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“En España, con nuestra historia de emigraciones y exilios, estamos doctorados en la eliminación del contrario”

El escritor Miguel Ángel Moreta-Lara, autor de 'Contar las cuarenta'.

Rubén Alonso

Miguel A. Moreta-Lara nació en Marruecos. Su infancia y adolescencia transcurrieron en la localidad saharaui de Villa Cisneros/Dajla. Se licenció en Filología Románica por la universidad de Valladolid. Catedrático de instituto de lengua española y literatura, ya jubilado, fue profesor en universidades de Marruecos (Mohamed I de Uxda y Mohamed V de Rabat) y Hungría (Eötvös Lórand y Külkereskedelmi Föiskola de Budapest).

Ha publicado, entre otros títulos, 'Más amor y más sufrir. Cancionero de cuplés' (2000), 'La imagen del moro y otros ensayos marruecos (2005 y 2018)' y -junto a Marta Cerezales y Lorenzo Silva- 'La puerta de los vientos. Narradores marroquíes contemporáneos' (2004). Entre los años 1993 y 2008 fue asesor, agregado y consejero de Educación de las embajadas de España en Rabat, Budapest y Ciudad de México, ciudades en las que residió durante esos años. Actualmente vive en Málaga, donde colabora en la Revista El Observador. La editorial cántabra El Desvelo acaba de publicar su último trabajo de creación literaria bajo el título de 'Contar las cuarenta'.

¿Entre México, Hungría y Marruecos, qué país elegiría para vivir y para pensar?

En Marruecos he nacido, reivindico mis raíces de 'pied noir'. Siempre admiraré la elegancia húngara y la capacidad de aguante que ha tenido su pueblo. De México, todo… Pero me lo has puesto muy fácil: Marruecos para vivir, Hungría para pensar y México para morir… de amor.

¿Y qué tiempo? De su experiencia, ¿echa de menos la efervescencia de otras décadas?

El tiempo dorado de la infancia en el desierto del Sáhara donde crecí hasta los 16 años, Dajla/Villa Cisneros, el mar. También hay otros paraísos que me hubiera gustado habitar (y que, evidentemente, no he experimentado, sino en sus productos literarios y culturales): el decadente mundo austrohúngaro de las dos primeras décadas del siglo XX, los cafés, las movidas de Budapest, Viena, Trieste…, a pesar de que fue una época terrible, de guerras mortíferas y de genocidios… más o menos como la de ahora, pero con menos cultura. La época que pasé en México, entre 2003 y final de 2008, quizá haya sido la más emocionante.

¿Qué es 'Contar las cuarenta'?

Pues son 40 dibujos de María Jesús Campos y 41 textos míos. Un libro para ver y para leer. Si me pregunta por la clase de textos que son, ahí hay que emplear alguna que otra palabrita. Gonzalo Celorio, en su magnífico prólogo, plantea esa cuestión. Creo que no hay uniformidad: hay de todo, ensayo, cuento, reportaje, catálogo, estampa… hasta algún que otro 'perro verde'. Lo he dividido en cuatro partes tituladas respectivamente Viaje, Leyenda, Cuento y Porfía. En cierta manera, también es un libro de homenaje a la amistad, al amor de algunas ciudades y al hecho de leer y contar, cuentear, chismear…

¿A quién le contaría las cuarenta?

Ya lo he hecho. A mi familia. A los amigos. Y, ahora, a mis improbables lectores.

¿Cómo ha enfocado la creación de un libro en colaboración con una ilustradora?

Mi amiga, la artista Chu, tiene una larga y abundante obra gráfica y ha ilustrado muchos otros libros de diferentes autores, sobre todo poetas. En este caso, acordamos que yo le enviaría 20 textos y ella a mí otros tantos dibujos. Nos dimos un tiempo y al final (creo recordar que fue un año más o menos) los reunimos en un libro de 40. Así pues, y salvando alguna que otra excepción, quisimos que hubiera una interpretación textual (por mi parte) de sus obras, a la par que ella ilustraba mis textos. También acordamos dejar que el lector descubriera esa relación.

¿La ficción sigue siendo necesaria? ¿Qué utilidad tiene la narración?

