Hacerse mayor hoy en día es una cosa bastante complicada. Por eso llegamos a los 40 con esa cara de susto. ¡Coño, 40! ¿Y yo por qué sigo viviendo como a los 25 (resacas al margen)? Pues porque no te han dejado crecer. Vamos a empezar por el principio: ser mayor no consiste tan sólo en acumular cremas anti-edad en el cuarto de baño. Hacerse mayor es ser independiente y para ser eso que ya casi nadie es (hola-qué-tal-abuelos) necesitaríamos organizar todo esto de otra manera.
¿Hay algún socialista utópico en la sala? Es que la cosa viene de hace tiempo. El otro día Letizia Ortiz apareció en un evento con una pulsera de plástico amarilla en la que se leía ARHOE. ARHOE es una cosa utópica, que no socialista, que reivindica -bajo la figura de Comisión Nacional- la modificación de los horarios laborales en nuestro país. Vaya, que el tema va de concentrar las horas de trabajo por la mañana y no despeñarse a lo largo del día viendo pasar el reloj (y la vida).
Las utopías son planteamientos que parecen imposibles de ejecutar una vez formulados. En el XIX, echando humo la Revolución Industrial, más te valía morirte al nacer que pasar el trago que tocaba. Jornadas de quince horas laborales para un instante de la historia que podemos calificar de antes de ayer. Pero tela, que han pasado doscientos años. Y qué mal nos lo hemos montado. Pero ahí que llegó entonces un señor llamado Robert Owen, que vino a decir algo así como “¿estamos locos?” y planteó que la calidad de trabajo de un obrero tenía relación directa con la calidad de vida del mismo. Y sí, en este paréntesis yo también me estoy preguntando en qué momento del día sacaba ganas esta gente para reproducirse. Supongo que las pulsiones no han variado demasiado en siglos y siglos de penosa evolución.
¿Que por qué os estoy contando todo esto? Pues por qué va a ser. En 1817 Owen habla de la Triple 8, es decir, de la tabla horaria (y sin sentido) en la que se basa nuestro día a día: ocho horas para trabajar, ocho para descansar, ocho para que hagas lo que te venga en gana. Por supuesto, entonces esta vaina sonaba a música celestial. Pero, repito, era el año 1817. Mil ochocientos diecisiete.
El caso, Robert, es que bien, gracias, genial todo, pero que ya. Ni hace falta que sean ocho ni hace falta tampoco distribuirlas de la manera en que lo hacemos.
“El otro día fui a ver la actuación de Bruno Mars en el Super Bowl, y vi a los RHCP. Siguen siendo muy 'cool', ¿verdad? Es maravilloso que no maduren. Los humanos estamos abocados a la madurez. Debemos tener cuidado con eso”. Cosas de Murakami. Yo quiero mi madurez y mi independencia y horarios (sueldos también, pero ésa es otra historia que deberá ser tratada en otra ocasión) que nos permitan ser adultos.
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