De Maspalomas a Tunte: una ruta por el Barranco de Fataga

Vista general del pequeño pueglo tradicional de Fataga, en Gran Canaria. VIAJAR AHORA

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Desde el Mirador de la Degollada de La Yegua, se puede advertir la magnitud del abismo que se desploma a apenas unos centímetros de los dedos de nuestros pies. La vista se precipita necesariamente hacia abajo y el tamaño de las palmeras y los caminos del fondo pone de manifiesto la entidad de esta grieta que asciende desde el mar hacia las cimas de la isla. A apenas diez kilómetros, la carretera GC-60 parte desde las inmediaciones de las Dunas de Maspalomas (ver post mejores playas de Canarias); pero desde aquí parece que ese universo de dunas queda muy lejos. Otro mundo, pese a la cercanía. Más allá de la degollada, la carretera vuelve a descender hacia el fondo del cauce sumergiéndonos en otra Gran Canaria que nada tiene que ver con la de las playas de arenas rubias, los hoteles y los restaurantes de la costa. Una isla más auténtica y genuina que se va confirmando con cada kilómetro que recorremos hacia el centro.

Lo primero que sorprende es el paisaje. El verde pardo de la vegetación, las palmeras y el color de los riscos (que pasan del oscuro basalto al naranja) le dan al lugar un toque claramente norteafricano; y es que el Atlas apenas queda a un par de centenares de kilómetros hacia el este. Pero no. Esto es Canarias. Los palmerales en torno al pequeño barrio de Arteara son la primera parada de esta ruta que nos lleva a uno de los rincones más enigmáticos de la isla. La Montaña de la Cogolla cierra el barranco por su banda occidental; una montaña mutilada que se medio desplomó hace milenios cubriendo buena parte del cauce.

En este caos de peñascos diseminados, los antiguos canarios (habitantes de la isla antes de la llegada de los europeos) construyeron un macro cementerio de más de 37.000 metros cuadrados en la que, hasta el momento, se han localizado unos 900 enterramientos tumulares (cistas coronadas con pequeñas torretas de piedra). La Necrópolis de Arteara (Dirección: Arteara sn –Acceso desde GC-60-; Tel: (+34) 638 810 591; Horario: MD 10.00 – 17.00; E-mail: museosyarqueologia@arqueocanaria.com). Es también un marcador equinoccial, ya que el alineamiento de uno de sus túmulos con las montañas cercanas marca los equinoccios de primavera y otoño. Un pequeño centro de interpretación ayuda a comprender este lugar tan mágico como complejo.

La excursión carretera arriba sigue internándose en el angosto valle hasta la pequeña localidad de Fataga, uno de los caseríos tradicionales más singulares y bellos de la isla. El ‘pago’ se apelotona en una peña de grandes dimensiones que emerge del fondo del barranco creando un conjunto en el que mandan la cal, la madera, la piedra y la teja y las omnipresentes palmeras que, en la ladera de enfrente, según la montaña va ganando en altura, da paso al pino canario, absoluto protagonista del vecino Parque Natural de Pilancones.

Como cualquier pueblo español que se precie, la sencilla Ermita de San José articula una trama urbana de callejuelas y veredas que suben y bajan formando rincones increíbles. La Casa Honda (Dirección: Acceso por C/ Los Relles) atestigua que antes de las actuales casas, toda una clase magistral de arquitectura tradicional canaria, se construyeron las sencillas moradas de los aborígenes. Carretera arriba (apenas a un kilómetro y medio) se levanta aún altivo el Molino de los Cazorla uno de los mejores ejemplos de muelas de agua que aún existen en las islas.

La ruta hacia el centro sigue ascendiendo por la margen derecha del Barranco de Fataga hasta alcanza su cabecera. En este lugar, el paisaje se abre y muestra el enorme boquete de la Caldera de Tirajana, uno de los lugares más bonitos de la isla. Los pueblecitos rodeados de huertas y los palmerales se alternan con un pinar cada vez más predominante. Estamos en las inmediaciones de San Bartolomé de Tirajana, la Tunte de los antiguos canarios. El pueblo, cabeza del municipio, es otro de esos notables ejemplos donde se ha sabido preservar la tradición; un aspecto que se pone de manifiesto en su casco histórico.

La arquitectura tradicional canaria marca la pauta de un pueblo donde se alternan casas sencillas y verdaderos palacetes como el caserón que ocupa el Museo Antropológico Casa Yánez (Dirección: C/ Antonio Yánez, 1; Tel: (+34) 928 127 120; Horario: LV 9.00 – 14.30; E-mail: museocasayanez@gmail.com), uno de los mejores ejemplos de vivienda acomodada rural de finales del siglo XVIII que aún pueden verse en la isla. En su interior, a la par de mostrar las tripas de este tipo de construcciones, se exhibe mobiliario y vestimenta de las clases acomodadas durante los siglos XIX y buena parte del XX. No lejos se encuentra la Casa Canaria de Tunte (Dirección: c/ Humiaga sn), última de las construcciones prehispánicas que recuerdan que antes de española y cristiana fue uno de los poblados más importantes de los antiguos canarios. Podemos parecer pesados, pero la Iglesia de San Bartolomé de Tirajana (Dirección: Plaza de Santiago sn), una de las joyas del mudéjar canario, también merece una parada.

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