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Las animitas del Cementerio General de Santiago

Monumento que recuerda a los asesinados por el régimen de Pinochet en el Cementerio General de Santiago de Chile.

Viajar Ahora

Santiago de Chile —

A diferencia de lo que sucede en Buenos Aires con La Recoleta o Chacarita, el principal cementerio de la ciudad de Santiago de Chile no es un lugar frecuentado por los turistas. Se ven pocas gentes en 'El General'. Apenas unas decenas. Los más, son locales que llegan desde todos los rincones de la capital chilena para rendir tributo a los suyos o para visitar a alguna de las almas que pululan en torno a sus tumbas dando y quitando gracias. En Chile subsiste un intenso culto a los muertos. Las devociones populares, a esta parte de la cordillera, se dirigen a las ‘animitas milagrosas’. Tumbas como las de Carmencita Cañas, una especie de santa popular a la que los devotos piden y agradecen favores. O la de Orlita Romero, la novia blanca.

Juan Quevedo se crió junto al cementerio y conoce al dedillo esta geografía de antiguos nombres y apellidos que forman uno de los camposantos más grandes de Latinoamérica. Anda con su hermano poniendo flores a las ánimas. “Cada vez que venimos a visitar a nuestros familiares también les traemos flores a ellas. Son milagrosas y también nos han concedido algunos favores”, reconoce mientras coloca con cuidado la botella de plástico llena de flores entre velas encendidas, collares, barras de labios, bolígrafos y una caja que, después de un encendido debate, parece contener un cordón umbilical. “Yo conocí a la madre de Orlita”, me comenta. “Venía todos los domingos y a veces se quedaba hasta muy tarde. Como la niña estaba embalsamada, la madre se pasaba horas peinándola”.

Sobre la vida y, sobre todo, la muerte de Carmencita se escuchan varias versiones. Unos dicen que era una niña de nueve años que murió de manera violenta a manos de un violador. Otros aseguran que falleció a los 15 años, cuando se colgó de un árbol por cosas de amores. Como suele pasar, la realidad es mucho más prosaica. La joven, que llegó a la ciudad desde el campo, vivió con enormes dificultades económicas y se vio obligada a dedicarse a la prostitución. Fruto de sus actividades profesionales sufrió una enfermedad que la obligó a internarse en la Posta Central de Santiago (el hospital público), en la que murió a causa de la negligencia de un anestesista.

En el caso de Orlita, la leyenda también se mezcla con la realidad. La mayoría conviene en que la joven, que pasó a mejor vida en 1943 cuando contaba con apenas 17 años de edad. La llaman ‘La novia’, y las noticias sobre su muerte también dan para varios folletines. Unos dicen que rodó escaleras abajo mientras avanzaba hacia el altar el día de su boda; otros que le dio un ataque justo cuando se disponía a decir el ‘sí quiero’ y, para los amantes de lo trágico, queda la versión más extendida: murió de pena al ser abandonada por su ‘pololo’ (novio). Los papeles oficiales aseguran que fue un simple ataque al corazón, pero eso no ha impedido el culto al animita de los enamorados. Los novios piden felicidad, los estudiantes pasar de curso y los solitarios encontrar el amor verdadero. Pero no faltan otras peticiones, tales como el de una empresa audiovisual que agradece a Orlita su intervención providencial para que un proyecto documental se convirtiera en realidad. Se trata de un alma multifacética.

Las historias son de todos los colores y para todos los gustos. Algunas son recreaciones chilenas de otros mitos mortuorios de diferentes partes del mundo; como ‘La Llorona’, que aún busca las tumbas de sus hijos muertos en un accidente y que fueron sepultados de manera anónima mientras ella estaba en coma; o la Chascona, que vaga con la cara tapada por enormes mechones de pelo blanco. Muchos son los que dicen haberla visto y no son pocos los que aseguran que es capaz de interceder por los enfermos.

Cuando le preguntamos a Juan por la tumba de Salvador Allende, nos acompaña hasta la Avenida O’Higgins. “Está allí detrás. Son como unas columnas blancas que forman una cruz, pero sin parte de arriba. Allí no va casi nadie”, nos dice. Los mausoleos con nombres de presidente se repiten en esta parte del General. Pedro Montt, Balmaceda… La tumba de Allende es sencilla.

Como nos comentó Juan, está formada por enormes bloques verticales de mármol que forman una cruz calada. Unas escaleras permiten al visitante mirar la lápida que guarda los restos del presidente. Apenas hay un jarrón de cristal muy sencillo rebosante de flores y un par de rosas en el suelo. Nada que ver con la orgía de ofrendas de las animitas. Alguien ha dejado una cartulina roja en la que se han pegado una foto de Allende (que alguien ha roto) y unas palomas blancas. Escrito a rotulador se puede leer ‘Amigo del pueblo que no te olvida’. El mausoleo del ex presidente contrasta con la humilde tumba de Víctor Jara; apenas una lápida de cemento pintada a mano alzada enmarcada en rojo. ¡Hasta la victoria, siempre!

El muro dedicado a los desaparecidos está situado junto a una de las puertas de acceso al recinto. Los casi 2.000 detenidos desaparecidos llenan un espacio enorme; una lista de infamia. Nombres, apellidos, edades y fechas. Algunas tan cercanas como el 12 de febrero de 1990, día en la que Ariel Zúñiga Llanquilef pasó a engrosar esta lista macabra. El régimen mató mientras daba las últimas bocanadas. Prácticamente hasta el momento en el que Patricio Aylwin tomó posesión de su cargo como presidente electo el 11 de marzo de 1990. Un acto que lo convirtió en el primer dirigente electo desde el asesinato de Salvador Allende.

La mayoría gente pasa de largo. Apenas unas flores y alguna que otra fotografía medio gastada por el sol y el paso del tiempo. “Aquí sólo se detienen los familiares y algunos turistas”, me comenta un joven que anda sentado de cara al monumento; justo detrás de una de las enormes cabezas de granito a medio tallar que adornan la pequeña plaza que alberga el memorial. “Parece que están durmiendo”, nos comenta el joven mientras nos acercamos al rostro gigantesco de una mujer bella con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Es la metáfora de una época sombría. “Los turistas vienen a rendir homenaje a los muertos, o quizás sólo a ver algo que, en la mayoría de los países del mundo es impensable. Pero ahí están los nombres”, señala.

Visitar el Cementerio General de Santiago de Chile

Dirección: Av. Profesor Alberto Zañartu 951 (Acceso Metro Cementerios L2); Tel: (56) 2 2637 7800; E-Mail: cementerio@cementeriogeneral.cl; Horario: L – D 8.30 – 17.30; Visitas guiadas y tours temáticos.

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