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Investigar en España: inversión escasa y trabajo precario para la actividad que determinará el futuro

Científicos en una protesta en defensa de la ciencia española.

María Pérez Guerra

España invirtió en 2017 un 1,47% del PIB en investigación, según el Informe Nacional RIO elaborado por la Comisión Europea. Antes de la crisis, el presupuesto se doblaba. La Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) señala además, en su informe anual, que en 2016 solo se ejecutó el 38,2% del presupuesto reservado para la ciencia; 3.114 millones de euros se dejaron sin gastar, la mayor cantidad desde 2011.

España ha perdido alrededor de 12.000 investigadores desde 2010 y la retahíla de recortes que ha sufrido este sector desde el inicio de la recesión no remonta de acuerdo a la recuperación económica. “Ciencia es sinónimo de futuro”, comenta Emilio Garro, investigador del Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria (IBBTEC), y España parece que no es consciente de ello.

Los jóvenes son quienes más sufren la precariedad y la falta de oportunidades. A la falta de inversión, puestos de trabajo y proyectos se une otro factor: la experiencia. Como explica Cristina San Miguel, estudiante de doctorado en Derecho, es muy difícil, por ejemplo, optar a concursos de proyectos nacionales. “Un investigador joven lo tiene muy complicado, se pide un investigador principal con unos requisitos que siendo joven no se pueden cumplir”, apunta.

Distintas ramas, estudios y planes de futuro, pero convergen en un punto: el problema es la financiación. San Miguel lo reconoce: “La investigación está precarizada porque el problema principal es la financiación”, aunque en su área, la de Derecho Procesal de la Universidad de Cantabria, ahora están en mejor situación al recibir fondos de una fundación privada. A ella, por ejemplo, le permitió pasar tres meses en Chile gracias a una beca. 

“Después de haber estudiado una licenciatura, nuestro sueldo es el mismo o menos que una persona sin estudios”, lamenta Carla Setién, estudiante de doctorado en la rama de Humanidades. Según explica, en otros países el sueldo de un investigador asciende a 2.000 y 3.000 euros mensuales y, además, destaca lo infravalorado que está en España este sector. “Ya estoy acostumbrada a que me pregunten para qué sirve y la gente no es consciente de los beneficios que reporta”, cuenta. En este sentido, Garro señala el gran esfuerzo divulgativo que se está haciendo en España para que la ciencia se reconozca y el ciudadano de a pie entienda que se investiga para mejorar su calidad de vida.

La financiación tiene una importancia vital en este ámbito, sobre todo porque la ciencia “no se puede parar, siempre debería estar en marcha”, defiende Garro. La falta de inversión conlleva a la precarización y a la duda de saber si un trabajo se le puede dar continuidad. “Este año se puede hacer un proyecto porque está subvencionado, pero... ¿Y de aquí a tres años?”, critica el miembro de IBBTEC, que añade que la financiación cubre material y equipos, pero poco de ese dinero se puede utilizar para contratación de personal.

Los grandes organismos de investigación comparten esta visión y luchan por combatir la situación. Por ejemplo, la Confederación de Sociedades Científicas de España propuso, a través de un informe tras la publicación de los Presupuestos Generales del Estado de 2018, dotar al sistema de un “fondo estable de inversión” que asegure la continuidad de las investigaciones.

Los tres creen, “o quieren creer”, que mejorará la situación con la llegada de Pedro Duque al Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. “Es fundamental que los ministros conozcan el campo en el que trabajan y lo que supone una determinada materia”, señala Setién. San Miguel comparte esta opinión, pero aún se muestra dubitativa porque “de momento no hay novedades, está ahí, pero no ha pasado nada”. Para Garro, biólogo, el único hecho de que ahora haya un ministerio específico de ciencia “da esperanzas de que esta adquiera más relevancia que en los últimos años”.

Burocracia excesiva

La burocracia, la solicitud de becas y la búsqueda de financiación está invadida por “el papeleo excesivo y de difícil comprensión”, cuestiona Garro. A ello se suman los plazos de matrícula: “Yo me matriculé unos meses antes de empezar el doctorado y ha habido muchos problemas; ahora hay que hacerlo en cuatro años y te quieres beneficiar de la beca hasta el último momento”, explica Setién. Él admite que “tuvo suerte” porque en su caso, al ser de las primeras personas en matricularse en una escuela de doctorado, le van a permitir tener remuneración hasta el final.

No obstante, reconoce que se están dando pasos positivos y ahora, vistos los problemas que ha dado ese sistema, “lo que se está haciendo es que la gente pueda hacer la pre admisión antes de matricularse, porque lo que no sabes es si vas a disfrutar de una beca”. Esta pre doctora en Humanidades es también representante de doctorados del Área de Humanidades y Ciencias Sociales de la UC y señala, también, que en las últimas reuniones se ha estado “revisando el reglamento y ya hay normas más claras y concretas y más regulación”.

Planes de futuro

Emilio Garro lleva cinco años en el IBBTEC. Su campo de estudio son las neurociencias y reconoce que esa plaza tardó cuatro años en llegar a través de una beca del Ministerio de Innovación y Ciencia. Las plazas que se ofertan, comenta, son pocas y muy competitivas, aunque destaca el buen hacer de las universidades, que les orientan hacia el trabajo privado y median entre la industria y los investigadores.

Reconoce que el sector público no es capaz de absorber a todos los investigadores, pero si ese es el objetivo -como es su caso-, “es imprescindible salir del país como mínimo un par de años y con una buena productividad científica, para tener después alguna opción de volver y conseguir trabajo”.

San Miguel, que acaba de entrar en su cuarto y último año de doctorado, ya es profesora ayudante, comenzará el proceso de acreditación para, “en la medida que pueda”, ir ascendiendo. Hace la tesis doctoral sin beca y se lo toma como una segunda carrera porque su vocación es hacer carrera académica.

Carla Setién ve su futuro ligado a la universidad pero no lo contempla sin pasar antes por el extranjero. “Hay mucha competencia y lo normal, cuando acabas la tesis, es pedir una post doctoral en España o en el extranjero”, señala. En su caso, tras realizar el máster en París cuando terminó la carrera, ve esencial viajar para “ver otras corrientes y puntos de vista y enriquecer el currículum”. La meta, como señala Javier Escudero, presidente de RAICEX, es “que el sistema de ciencia español sea lo suficientemente robusto, bien planificado y bien dotado presupuestariamente para que la gente pueda elegir irse y nadie lo haga por obligación”.

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