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“Las decisiones sobre la financiación imponen a los científicos qué se debe investigar y eso es un error”

La investigadora Mara Dierssen dice que la ciencia necesita tiempo para reposar. | EFE

Javier Fernández Rubio

Mara Dierssen (Santander, 1961) es una neurobióloga investigadora, profesora universitaria y divulgadora científica española multipremiada que acaba de participar en el homenaje que el Colegio de Médicos de Cantabria ha rendido a su padre, Guillermo Dierssen, otra figura científica, en este caso aplicada a la neurocirugía. Mara Dierssen es una de las investigadoras más destacadas a nivel mundial en la investigación sobre el síndrome de Down y dirige, en Barcelona, el Laboratorio de Neurobiología Celular y Sistemas. Ella conoce a la perfección lo que es la apasionante tarea de adentrarse en el conocimiento del cerebro humano y también todo lo que rodea a la investigación, talento y burocracia, gestión y precariedad de medios. Para esta investigadora, las administraciones, sobre todo el Estado, han de hacer la tantas veces prometida apuesta por la investigación. En concreto, demanda más agilidad administrativa y elevar al 2% del PIB lo que destina España a I+D+i.

Usted es directora de Investigación del Laboratorio de Neurobiología Celular y Sistemas y es reconocida como una gran investigadora del cerebro humano. ¿Es el cerebro el último gran confín por explorar? ¿Qué sabemos realmente de él?

En efecto, el cerebro sigue siendo un reto apasionante. Pero cada vez sabemos más sobre él. Se lo está cartografiando en todas las escalas espaciales, topológicas y temporales. Avances tecnológicos inimaginables hace unos años nos están permitiendo adentrarnos cada vez más profundamente en sus secretos. Su observación detallada gracias a la miniaturización de las técnicas de electrofisiología, el desarrollo de la neuroimagen, la detección de señales de calcio en grupos de neuronas, transparentar el cerebro para poder estudiar su organización a diferentes escalas o la capacidad para manipular la actividad neuronal artificialmente y así entender su papel en circuitos y comportamiento, con alta precisión, mediante la optogenética, que incluso permite la reprogramación de circuitos neuronales específicos.

¿Cuál o cuáles son las líneas de investigación del laboratorio que dirige?

Mi laboratorio trabaja en comprender los mecanismos celulares y moleculares de los procesos de aprendizaje y memoria y cómo estos se alteran en las enfermedades mentales. Las contribuciones más importantes las hemos realizado en el campo del síndrome de Down.

¿Hasta qué punto la investigación está mediatizada por los condicionantes económicos de la industria? ¿Se investiga con libertad?

De hecho en los últimos años, tanto en Europa como en nuestro país se está sesgando la investigación hacia lo que don Santiago Ramón y Cajal llamaba “la falsa distinción en ciencia teórica y ciencia práctica”. Se pide a los investigadores que detallen las aplicaciones de su investigación, como si éstas pudieran preverse, cuando sabemos que muchos de los grandes descubrimientos son resultado de una serendipia, o que cuando los principios son descubiertos es cuando aparecen también las aplicaciones. Lo más preocupante es que las decisiones sobre la financiación imponen a los científicos el qué se debe investigar. Y eso es, en mi opinión, un error, que además obliga muchas veces a cambiar el rumbo de las investigaciones, con lo que ello conlleva de pérdida de recursos y talento. O peor aún, nos sitúa a los científicos en la necesidad de convertirnos en 'lobistas' frente a los políticos, una tarea con resultados efímeros, sujetos a las veleidades de estos.

¿Hasta qué punto los nuevos hábitos sociales están modificando la plasticidad de nuestro cerebro? 

Supongo que se refiere a las redes sociales y a los nuevos modelos familiares. Obviamente están teniendo una influencia en nuestro comportamiento, y en nuestra forma de aprender y memorizar, que mucho más que antes tendemos a no utilizar ya que disponemos de la información en soportes no biológicos de forma inmediata. Ello obviamente tiene consecuencias, pero el cerebro humano no se modifica tan rápidamente. Es decir, evidentemente en función de cómo lo utilicemos vamos a potenciar la plasticidad en determinadas áreas, pero no se trata de cambios muy significativos de estructura o función. Por ejemplo, hace poco un estudio mostraba que en los adolescentes los 'me gusta' en las redes sociales tienen un efecto parecido al que producen otros placeres menos tecnológicos. Es decir nuestro cerebro utiliza recursos biológicos existentes para enfrentarse a las situaciones que son novedosas.

