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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Feminismo furioso

Varias manifestantes en la marcha del 8M de Madrid / Olmo Calvo

Susana Ruiz

El pasado 17 de diciembre apareció el cadáver de Laura. A estas alturas no hace falta que explique quien era ni qué le sucedió. Ni siquiera hace falta que explique el porqué. Pasara a ser otra más de la larga lista de mujeres asesinadas este año, solo que ella no contará como víctima de violencia de género porque su asesino no tenía una relación sentimental con ella. Como tantas otras. Parece que el Gobierno, en virtud del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, está recogiendo esas cifras de mujeres asesinadas fuera del ámbito íntimo para elaborar otra estadística. Otra más. El dolor queda para su familia y amigas, para los que la apreciaban y tenían cerca. La sociedad, de nuevo, se agitará unos días y volverá a sus tareas cotidianas, a celebrar la navidad aunque una de nosotras ya no esté para brindar en Nochevieja.

He preferido dejar reposar unos días la noticia. Días en los que he observado, escuchado y leído las reacciones que ha desatado este crimen. Y los que le han seguido, porque después de Laura, no han parado las violaciones, las agresiones y los intentos de asesinato.

Me ha tocado leer artículos como el de Soto Ivars en el cual blanquea el argumentario de partidos ultra conservadores hablando de esos miles de denuncias falsas ocultas en España. O a Victor Lenore en una red social dejando caer que lo importante es la igualdad entre hombres y mujeres, y que el feminismo es algo opcional. Me ha tocado escuchar en una emisora de radio como, al hablar de la agresión a Laura, ciertos periodistas, muy enfadados ellos –y ellas- con el crimen, hacían alusión a un cierto desborde, una horda feminista, en las redes sociales que generó una guerra de bandos el día 17. Feminismo furioso, lo llamaron.

Me gustó el término. Me declaro feminista furiosa. Si, una de esas locas del coño, una puta feminazi. Una mujer que arde de rabia al ver como se vende desde ciertos pulpitos que hay un feminismo aceptable, simpaticón, que no grita mucho para hacer sus reivindicaciones; mientras que por otro lado solo existe el abismo: un feminismo rabioso, que lincha cómicos, que quema sujetadores en iglesias, que asalta semidesnudo a señoros en actos oficiales, que se hace el ofendidito por cualquier sentencia judicial que no se ciña a su ideología de género y que pide que la Constitución se revise en femenino.

Y va a ser que no. Yo no soy quien para definir el feminismo, pero ellos tampoco. Cuando se ataca al movimiento y a quienes lo componen(mos), se hace porque es peligroso. Hace que se tambaleen los privilegios de un sector importante de la población. Pone en cuestionamiento las dinámicas del trabajo y los cuidados, el sentido del lenguaje, la violencia contra la mitad de la población. Entra en confrontación con las políticas neoliberales de apropiación de los cuerpos como mano de obra o simples entes reproductores. Señala la brecha salarial, la precariedad, la compra de cuerpos para el disfrute de puteros y beneficio de proxenetas, las agresiones sexuales a nuestros hijos e hijas, la falta de actuación y acompañamiento de las estructuras del Estado-todas- ante la violencia machista. Marca con pintura morada las carencias de un sistema que deja desamparadas a las víctimas que denuncian y a quienes quedan huérfanos tras un asesinato.

El feminismo es incomodo, molesta, agrede. Es furioso, sí, porque es la ira desbordada lo que echa a la calle a miles de mujeres a protestar por la sentencia de La Manada. A correr en grupo para denunciar que tenemos que sentirnos libres, no ser valientes. O a vomitar sus experiencias a través de las redes sociales en la campaña del #MeToo o #Cuentalo. No conozco a ninguna mujer, ninguna, que no haya sufrido en su vida algún tipo de violencia solo por el hecho de serlo. Y eso, por supuesto, también me incluye a mí.

Sentimos estar enfadadas, ser molestas, estar ofendiditas. Sentimos no ser del agrado de todo el mundo cuando nos manifestamos, escribimos o hablamos en público. Pero realmente, por lo menos a algunas, nos importa un cuerno. Cuando decimos que nos matan o nos violan, surge rápidamente el “no todos somos iguales”. Si a alguien le preocupa más que le identifiquen como género con los violentos, que las mujeres agredidas o asesinadas, debería hacérselo mirar. Y si te sientes identificado cuando se habla de heteropatricardo, insultado cuando se habla de maltrato, recomiendo terapia inmediata.

Una terapia feminista, que eduque en igualdad y que cambie la forma de ver el mundo. El machismo estructural que impregna la sociedad en la que vivimos, no solo nos afecta a nosotras. Quizás, solo quizás, si más hombres se unieran a nuestra furia, caerían las estructuras que también los someten a ellos, imponiendo unos roles de género que los asfixian aunque lleguen cargados de privilegios. Quizás así no tendría que escribir nunca más algo como esto. Quizás no lloraríamos a más Lauras.

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