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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Váyase usted al carajo, y otras jocosas expresiones históricas

Diccionario.

Marcos Pereda

Hace un tiempo di una charla sobre el origen histórico de ciertas expresiones comunes que hoy en día utilizamos de forma automática, desconociendo casi por completo a qué hacían referencia en un primer momento. Tirando por lo curioso, que suele ser siempre la mejor forma de acercarse al lector, o al que escucha. Cosas como “vete al carajo”, o “el que se fue de Sevilla perdió su silla” (han leído bien, no tiene errata), o “tomar las de Villadiego”. Hasta, como soy un provocador, expliqué el origen de la palabra “gilipollas”, que es un insulto muy concreto y muy eufónico con historia y desarrollo de lo más curioso detrás. Pero no van por ahí los tiros. Hoy valga saber que el primer “gilipollas” que existió en este país fue un Ministro de Hacienda. Aparentemente sin relación entre cargo y estolidez, solo por aclarar. Otro día…

Un par de semanas atrás, y en este mismo medio, Marcos Díez escribía (y muy bien, oigan) sobre las palabras, sobre la pérdida de sentido de las mismas cuando, a base de repetirlas, terminan por ser apenas zumbido amorfo en los oídos. Con las expresiones pasa algo parecido, porque a fuerza de modificar su sentido original parece que el mismo se ha extraviado por entre las cunetas del tiempo, y lo que queda ahora es un remedo más o menos aproximado que, con todo, no puede sustituir (aunque lo haga) lo que fue. Lo cuenta muy habitualmente Javier Marías, que como traductor husmea en el origen de cada término como si tuviera toda la importancia del mundo. Que la tiene. Porque los idiomas no son, en modo alguno, espectro inanimado que sigue ciertas reglas, sino ser vivo en constante cambio, y cada palabra que pronunciamos hoy en día tiene un origen que no solo explica su significado, sino que también dibuja aristas en sus connotaciones. Aristas que se van puliendo cada vez al desconectar terminología de contexto.

Pensemos, por ejemplo, en la tópica, esa hermana de la retórica que Viehweg retocó durante el siglo XX hasta convertirla en un lugar de encuentro donde las diferentes posturas se reúnen para intentar alcanzar un término medio que a todos satisfaga, y al que se llega, precisamente, con la mera lid dialéctica, intentando convencer al contrario de que su postura absoluta no es en modo alguno inquebrantable. En otras palabras, la exploración de un acuerdo. Pues bien, lo que antes era tópica deriva hoy en día en reunión de tópicos, y estos sí utilizados según su acepción habitual, como ideas trilladas, manoseadas, desprovistas por completo de significado por cuanto su mera enunciación no despierta reacción mental alguna al oyente. Para qué, si escucha lo mismo de siempre. Es una asunción pasiva del discurso, una de esas que Cortázar, que era un heteropatriarcal del copón, llamaría de “lector hembra”. Y tal.

Pasa mucho con ese término (esa idea), también violado con frecuencia, que es “demagogia”. Porque ahora todos se acusan de demagogos, demagogia para acá, demagogia para allá. El “y tú más” ha pasado a ser “y tú más demagogo”. Y oigan, hastía. Hace un tiempo un amigo me preguntó exactamente por el significado de la palabreja. Porque tampoco es tan sencillo, ¿eh?, exige un cierto reflejo intelectual aprehender por completo lo que es la demagogia. Quiero decir, saber realmente a qué nos referimos, más allá de las aproximaciones vacías que aparecen cada día en los medios de comunicación. Que son válidas, sí, pero también se quedan forzosamente incompletas.

En aquella ocasión cometí el pecado imperdonable de explicárselo al colega (mal que bien): craso error, a partir de ahí no se quitaba la palabrita de los labios. Con cierta gracia, hay que reconocérselo al muy truhán. Pero vamos, que de aquella yo pensaba que lo elegíamos representante público, o al menos jefe de escalera. Y es que su discurso reunía peligrosamente muchas de las características que contemplo en varios (no en todos, no seamos demagogos) de los que salen por la tele.

Bien debería quedarse la demagogia durmiendo para lo verdaderamente demagógico, y no tachar de tal cualquier apuesta o propuesta (a veces no se sabe bien cuál es cuál) que se sale del sendero habitual. Porque “demagógico” no es sinónimo ni de “distinto” ni de “popular”. Tampoco, por otra parte, de “progresista”, si es que sigue existiendo significado en el término. No estaría mal, pues, realizar la primera criba crítica respecto de cualquier mensaje en la base del mismo, en el propio lenguaje, y ya después entrar a analizar el fondo. Aunque fuera por estética. O por higiene. O para que no nos manden, con bastante razón, al mismísimo carajo. Con el frío que allí hace.

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