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Pequeña guía de Reikiavik: un par de días en la capital de Islandia

Reikavik bajo la nieve. La capital islandesa está situada en la punta de una península cerrada por montañas imponentes. Hugi Ólafsson

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Islandia es un país que se puede recorrer en dos o tres semanas: La famosa Ring Road, por ejemplo, hace un recorrido circular por todo el país en cuatro o cinco días (unos 1.400 kilómetros de carreteras con paisajes alucinantes); tres o cuatro más te permiten añadir la fantástica Península de Vestfirdir, los famosos fiordos del oeste. Ya llevamos siete, ocho, nueve días… Un viaje de dos o tres semanas ya es la bomba. Te deja el margen necesario para ir y venir e internarte en las pistas de tierra que recorren el centro de esta isla país. Un lugar inhóspito dónde mandan, a la par, el fuego y el hielo: paisajes volcánicos recién creados cubiertos de enormes glaciares que cubren casi una cuarta parte del territorio del país. Lugares como el extremo norte del Parque nacional Vatnajökull que sólo se pueden explorar a bordo de potentes 4x4 y guías capaces. Y obvio que deja tiempo libre para que Reikiavik (o Reykjavík) sea mucho más que una puerta de entrada al país y lo último que ves cuando te vas.

La capital de Islandia es poco más que un pueblo grande de 125.000 habitantes (de los 350.000 que viven en todo el país), pero merece la pena incluirla en el viaje y dedicarle al menos dos o tres días (mejor). Como todas las capitales nórdicas, cuenta con una animada oferta cultural y una red interesante de recursos de carácter museístico y patrimonial: pero la principal ventaja de quedarse aquí es poder hacer algunos saltos a lugares interesantes que, normalmente, quedan fuera de los circuitos tradicionales de viaje. ¿Cuándo ir a Islandia? Cada época es diferente. Los veranos ofrecen la ventaja de días casi interminables: la isla de Grimsey queda dentro del Círculo Polar Ártico y desde la costa norte del país se puede disfrutar a pleno del sol de medianoche en verano (en el resto del país es un intenso y larguísimo crepúsculo mágico) y desde mediados del otoño hasta bien entrada la primavera es la temporada alta de auroras boreales.

La ciudad humeante fue fundada por exploradores vikingos provenientes de Noruega a finales del siglo IX. Según los documentos de la época (el increíble Landnámabók, o libro del asentamiento), los primeros pobladores islandeses eligieron este lugar por el acceso a aguas tranquilas y sus condiciones naturales. Tierra que humea, la llamaron, por la multitud de geiseres que había por todos lados; toponimia que se justifica en lugares como la Playa geotermal de Nauthólsvík Playa geotermal de Nauthólsvík . El asentamiento no creció mucho en los 900 años siguientes: una pequeña posta de pescadores con apenas 300 familias hasta que se convirtió en un centro de exportación de bacalao, lana y recursos mineros. Hoy, la ciudad sigue siendo un pueblecito grande que sólo rompe la monotonía de casas pequeñas en las cuatro manzanas que dan al Saebraut, la avenida marítima reconvertida en paseo artístico con una buena colección de esculturas callejeras de entre las que destaca el Viajero del Sol (de Jón Gunnar Árnason), un barco alegórico de aluminio que mira hacia poniente (como lo hizo el mítico Eric El Rojo) simbolizando la exploración, la esperanza, el progreso...

El Seabraut es una buena manera de mantener el primer contacto con la ciudad y ver como se combina lo nuevo y lo viejo. No vas a encontrar grandes monumentos como en otras capitales europeas; ten en cuenta que hasta la independencia del país (1944), esto no era más que un puñado de casas a miles de kilómetros de Copenhague. Los edificios históricos son, la mayoría de las veces, modestos. Como la Casa Hofdi (Borgartún, 105), una bonita construcción de madera de principios del XX que fue residencia del cónsul de Francia; casa del poeta local Einar Benediktsson y sede de la cumbre entre Ronald Reagan y Mijail Gorvachov que dio lugar al inicio del final de la Guerra Fría. La casa de madera, con un bonito aire francés, está rodeada de algunos de los edificios más altos del barrio de Tun, el barrio más moderno de la ciudad. Estas dicotomías son frecuentes aquí. El ejemplo más extremo se encuentra junto al viejo aeropuerto. A poco más de un centenar de metros de la Piedra del Elfo, un antiguo altar natural vinculado a las tradiciones vikingas se encuentra el Perlan, un espectacular edificio que aúna tanques de agua geotérmica, sala de exposiciones y restaurante de vanguardia más notables de la ciudad (casi es más brutal la arquitectura del lugar y su emplazamiento –una pequeña colina desde la que se ve casi todo el centro- que su carta).

EL VIEJO PUERTO Y LA HUELLA VIKINGA.- Reikiavik vivió durante la inmensa mayoría de su historia vinculada a su viejo puerto. Desde aquí partían los pescadores y los barcos que llevaban el bacalao salado y la afamada lana islandesa a Dinamarca. El puerto ejerció de polo económico y nexo del país con el resto del mundo hasta prácticamente antes de ayer. Como te decíamos antes, Reikiavik no es una capital de piedras con pedigrí. Los grandes edificios con siglos de historia a cuestas no existen (fue una ciudad de sencillas construcciones de madera hasta la segunda mitad del siglo XX) y eso se pone de manifiesto en su viejo puerto. El Harpa (Austurbakki, 2) es su icono más importante y se trata de una sala de conciertos con arquitectura de ultimísima vanguardia con un museo de vida salvaje en su interior. De lo más nuevo a lo más viejo en apenas diez minutos de paseo: no dejes de visitar el Museo de la Saga (Grandagarður, 2) que explora el pasado vikingo de la ciudad. En un radio de pocos centenares de metros hay dos museos más: el Museo Marítimo de Reikiavik Museo Marítimo de Reikiavik (Grandagarður 8,) y el Museo de Ballenas Islandesas Museo de Ballenas Islandesas (Fiskislóð, 23-25) –ideales para ir con nenes-.