¿Un mejor conocimiento de nuestro cerebro puede desarrollar capacidades hasta ahora desconocidas?

En realidad puede favorecer que comprendamos cómo funciona, que podamos intervenir de forma más eficaz en las enfermedades que asedian la mente humana, pero lo que usted me pregunta entra en el ámbito de lo que se denomina 'neuromejora' y en este tema existe un debate aún no resuelto. La publicidad que se ha hecho en este aspecto y el uso de la neurociencia para demostrar las bases neurobiológicas de la neuromejora, presentándola como una evidencia de su validez y a veces usándola con un fin retórico, ha llevado a los ciudadanos a creer que un juego de entrenamiento cerebral por ejemplo les hará más inteligentes. Sin embargo, en estudios controlados, esos efectos no se han podido demostrar, y en cambio todos conocemos el beneficio de leer libros, asistir a conferencias, participar en debates o tertulias…. ¡O simplemente salir a jugar al fútbol! Esas actividades, normales hace unos años, son tan beneficiosas o más para cultivar nuestra mente. 

¿Es cierto que nuestro cerebro está cambiando y perdiendo capacidad de análisis en profundidad por el uso continuo de las nuevas tecnologías?

Es evidente que disponer de millones de datos contenidos en el espacio de un pequeño llavero o de información casi infinita al alcance de las teclas de un ordenador han instaurado rutinas en nuestras vidas en solo unos años que propician una transformación en la forma de utilizar nuestro cerebro. Por ejemplo, ya no memorizamos los números de teléfono de amigos o contactos laborales, ahora insertos en la memoria de la diminuta tarjeta de nuestros teléfonos móviles. O las decenas de direcciones de lugares a los que acudimos con poca frecuencia, que ahora custodia el navegador GPS. Además, el flujo de información puede ser considerado como un auténtico bombardeo. Hemos tenido que aprender a leer mucho más rápido y 'en diagonal'. Ha cambiado nuestra manera de examinar textos y, con ella, de pensar. De esta forma estamos activando otros mecanismos del cerebro distintos al tiempo que perdemos actividad en áreas como la memoria. Sin embargo, bien utilizadas las nuevas tecnologías pueden resultar una herramienta poderosa para favorecer el aprendizaje y el pensamiento crítico, pero ello ciertamente requiere de una correcta alfabetización digital.

Si nuestro cerebro está directamente con nuestra conducta, ¿un mayor conocimiento nos hará más libres o posibilitará que pueda ser condicionado desde el exterior?

En principio no creo que el conocimiento neurocientífico conlleve cambios sustanciales en la libertad del ser humano, más allá de lo que el conocimiento per se. Es evidente que cuanto más sabemos más difícil es manipularnos, y más podemos ejercer el pensamiento crítico. Pero si se refiere a otro tipo de manipulación, la respuesta sería que estamos muy lejos de poder 'leer el pensamiento' o 'implantar ideas' más allá de experimentos muy simples, y cuyos resultados, ciertamente interesantes, no son concluyentes en lo que se refiere a tales consecuencias. Sin embargo, es cierto que hemos sido testigos en los últimos años, de avances espectaculares que casi suenan a ciencia ficción. Por ejemplo los interfaces neurales que permiten a pacientes con parálisis cerebral el control de un Android para hacer compras o controlar telemáticamente su silla de ruedas, o las luces y aparatos de sus casas mediante la actividad bioeléctrica de su cerebro, o los sistemas de comunicación cerebro-a-cerebro, el primero de los cuales fue publicado por un grupo español.

¿Qué aplicaciones clínicas pueden darse en los próximos años? Pienso sobre todo en el alzheimer, pero también en otras patologías relacionadas con las enfermedades mentales o el cáncer.

En este momento aún no tenemos aplicaciones clínicas directas pero los hallazgos de los últimos años están empezando a dilucidar mecanismos nuevos en la enfermedad de Alzheimer, como la influencia del correcto desarrollo del sistema inmunológico o la influencia de otros factores como la dieta, que podrían influir en la aparición y progresión de la enfermedad. Por otra parte, los avances técnicos como la reprogramación celular para recuperar las neuronas perdidas, o el uso de herramientas de edición del genoma, como el CRISPR-Cas9 que son capaces de modificar in vivo las células nerviosas y aliviar los síntomas del Alzheimer en un modelo en ratón. Sin embargo, la prevención sigue siendo la herramienta más poderosa y se están haciendo importantes esfuerzos para identificar biomarcadores que permitan una detección cada vez más precoz, y programas de prevención con intervenciones multicomponente que darán resultados en los próximos años.

