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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Las ratas

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. |

Pilar Salamanca

Una historia es una cadena de acciones –una maldita cosa tras otra– a lo largo del tiempo. Y por eso se podría decir que toda historia implica un guion: cómo has llegado a ese punto, qué has hecho, dicho y pensado mientras estabas en harina, cómo piensas salir del bargueño o, por el contrario, cuánto tiempo piensas seguir rebozándote allí dentro sin pensar ni por un instante que de seguir así la masa madre acabará por engullirte. Que es más o menos lo mismo que lo que ocurre con nosotros cada vez que Montoro  sale a la palestra y dice que nunca hubo rescate, ni amnistía ni pollas en vinagre, o prohíbe que el Ayuntamiento de Madrid gaste en los ciudadanos parte lo que ha ahorrado, o explica el asunto del cupo vasco diciendo que no tiene nada que ver con la necesidad de apoyo al presupuesto, o vacía (sigue vaciando) la hucha de las pensiones mientras de “extranjis”  aprueba los Presupuestos de Jaén por más que ese Ayuntamiento (del PP) incumpla por mucho más la norma de gasto que ese descriteriado exige a la Corporación de Carmena.  

En fin, que como dice la canción, aquí no se salva ni dios, que lo mataron.  A una se le ocurre que el barco se hunde mientras las olas se nos echan inexorablemente encima y nosotros chapoteamos y metemos la cabeza bajo el agua para no tener que enfrentarnos a esta marejada. Y sí, ya sé que todo esto suena harto dramático (con el estupendo sentido del humor que tiene una) y que la situación (olas, chapoteo, Montoro y marejada) implica por nuestra parte una enorme cantidad de actividad física que va desde encaramarse a las jarcias hasta saltar al agua. Pero es lo que hay. Peor aún: el deseo de sobrevivir a esta chapuza hace que a los ojos del mundo mundial nuestros esfuerzos parezcan incluso heroicos, valientes, desinteresados y no lo sórdidos que realmente son.

Y para que lo entendamos mejor, vienen los científicos y cuentan que cuando las ratas se ven privadas de sus juguetes y de la compañía de sus semejantes, son capaces de infligirse dolorosos choques eléctricos con tal de no tener que soportar tan largo aburrimiento. Es más, que estos animales harían prácticamente cualquier cosa para crearse acontecimientos en un espacio-tiempo donde nada sucede y que nosotros, las personas, hacemos lo mismo. Es decir, que no solo nos agrada este tipo de farfullas, sino que las necesitamos para hacernos sentir protagonistas de nuestras, al parecer,insulsas vidas. O lo que es igual: que la corrupción de nuestros gobernantes, la ira que produce esa miseria, el subidón de rebeldía o, incluso, el sentirse una víctima supone –cada una por separado– una especie de recompensa química que estimulan el cerebro desempeñando la función de proveer un elemento clave al guion de la-historia-de-mi-vida.

“Nos ha hecho pasar el rato”, dice Vladimir, el vagabundo andrajoso de 'Esperando a Godot' a propósito de una escena desagradable que acaba de presenciar…

Está visto que nosotros, al igual que las ratas y sus descargas eléctricas auto-inducidas, preferimos que nos suceda algo terrible a que no nos suceda absolutamente nada.

Porque si no, no lo entiendo.

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