Absolutamente necesaria. Al menos para seres melancólicos, aquellos que viajamos por obligación o porque nos llevan como acompañante, como es mi caso. Me refiero al viaje geográfico, a eso del turismo, de visitar cuatro países en tres días… Prefiero el viaje vertical, el que haces con un libro, sin salir de tu cuarto, alrededor de tu cráneo. La narración, como género, tiene muchas utilidades, en primer lugar, una utilidad publicitaria y política… De hecho, ¡pobrecito del político que no sepa construir un relato! Por ejemplo, el relato de presentar su fracaso como éxito. El otro día Muñoz Molina en un artículo memorable, refiriéndose al asunto catalán, hablaba de eso: de disfrutar de una cosa y de la contraria, sorber y soplar, la anulación de la dicotomía… No hay una droga mejor.

¿Y el ensayo y la realidad?

Me parece que emparejar ensayo y realidad, como antes ficción y narración, es poner puertas al campo… Y eso que al campo le ponen puertas todo el tiempo: yo he visto cómo en una visita de cierta primera dama a las dunas del desierto marroquí, compartimentaron perfectamente los arenales… Aludo a ello en 'Contar las cuarenta'. Suele entenderse el ensayo como un discurso objetivo, representativo de la realidad... No lo creo yo así... Es más, cualquier producto escrito es una construcción y, por tanto, una interpretación, un relato... A pesar de esta afirmación, quizá deba admitir que en mi libro hay al menos uno, el más largo ('Los pequeños exilios en México') que se dejaría clasificar como ensayo.

¿Ficción y realidad no intercambian sus papeles en nuestra sociedad?

Sin duda, como decía Hamlet, “hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”. Dicho de otra manera, la ficción (entendiendo esta como algo maravilloso) es una parte no pequeña de la realidad o, como suele decirse, a veces la realidad copia el arte (o la ficción). Pero no a veces, sino casi siempre. Es un viejo tópico literario, la vida es sueño, la vida es puro teatro... En definitiva, todo es ficción y maravilla, que es lo que quiere decir una paradoja que puso Agustín Cerezales como lema al frente de uno de los mejores libros de cuentos que puedan leerse: “La coincidencia con la realidad es imposible: la realidad no existe”. En 'Contar las cuarenta' hay mucha ficción, pero no imaginada, sino tomada de la realidad, por ejemplo, en los textos titulados 'Helena, mon amour' o 'Una botella de sake'.

¿El papel de los intelectuales en nuestra sociedad es superfluo? ¿Han dejado de ser un referente?

Han sido muy importantes. Todavía quedan algunos científicos, algunos filósofos, algunos periodistas, incluso artistas que muy de vez en cuando ejercen de intelectuales. Pero esas luminarias, vigilantes, lúcidas y críticas no se prodigan... Remar contra el viento es trabajoso, 'lavorare stanca'… Además, nuestras sociedades descerebradas aclaman más a cierto tipo de héroes y líderes analfabetos, futbolistas, cantantes, millonarios, bloggers, influencers, asesores... Sin importarles que sean malas personas, egoístas o corruptas... Claro, el dinero no huele mal, como dijo aquel emperador.

¿Cuál es su referencia de intelectual por antonomasia y por qué?

Para mí un intelectual de referencia es aquel que te regala una caña y te enseña a pescar, te descubre y te explica el mundo en el que vives... En este sentido, en mi época universitaria, me fueron fundamentales Noam Chomsky, Carlos Castilla del Pino, Juan Marichal, Umberto Eco, los clásicos del anarquismo -Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta-, Ramón Menéndez Pidal, Friedrich Engels, Thorstein Veblen, Sigmund Freud, el Marqués de Sade, Johan Huizinga… Luego, más tarde, he admirado la obra y el magisterio de Michel Foucault, Hannah Arendt, Edward Said, Juan Goytisolo, Sami Nair… Finalmente, en México tuve el privilegio de tratar a otros maestros de vida y letras a los que añoro grandemente: Fernando Vallejo, David Antón, Julio Scherer, Raúl Ortiz, Juan Gelman…

Cosas que parecían sobrepasadas parecen de nuevo en tela de juicio: el estado de las autonomías, la protección del débil... ¿Estamos yendo hacia atrás en materia política y de de derechos?

