertos y los campos de vides de los que sale, a parte de un buen vino, las afamadas pasas alpujarreñas. Más allá del patrimonio, este pueblo almeriense guarda una riquísima tradición gastronómica fruto de la mezcla de elementos musulmanes, judíos y cristianos y en la que domina el excelente cabrito local (choto).

FOTOGRAFÍAS: Jonás Oliva y Miguel Ángel Villoslada

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