¿Es del todo descabellado pensar que el cerebro pueda disponer de prótesis en el futuro?

Los implantes cerebrales profundos ya se utilizan desde hace tiempo con éxito en enfermedades como el Parkinson o la depresión. Basado en los mismos principios en este momento se están desarrollando implantes para mejorar, lo que quizá pueda ofrecer una nueva estrategia para tratar la demencia, las lesiones traumáticas del cerebro y otras enfermedades que alteran la memoria, aunque tan solo ha sido probada en gente con epilepsia. Lo que sucede es que en este momento se empiezan a buscar otras aplicaciones no médicas. Por ejemplo hace poco leíamos en las noticias que una empresa de Estocolmo, implanta un chip bajo la piel a los trabajadores, mediante el que pueden comprar un vuelo, entrar en la empresa o pedir una bebida. A principios de este año, Elon Musk dijo que su compañía, Neuralink, planeaba comenzar las pruebas en humanos en 2020 con electrodos ultrafinos insertados en el cerebro.    

¿Qué opina de la política que el Estado sigue en materia de investigación? ¿Se hace todo lo que se debiera?

España siempre ha sido un país en el que los políticos consideran la ciencia como un asunto 'de segunda' y por ahora los esfuerzos por demostrar la importancia de un sistema productivo basado en el conocimiento han sido estériles. La durísima política de recortes que sufrió el sistema español de I+D+i durante la crisis, liderada por el Gobierno de Mariano Rajoy, dejó tremendas cicatrices en forma de fuga de talento, cierre de laboratorios y un empobrecimiento de los laboratorios de nuestro país. El sistema de investigación público perdió unos 20.000 millones de euros entre 2009 y 2017, según la COSCE. Evidentemente la solución pasa por incrementar la inversión en I+D+i hasta un 2% del PIB, y eso es algo que en periodo electoral prometen los partidos políticos y luego nunca se cumple. En la actualidad, nuestro país dedica apenas el 1,2% del PIB a la ciencia, y de hecho la cifra que se dedica, por ejemplo, al Plan Estatal es ridícula comparada con otros países. Hay empresas que dedican el triple que nuestro gobiernos a la investigación. Pero no solamente se trata de dinero. Reducir la extrema burocracia, incentivar la colaboración público-privada y agilizar la gestión de la investigación pública son también muy necesarias. Y de hecho es algo tan obvio que el Gobierno de Pedro Sánchez, en febrero, aprobó una batería de medidas para reducir los trámites administrativos y agilizar la contratación de personal en los centros de investigación y las universidades españolas, evitar los retrasos en las convocatorias y mejorar la igualdad. Pero aún así seguimos padeciendo los efectos de la excesiva burocratización y la reducida financiación que nos obliga a utilizar buena parte de nuestros esfuerzos a obtener fondos externos, lo cual se hace imprescindible si se quiere investigar.    

Usted trabaja en Barcelona. ¿Sería factible un centro como el que dirige en Cantabria? 

La creación de centros como el Centro de Regulación Genómica requieren una visión estratégica y de largo recorrido, que depende de una apuesta política rotunda y clara, con el apoyo de empresas privadas y entidades financieras. Los ingredientes fundamentales son la atracción de masa crítica y talento internacional, la adecuada dotación de infraestructuras tecnológicas avanzadas, la evaluación continuada real, con consecuencias, que destierre el espíritu funcionarial al que se ven desgraciadamente abocados muchos investigadores, unos salarios al nivel de lo que un científico cobra en otros países, como ocurre con el programa ICREA, un programa de captación y retención del mejor talento, 100% público, financiado por la Generalitat de Catalunya. Esa visión ha logrado que hoy en día Cataluña sea una gran potencia científica. Cantabria tiene investigadores de enorme talento, y con ganas de que las cosas cambien, y obviamente iniciativas como la creación de la Fundación Instituto de Investigación Sanitaria Valdecilla (IDIVAL) van poco a poco en esa dirección, pero el Gobierno autonómico debe hacer una clara apuesta por la ciencia.