Desgraciadamente, a nivel global, no creo que estemos mucho mejor que hace cien años. El nivel de vida de las clases medias europeas no creo que sea un indicador mundial, aunque a nosotros nos esté beneficiando el estado del bienestar alcanzado. El retroceso en materia de derechos en grandes regiones del planeta no se ha dado por la simple razón de que nunca han existido allí los derechos humanos. Los regímenes semidictatoriales en muchos países, las zonas de enfrentamiento bélico, la brutal desaparición de estados incómodos (pero importantes, por su producción petrolera, por ejemplo) para USA/UE, la internacional banquera, la crisis medioambiental que puede que nos lleve a un colapso climático, la producción armamentística, el control de los medios y las redes, son algunos de los regalos que aportan los jinetes del apocalipsis: el hambre, la guerra, la muerte y la internet.

En su libro la memoria tiene un papel importancia. ¿Cree que debe existir una equidistancia como algunos plantean entre la memoria de las víctimas y los verdugos?

La memoria, en manos de los políticos, se está convirtiendo en un arma entre los dos bloques históricos. Es una vergüenza. Para pasar página hay que cerrar heridas. Y para ello, no hay otra que desenterrar a los muertos y enterrarlos dignamente, como hicieron los vencedores con los suyos. ¿Quién debe hacerlo? El Estado, por supuesto, pero hay que encargárselo a los profesionales: historiadores (de verdad) e intelectuales outsiders, que no actúen con criterios partidistas y que desactiven el enfrentamiento víctima/verdugo. Al margen de esto, mi libro, como usted dice, es muy memorioso… Decía Antonio Machado, que se canta lo que se ha perdido. Mi vida perdida (ya vivida) en Marruecos, Hungría y México se canta en las páginas de 'Contar las cuarenta', pero de una forma placentera, como la de un amor de otra época…

¿Que la ultraderecha llegue a las instituciones es una prueba de normalización del país con respecto al resto de Europa o una mala noticia?

Por un lado, está bien que cada uno esté donde deba estar. Digamos que el gran partido de la derecha española ha hecho limpieza. Más o menos como en Europa. Ahora solo queda que los llamados partidos de centro y de la derecha actúen como en Europa con respecto a la ultraderecha, y no pactando con ella. Lo que sí es una mala noticia es la pujanza con la que acaba de llegar, efecto, creo yo, de la mala memoria, de la falta de memoria histórica. Para revertir esta base electoral, que ha aupado a quienes prometen alambradas y toros, hace falta pan y escuela, mejorar los salarios, la educación, la cultura...

¿No vivimos un tiempo en que parece que el trabajo hecho por y para la cultura no ha calado en amplias capas de la sociedad?

Totalmente de acuerdo. De ahí la importancia y la necesidad de la acción cultural. Hay mucho por hacer. La marea de la basura mediática es imparable. Quiero imaginar que si al niño Abascal (permítame este ejemplo, ayer [por este domingo] fueron las elecciones) un pariente, un maestro, le hubiera leído unos versos de la Ilíada, aquellos en que Príamo acude ante su enemigo Aquiles a suplicarle la entrega del cadáver de su hijo Héctor, que es una de las cumbres de la literatura universal, quizá entonces el adulto Abascal hubiera resultado de otra pasta. Más amable, quizá.

¿Con el pasado histórico que ha tenido Europa y España, cómo es posible que la xenofobia campe a sus anchas?

Es un mecanismo de defensa muy simple y entendible por las buenísimas gentes: la culpa es siempre del otro, del vecino de enfrente, del guiri, del negro, del moro... El judío ya no cuela... En España, además, con nuestra historia de emigraciones y exilios, estamos doctorados en la eliminación del contrario. Los medios de comunicación, no solo los que apoyan a la ultraderecha, no se recatan en echar leña al fuego difundiendo por las redes falsedades y falacias de todo tipo al respecto.

Un país producto del mestizaje ¿puede permitirse el lujo de ser racista?

Como le decía antes, padecemos de amnesia crónica, de mala memoria histórica, se lee rápido (y pocos caracteres) y se quema… Se difunde el veneno en las redes… También en esto ya somos europeos, donde parece que todo el mundo compite en ser más racista que los demás. No dejo de pensar que es una cuestión donde la economía tiene mucho que ver. Hay más aporofobia (odio contra el pobre) que xenofobia o racismo… En el sur, donde vivo, se detecta fácilmente: no se mira igual al árabe propietario de un equipo de fútbol que al moro mantero. El negro rico es cool y sexi, el negro pobre es despreciable y maloliente. Cosas del dinero. Poderoso caballero.

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