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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

No me riñan más, por favor se lo pido

Pablo Iglesias durante un mitin electoral.

Patricia Casado

No recuerdo que de pequeña me riñeran mucho. No sé si es que fui una niña buena, si los buenos eran mis padres o es que también he olvidado esa parte de mi vida. Eso sí, creo que me lo están compensando de mayor. Ahora me riñen cada día, no hay día en que alguien no me eche una buena reprimenda. Que si compro calcetines baratos, que si protesto poco, que si veo Telecinco, que si no quiero saber lo que pasa de verdad, que si mi sofá me droga, que si no me importan los refugiados, ni los palestinos, ni el ébola que está lejos de casa, que no sé lo que es el TTIP... Me riñen todo el rato, será que ahora sí que soy mala, yo que sé. Además es que cada vez que veo una buena riña me doy por aludida, vaya por Dios. Sobre todo si los que increpan son los de casa.

Porque antes te reñían más los de fuera, los que decían aquello tan original sobre que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Ese reconvenir me hacía hasta gracia, en el fondo me lo tomaba como un pequeño triunfo. Que viene Carlos Slim y me dice que trabajamos poco, pues vale. Que viene la vieja Europa y dice que hay que jubilarse nunca, pues vale también. Que vienen Obama o Putin y te dicen que son los putos amos, pues venga. Que Rajoy, Albert Rivera o Pedro Sánchez me hablan de gobernar con sentido común, pues por lo menos te echas una risas. Y, además, que cómo te lo dicen todo los de fuera, oye; con cariñete, suavemente, bésame. Que las riñas así molan más. Ya saben ellos que los de casa somos más y que es mejor llamarnos la atención con delicadeza. Primero nos dicen que people have the power, que saben que somos los mejores y los más importantes, que el mundo es nuestro y luego, zas, la regañina. A esto ya me había acostumbrado.

Pero es que ahora las riñas vienen de dentro y empiezo a ponerme nerviosita, ya no hacen tanta gracia. Ahora los de casa nos dicen que sí, que es verdad que people have the power pero que también somos un poco parias tirando a gran mierda.

Nuestras desgracias y las de nuestro mundo son porque no nos paramos a reflexionar sobre las teorías de Giorgio Agamben o  las de Ernesto Laclau o las de Gramsci. De ahí para arriba. Nos conminan a leer más a Chantal Mouffe y menos 50 sombras de Grey porque vergüenza debería darnos ser tan ignorantes.

Compramos ropa mala, barata y fabricada en Bangladesh porque, además de pobres de mierda, somos insolidarios, estamos vacíos por dentro y preferimos vestir a nuestros hijos con alguna ganga de a 3 euros pantalón y camiseta de manga larga que pararnos un poco y pensar qué estamos haciendo mal.

LLegamos, encendemos la tele y, venga, lo que nos echen. Qué gentuza somos.

Colaboramos con alguna ONG, nos involucramos lo que podemos (o bastante menos de lo que podemos, es verdad) pero siempre será insuficiente. Eso es caridad, como la que hacían los otros. Eso también mal.

Protestamos poco. Todos. Así, en general. Preferimos vivir jodidos que protestar, dicen. Y tenemos que ser la avanzadilla de la gran batalla, luego ya veremos quién se queda en el castillo dirigiendo el tema.

Lo que está pasando en Siria, en Lesbos, en Austria o en Polonia nos conmueve un rato y sólo si sale un niño muerto porque somos gente sin alma y preferimos oír lo último de Amaral que escuchar gritos y lloros de gente que lo pasa mal. Eso dicen. Pues vale.

Somos feos, gordos y viejos y sin ninguna clase. Los centros comerciales nos adormecen. Educamos mal a nuestros hijos. No viajamos. No vamos al cine ni al teatro. Trabajamos mucho o poco, pero casi siempre mal. Y todavía comemos filetes empanados y tortilla cuando ponemos el mantel en alguna campa, qué lástima. Va a a ser que somos súper proletariados.

Si hay que empezar a explicar por qué ponemos cualquier cosa que den en la tele al llegar a casa, por qué no viajamos ni vamos al teatro, por qué no podemos ir a esas concentraciones de protesta que se organizan a las siete de la tarde, por qué leemos novela y no filosofía, por qué no sabemos qué hacer para ayudar a gente que intenta sobrevivir o por qué hacemos cola para comprar ropa, mal está la cosa. 

Agítenme la conciencia todo lo que quieran pero no me riñan tanto, por favor se lo pido.

A algunos se les está olvidando cómo era lo de la revolución y quién tenía que hacerla. Y de qué bando somos todos. De seguir con su actitud les pediría, también por favor, que dijeran de una puta vez quién vale y quién no vale para cambiar el mundo y se dejen de medias tintas: cociente intelectual, talla y peso, color de pelo necesario, número de hijos, series vistas en el último mes, posicionamiento crítico ante la constitución del 78. Algo así. Márquennos el camino.

Como sigan riñéndome tanto en dos días me da también risa, como me pasa con los otros. Relájense, camaradas, relájense. Vienen del mismo sitio que nosotros, somos de los suyos. Y, si eso, compartan su clase, cultura, elegancia y savoir-faire con nosotros. Tal vez así mejoraríamos un poco, sólo un poco aunque sea. O, mira,  para que lo entendamos mejor: ríñannos a nuestro tosco y poco depurado estilo, es decir, chillándonos con un megáfono en un centro comercial, atrévanse.

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