El Colegio de Médicos acaba de rendir homenaje a la figura de su padre, Guillermo Dierssen. ¿Podría hacerme un semblanza de su figura como persona y como científico?

Mi padre no era el médico 'prototipo' de su época. Al igual que otros neurocirujanos, que el consideraba de 'una raza especial', desarrolló una intensa actividad académica y científica en diferentes ámbitos desde la Anatomía Patológica hasta la Neurología o la Bioquímica. Esta formación multidisciplinar la realiza mayoritariamente por su propia cuenta desde los primeros años tras la licenciatura. Cada una de sus estancias en centros como la Clínica Neurológica de la Universidad de Friburgo, con el profesor Richert, o el Hospital de Santa Anna de París, donde conoció al Profesor Tailarach, le permitieron enriquecer su experiencia clínica y ampliar sus conocimientos y habilidades quirúrgicas. Sus estancias en el Neurological Institute de Montreal, el hospital Saint Barnabas de Nueva York y en los servicios de neurocirugía del University Hospital y el Presbiterian Hospital le permiten trabajar con Irwing Cooper y desarrollar nuevas ideas, como el laboratorio de Neurocirugía Experimental, donde comienza su andadura por la Neurocirugía funcional. En esa época es nombrado profesor adjunto del Brain Laboratory de NYU que dirige el Profesor Bergman. Allí obtiene notables resultados neuroquirúrgicos en el tratamiento de las epilepsias utilizando estimulación eléctrica estereotáxica en la superficie del cerebro y, como primicia médica, el registro gráfico directo de la actividad eléctrica de la corteza cerebral y de los eventuales fenómenos epilépticos. Para entonces, ya no hay fronteras en sus inquietudes asistenciales y científicas y se embarca en el desarrollo de mapas talámicos de estimulación durante las intervenciones que le valen el Premio Alonso Allende, en 1965.  Durante la entrega de este premio, mi padre dijo: “El cirujano del sistema nervioso tiene, frente al individuo enfermo que se encomienda a su cuidado, el deber de ofrecerle la máximas oportunidades de curación y alivio, apartando de él en lo que le sea posible, el dolor y el sufrimiento. Frente a la sociedad y frente a la especie, está obligado a aprovechar toda oportunidad que se le presente para aumentar el caudal de información que, aclarando la comprensión de los mecanismos que condicionan  la función normal y patológica del cerebro, pueda ofrecer a futuros enfermos mayores posibilidades de curación. Únicamente cuando realiza de un modo equilibrado ambas tareas, podrá tener conciencia de que ha cumplido con la misión que el destino y su vocación le impusieron”

¿Cuáles fueron sus aportaciones científicas?

A nivel científico hizo aportaciones sustanciales a la comprensión de los mecanismos patogenéticos de la enfermedad de Parkinson o los trastornos disquinéticos que definió como “uno de los problemas más oscuros en la fisiopatología cerebral debido a su vinculación a estructuras anatómicas complejas y aún no bien establecidas, a la poca expresividad de los hallazgos anatomoclínicos, a la dificultad para reproducirlos en modelos animales y a la escasa respuesta de los núcleos  de la base a la exploración fisiológica”. Su carrera profesional en España está ligada a los centros hospitalarios más importantes, colaborando con el que fuera su maestro el brillante doctor Sixto Obrador en la creación y potenciación de los servicios de Neurocirugía del Hospital de la Princesa, el Gran Hospital, La Paz o la Clínica de la Concepción. En el Hospital Marqués de Valdecilla promueve su gran apuesta para crear un gran servicio de Neurocirugía de vanguardia en Europa que dirigió durante toda su vida activa. Mi padre consideraba que el desarrollo de la neurocirugía moderna es una permanente evidencia de la vocación fisiológica del neurocirujano. Pero además era una persona con profundos valores humanos, preocupado por la persona que había detrás de cada paciente, siempre dispuesto a formar a sus discípulos, y generoso con su conocimiento.

¿Cómo ha recibido la familia el homenaje del Colegio de Médicos de Cantabria?

Con su muerte prematura -contaba sesenta y ocho años- la neurocirugía española perdió su científico e investigador que aún tenía mucho que aportar en el cenit de sus conocimientos y experiencias. Como su familia nos sentimos muy orgullosos de que el Colegio de Médicos de Cantabria le haga un homenaje y le considere una referencia científica y asistencial en el campo de la Neurocirugía, como también lo es a nivel internacional.

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