Los restos del primer asentamiento vikingo se encuentran a orillas del Lago Tjörnin. El Landnámssýningin El Landnámssýningin (Asentamiento) es un yacimiento arqueológico en proceso de excavación en el que pueden verse los cimientos de viejas casas, restos de muros y una modesta colección de objetos de los primeros pobladores de la isla. A pocos metros nos topamos con la Catedral Luterana de Reikiavik -siglo XVIII aunque muy reformada- (Kirkjustræti, sn) y el viejo edificio del Parlamento (Kirkjutorg) y un poco más allá, ya cerca de los muelles la vieja cárcel del siglo XVIII que hoy ejerce de Casa de Gobierno (Lækjargata). La vieja Reikiavik se concentra en torno a la Plaza de Austurvöllur y la calle Aoalstraeti. Dos cuadras al norte nos topamos con el viejo puerto y en sentido contrario, aún está más cerca del Tjörnin. Antes de dejar la zona date un paseo por la orilla oeste del lago y mira el nuevo edificio del Ayuntamiento (Tjarnargata 11), que literalmente flota en las aguas, y, si eres de museos, visita el Museo Nacional Museo Nacional (Suðurgata, 41) que cuenta con interesantes colecciones históricas (impresionantes las salas vikingas y la exposición dedicada a la llegada del Cristianismo y los primeros monasterios).

MUSEOS, MUSEOS, MUSEOS Y MÁS MUSEOS.- Una de las cosas que más nos llamaron la atención de esta pequeña ciudad (recordemos que apenas cuenta con 125.000 habitantes) es la cantidad desproporcionada de museos que tiene (un síntoma del amor por la cultura de los pueblos del norte de Europa). La otra gran zona de la capital es el barrio de Nordumyri, que se sitúa inmediatamente al este del centro histórico (Kvosin). Los viajeros suelen subir por la calle Skolavördustigur hasta la espectacular Iglesia de Hallgrímskirkja Iglesia de Hallgrímskirkja (Hallgrímstorg, 101), una de las construcciones más significativas de la ciudad y, también, punto culminante de la capital. Su campanario, formado por columnas exagonales –como las que se forman naturalmente- que rinden homenaje al vulcanismo del país, se eleva 73 metros sobre la base de la colina y ofrece imponentes vistas sobre la ciudad y las montañas que la cierran por la banda de tierra.

En los alrededores de esta obra maestra de la arquitectura contemporánea se localizan multitud de museos y centros culturales para todos los gustos. Algunos son canónicos: artísticos, etnográficos, literarios… Otros muy especiales. Como la Faloteca Islandesa (Laugavegur, 116) un insólito centro en el que se exhiben penes reales de cientos de especies animales y objetos relacionados con el asunto en cuestión –bizarro como pocos-. A las afueras de la ciudad podemos visitar el Museo al Aire Libre de Arbaer (Kistuhyl), una réplica de un pueblo islandés (algunas casas de madera se trasladaron desde el centro de la capital) en el que se puede experimentar el estilo de vida del país hasta hace poco más de 70 años. En el mapa puedes ver otros museos de la ciudad.

EXCURSIONES CORTAS DESDE REIKIAVIK

La Laguna Azul.- Este complejo de aguas termales se encuentra a 50 kilómetros del centro de la capital (rutas 41 y 43) y es uno de los lugares más visitados de todo el país. Las aguas de este gigantesco spa al aire libre reciben el calor del interior de la tierra y se calientan hasta los 41 grados centígrados. No es barato (el precio de la entrada simple ronda los 45 euros) pero como experiencia no está nada mal. Conviene sacar la entrada con antelación. Si te gusta la navegación a vela aprovecha para visitar Viking World (puerto de Njardvik) donde tienen una réplica impresionante de un drakar vikingo (lo sacan a navegar y se puede ir).

El Fiordo de Hval.- Si vas a Reikiavik de escapada urbana no es mala idea hacer una visita de un par de horas a este fiordo situado a 60 kilómetros al norte de la ciudad. El Fiordo de las Ballenas jugó un papel fundamental en la economía de la isla hasta mediados del siglo XX ya que era una de las postas balleneras más importantes del país. En el extremo interior se encuentra el inicio de un sendero que lleva hasta la Cascada de Glymur, una de las más altas del país. Esta zona se está usando como piloto para la agresiva política de reforestación de la isla (ya hay bosques en un estado cercano a la madurez).

El Golden Ring.- Esta ruta de 300 kilómetros tiene inicio y fin en la ciudad y recorre importantes puntos de la zona sur del país. Las paradas principales de esta ruta escénica son el Parque Nacional de Thingvellir, la cascada de Gullfoss, los géiseres Geysir y Strokkur y el Valle de Haukadalur. Si vas por tu cuenta (hay tours organizados desde la capital)

Fotos bajo Licencia CC: Antonio Campoy; Brian Gratwicke; Helgi Halldórsson; Audrey; Hugi Ólafsson; dconvertini; Shadowgate; Philippa

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